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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

El hombre de ojo penetrante

Lunes
16 de diciembre de 2013

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 51, viernes 20 de diciembre de 2013

 

Cuando falta la profecía, el clericalismo ocupa su sitio, el rígido esquema de la legalidad que cierra la puerta en la cara al hombre. Por ello la oración para que, en la perspectiva de la Navidad, el espíritu de la profecía se haga sentir en el pueblo.

El Papa Francisco, en la misa celebrada el lunes 16 de diciembre, por la mañana, en la capilla de Santa Marta, quiso recordar que ser profetas es una vocación de todos los bautizados. Y lo hizo, como de costumbre, partiendo de la Palabra de Dios de la liturgia del día. El Pontífice repitió las palabras del libro de los Números (24, 2-7.15-17b) que describen la figura del profeta, «oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos penetrantes; oráculo del que escucha palabras de Dios». He aquí, explicó, «éste es el profeta»: un hombre «que tiene los ojos penetrantes y que escucha y dice las palabras de Dios; que sabe ver en el momento e ir hacia el futuro. Pero antes ha escuchado, ha oído, la Palabra de Dios».

Y, en efecto, «el profeta tiene dentro de sí estos tres momentos». Ante todo «el pasado: el profeta —dijo el Santo Padre— es consciente de la promesa y tiene en su corazón la promesa de Dios, la promesa está viva, la recuerda, la repite». Pero «luego mira al presente, mira a su pueblo y siente la fuerza del espíritu para decir una palabra que le ayude a levantarse, a seguir el camino hacia el futuro».

Por lo tanto, prosiguió el Papa, «el profeta es un hombre de tres tiempos: promesa del pasado, contemplación del presente, valentía para indicar el camino hacia el futuro». Y, recordó, «el Señor siempre cuidó a su pueblo con los profetas en los momentos difíciles, en los momentos que el pueblo estaba desalentado o destruido; cuando el templo ya no estaba; cuando Jerusalén se encontraba bajo el poder de los enemigos; cuando el pueblo se interrogaba: pero Señor, tú nos has prometido esto, ¿y ahora qué sucede?». Al respecto agregó: «Lo mismo tal vez sucedió en el corazón de la Virgen, cuando estaba al pie de la cruz: Señor, tú me dijiste que Él sería el liberador de Israel, el jefe, quien nos daría la redención. ¿Y ahora?».

«En ese momento del pueblo de Israel —continuó el Pontífice— era necesaria la intervención del profeta. Y no siempre el profeta es bien recibido. Muchas veces se le rechaza. Jesús mismo dice a los fariseos que sus padres mataron a los profetas porque decían cosas incómodas, decían la verdad, recordaban la promesa». Pero, afirmó el Papa, «cuando falta la profecía en el pueblo de Dios, falta algo: falta la vida del Señor».

Un ejemplo es la historia del joven Samuel que, «mientras dormía, había oído la llamada del Señor pero no sabía de qué se trataba. Y la Biblia lo dice: en aquellos tiempos “era rara la palabra del Señor y no eran frecuentes las visiones”» (1 Libro di Samuel 3, 1). Era un tiempo en el que «Israel no tenía profetas». Pero, hizo notar el Obispo de Roma, «lo mismo sucede cuando viene un profeta y el pueblo no le recibe», como se lee en el pasaje del Evangelio de Mateo (21, 23-27). «Cuando no hay profecía —comentó— se pone el acento en la legalidad. Y estos sacerdotes fueron a Jesús a pedirle la certificación de legalidad: ¿Con qué autoridad haces estas cosas?». Es como si hubiesen dicho: «Nosotros somos los dueños del templo; ¿con qué autoridad haces estas cosas?». En realidad «no comprendían las profecías, habían olvidado la promesa. No sabían leer los signos del momento, no tenían ni ojos penetrantes ni oído para la Palabra de Dios. Sólo tenían la autoridad».

Así «en el tiempo de Samuel, cuando la Palabra del Señor era rara y las visiones no eran frecuentes, era lo mismo. La legalidad y la autoridad». Y sucedía esto porque «cuando en el pueblo de Dios no hay profecía, el vacío que deja lo ocupa el clericalismo. Es precisamente este clericalismo que pregunta a Jesús: ¿con qué autoridad haces estas cosas, con qué legalidad?». Así, «la memoria de la promesa y la esperanza de seguir adelante se reducen sólo al presente: ni pasado ni futuro y esperanza». Es como si para seguir adelante valiese sólo lo que es «presente», lo que es «legal».

Cierto, explicó el Papa, «tal vez el pueblo de Dios que creía, que iba a rezar al templo, lloraba en su corazón porque no encontraba al Señor. Faltaba la profecía. Lloraba en su corazón como lloraba Ana, la mamá de Samuel, pidiendo la fecundidad del pueblo».

Esa fecundidad, indicó el Pontífice, «que viene de la fuerza de Dios, cuando Él despierta en nosotros la memoria de su promesa y nos impulsa hacia el futuro con la esperanza. Éste es el profeta. Éste es el hombre de ojo penetrante y que escucha las palabras de Dios».

El Papa Francisco concluyó su homilía proponiendo «una oración en estos días que nos preparamos para el Nacimiento del Señor». Una oración al Señor para que —invocó— «no falten profetas en tu pueblo. Todos nosotros, bautizados, somos profetas. Señor, que no olvidemos tu promesa; que no nos cansemos de seguir adelante; que no nos cerremos en las legalidades que cierran las puertas. Señor, libera a tu pueblo del espíritu del clericalismo y ayúdale con el espíritu de profecía».

 


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