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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 25 de enero de 2015

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy nos presenta el inicio de la predicación de Jesús en Galilea. San Marcos destaca que Jesús comenzó a predicar «después de que Juan [el Bautista] fue entregado» (1, 14). Precisamente en el momento en el cual la voz profética del Bautista, que anunciaba la venida del Reino de Dios, fue silenciada por Herodes, Jesús comienza a recorrer los caminos de su tierra para llevar a todos, especialmente a los pobres, «el Evangelio de Dios» (ibid.). El anuncio de Jesús es similar al de Juan, con la diferencia sustancial de que Jesús no indica ya a otro que debe venir: Jesús es Él mismo la realización de las promesas; es Él mismo la «buena noticia» que se ha de creer, acoger y comunicar a los hombres y a las mujeres de todos los tiempos, para que también ellos confíen su existencia a Él. Jesucristo en persona es la Palabra viviente y operante en la historia: quien le escucha y le sigue entra en el reino de Dios.

Jesús es la realización de las promesas divinas porque es Aquel que dona al hombre el Espíritu Santo, el «agua viva» que sacia nuestro corazón inquieto, sediento de vida, amor, libertad y paz: sediento de Dios. ¡Cuántas veces percibimos, o hemos percibido nuestro corazón sediento! Lo reveló Él mismo a la mujer samaritana, que encontró junto al pozo de Jacob, a quien dijo: «Dame de beber» (Jn 4, 7). Precisamente estas palabras de Cristo, dirigidas a la samaritana, fueron el tema de la anual Semana de oración por la unidad de los cristianos que se concluye hoy. Esta tarde, con los fieles de la diócesis de Roma y con los representantes de las diversas Iglesias y comunidades eclesiales, nos reuniremos en la basílica de San Pablo Extramuros para rezar intensamente al Señor, a fin de que fortalezca nuestro compromiso para favorecer la plena unidad de todos los cristianos. Es algo feo que los cristianos estén divididos. Jesús nos quiere unidos: un solo cuerpo. Nuestros pecados, la historia, nos han dividido y por esto tenemos que rezar mucho, para que sea el Espíritu Santo mismo quien nos una nuevamente.

Dios, haciéndose hombre, hizo propia nuestra sed, no sólo de agua material, sino sobre todo la sed de una vida plena, de una vida libre de la esclavitud del mal y de la muerte. Al mismo tiempo, con su encarnación, Dios puso su sed —porque también Dios tiene sed— en el corazón de un hombre: Jesús de Nazaret. Dios tiene sed de nosotros, de nuestros corazones, de nuestro amor, y puso esta sed en el corazón de Jesús. Por lo tanto, en el corazón de Cristo se encuentran la sed humana y la sed divina. Y el deseo de la unidad de sus discípulos pertenece a esta sed. Lo encontramos a menudo en la oración elevada al Padre antes de la Pasión: «Para que todos sean uno» (Jn 17, 21). Lo que quería Jesús: ¡la unidad de todos! El diablo —lo sabemos— es el padre de las divisiones, es uno que siempre divide, que siempre declara la guerra, hace mucho mal.

Que esta sed de Jesús se convierta cada vez más también en nuestra sed. Sigamos, por lo tanto, rezando y comprometiéndonos en favor de la unidad plena de los discípulos de Cristo, con la certeza de que Él mismo está a nuestro lado y nos sostiene con la fuerza de su Espíritu para que esa meta esté más cercana. Y encomendamos nuestra oración a la maternal intercesión de María Virgen, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia, para que Ella, como una buena madre, nos una a todos.


Después del Ángelus:

LLAMAMIENTO POR LA PAZ EN UCRANIA

Sigo con viva preocupación el empeoramiento de los enfrentamientos en Ucrania oriental, que siguen provocando numerosas víctimas entre la población civil. Mientras aseguro mi oración por quienes sufren, renuevo un sentido llamamiento para que se reanuden los intentos de diálogo y se ponga fin a toda hostilidad.

[El Papa Francisco, a continuación, acogió a su lado, en la ventana del palacio apostólico, a dos chavales, representantes de la Acción católica de la diócesis de Roma que habían participado en la oración mariana como conclusión del mes dedicado al tema de la paz.]

Ahora seguimos en compañía.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy se celebra la Jornada mundial de los enfermos de lepra. Expreso mi cercanía a todas las personas que sufren por esta enfermedad, así como a quienes se ocupan de atenderlos, y a quien lucha por terminar con las causas del contagio, es decir, con las condiciones de vida no dignas del hombre. Renovemos el compromiso solidario en favor de estos hermanos y hermanas.

Saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos llegados de diversas parroquias de Italia y de otros países, así como a las asociaciones y grupos escolares.

En especial, saludo a la comunidad filipina de Roma. Queridos amigos, el pueblo filipino es maravilloso por su fe fuerte y gozosa. Que el Señor os sostenga siempre también a vosotros que vivís lejos de la patria. ¡Muchas gracias por vuestro testimonio! Y muchas gracias por todo el bien que hacéis entre nosotros, porque sembráis la fe entre nosotros, vosotros dais un hermoso testimonio de fe. ¡Muchas gracias!

Saludo a los estudiantes de Cuenca, Villafranca de los Barros y Badajoz (España), los grupos parroquiales de las Islas Baleares y las jóvenes de Panamá. Saludo a los fieles de Catania, Diamante, Delianuova y Crespano del Grappa.

Me dirijo ahora los chicos y a las chicas de la Acción católica de Roma. Queridos chicos, también este año, acompañados por el cardenal vicario y por monseñor Mansueto [Bianchi], habéis venido numerosos al término de vuestra «Caravana de la paz». Os doy las gracias, y os aliento a proseguir con alegría el camino cristiano, llevando a todos la paz de Jesús. Ahora escuchemos el mensaje que leerán vuestros amigos, aquí junto a mí.
[lectura del Mensaje]

Mirad los globos que quieren decir «paz».

¡Gracias, chicos! A todos deseo un feliz domingo y buen almuerzo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta la vista!

 



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