Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PL  - PT ]

LA MISA MATUTINA TRANSMITIDA EN DIRECTO
DESDE LA CAPILLA DE LA CASA SANTA MARTA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

"El trabajo es la vocación del hombre"

Viernes, 1 de mayo de 2020

[Multimedia]


 

Introducción

Hoy, que es la fiesta de San José Obrero, y el Día del Trabajador. Recemos por todos los trabajadores. Por todos. Para que a nadie le falte el trabajo y que todos sean justamente remunerados y puedan gozar de la dignidad del trabajo y la belleza del descanso.

Homilía

«Y Dios creó» (Gn 1,27). Un Creador. Creó el mundo, creó al hombre, y le dio al hombre una misión: administrar, trabajar, llevar adelante la creación. Y la palabra trabajo es la que usa la Biblia para describir esta actividad de Dios: «Dio por concluida la labor que había hecho; puso fin el día séptimo a toda la labor que había hecho» (Gn 2,2). Y le dio esta actividad al hombre: “Debes hacer esto, cuidar aquello, aquello otro, debes trabajar para crear conmigo —es como si lo dijera así— este mundo, para que pueda continuar” (cf. Gn 2,15.19-20). Tanto es así que el trabajo no es más que la continuación del trabajo de Dios: el trabajo humano es la vocación del hombre recibida de Dios al final de la creación del universo.

Y el trabajo es lo que hace al hombre semejante a Dios, porque con el trabajo el hombre es un creador, es capaz de crear, de crear muchas cosas, incluso de crear una familia para seguir adelante. El hombre es un creador y crea con el trabajo. Esta es la vocación. Y dice la Biblia que «Dios vio lo que había hecho, y todo era algo muy bueno» (Gn 1,31). Es decir, el trabajo tiene en sí mismo una bondad y crea la armonía de las cosas —belleza, bondad— e involucra al hombre en todo: en su pensamiento, en su acción, en todo. El hombre está involucrado en el trabajo. Es la primera vocación del hombre: trabajar. Y esto le da dignidad al hombre. La dignidad que lo hace parecerse a Dios. La dignidad del trabajo.

Una vez, en una Cáritas, a un hombre que no tenía trabajo e iba a buscar algo para su familia, un empleado de Cáritas le dijo: “Por lo menos puede llevar el pan a su casa” — “Pero a mí no me basta con esto, no es suficiente”, fue su respuesta: “Quiero ganarme el pan para llevarlo a casa”. Le faltaba la dignidad, la dignidad de “hacer” el pan él mismo, con su trabajo, y llevarlo a casa. La dignidad del trabajo, tan pisoteada por desgracia. En la historia hemos leído de las brutalidades que cometieron con los esclavos: los llevaban de África a América —pienso en esa historia que toca a mi tierra— y nosotros decimos “cuánta barbarie”... Pero aún hoy hay tantos esclavos, tantos hombres y mujeres que no son libres de trabajar: se ven obligados a trabajar, para sobrevivir, nada más. Son esclavos: trabajo forzado... son trabajos forzados, injustos, mal pagados y que llevan al hombre a vivir con la dignidad pisoteada. Hay muchos, muchos en el mundo. Muchos. En los periódicos de hace unos meses leímos, en un país de Asia, que un señor había matado a palos a uno de sus empleados que ganaba menos de medio dólar al día, porque había hecho algo mal. La esclavitud de hoy es nuestra indignidad, porque quita la dignidad al hombre, a la mujer, a todos nosotros. “No, yo trabajo, tengo mi dignidad”: sí, pero tus hermanos, no. “Sí, padre, es verdad, pero esto, como está tan lejos, me cuesta entenderlo. Pero aquí, entre nosotros...”: aquí también, entre nosotros. Aquí, entre nosotros. Piensa en los trabajadores, en los que trabajan a jornada, que los haces trabajar por un salario ínfimo y no ocho, sino doce, catorce horas al día: esto sucede hoy, aquí. En todo el mundo, pero también aquí. Piensa en la empleada del hogar que no tiene un salario justo, que no tiene asistencia de la seguridad social, que no tiene jubilación: esto no ocurre solo en Asia. Aquí.

Toda injusticia que se comete contra una persona que trabaja es un atropello a la dignidad humana, incluso a la dignidad del que comete la injusticia: se baja el nivel y se termina en esa tensión de dictador-esclavo. En cambio, la vocación que Dios nos da es muy hermosa: crear, re-crear, trabajar. Pero esto puede hacerse cuando las condiciones son justas y se respeta la dignidad de la persona.

Hoy nos unimos a muchos hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, que conmemoran hoy el Día de los Trabajadores, el Día del Trabajo, por aquellos que luchan por la justicia en el trabajo, por aquellos —buenos empresarios— que realizan el trabajo con justicia, aunque ellos pierdan. Hace dos meses me llamó por teléfono un empresario, de aquí, de Italia, pidiéndome que rezara por él porque no quería despedir a nadie, y me decía: “Porque despedir a uno de ellos es despedirme a mí”. Esta conciencia de tantos empresarios buenos, que cuidan de los trabajadores como si fueran sus hijos. Recemos por ellos también. Y pidámosle a San José —en este hermoso icono [una estatua colocada cerca del altar] con las herramientas en la mano— que nos ayude a luchar por la dignidad del trabajo, para que haya trabajo para todos y que sea un trabajo digno. No un trabajo de esclavos. Que esta sea nuestra oración hoy.

Oración para recibir la Comunión espiritual

Las personas que no pueden recibir la comunión hacen ahora la comunión espiritual.

A tus pies me postro, ¡oh Jesús mío!, y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito, que se hunde en la nada, ante tu santa Presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía, y deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi alma. Esperando la dicha de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, puesto que yo vengo a ti, ¡oh mi Jesús!, y que tu amor inflame todo mi ser en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana