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VISITA PASTORAL DEL PAPA FRANCISCO
A CESENA EN EL TERCER CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE PÍO VI
Y A BOLONIA PARA LA CLAUSURA DEL CONGRESO EUCARÍSTICO DIOCESANO

CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Estadio Dall'Ara (Bolonia)
Domingo 1 de octubre de 2017

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Celebro con vosotros el primer Domingo de la Palabra: la Palabra de Dios hace que arda el corazón (cf. Lc 24,32), porque hace que nos sintamos amados y consolados por el Señor. También la Virgen de San Lucas, el evangelista, puede ayudarnos a entender la ternura materna de la palabra «viva», y al mismo tiempo «cortante» como en el Evangelio de hoy: de hecho, penetra en el alma (Hb 4,12) y lleva a la luz los secretos y las contradicciones del corazón.

Hoy, nos llama a través de la parábola de los dos hijos, que cuando su padre les pide que vayan a la viña responden: el primero no, pero luego va; el segundo sí, pero luego no va. Hay, sin embargo, una gran diferencia entre el primer hijo, que es perezoso, y el segundo, que es hipócrita. Intentemos imaginar lo que pasó dentro de ellos. En el corazón del primero, después de decir no, resonaba aún la invitación de su padre; en cambio en el segundo, a pesar del “sí”, la voz de su padre estaba enterrada. El recuerdo del padre despertó al primer hijo de la pereza, mientras que el segundo, que en cambio sabía donde estaba el bien, contradijo el decir con el hacer. Se había vuelto impermeable a la voz de Dios y de la conciencia y de esta forma había abrazado sin problemas la doblez de vida. Jesús con esta parábola pone dos caminos ante nosotros, que ―como bien sabemos― no siempre estamos dispuestos a decir sí con las palabras y las obras, porque somos pecadores. Pero podemos elegir entre ser pecadores en camino, que siguen escuchando al Señor y cuando caen se arrepienten y se levantan, como el primer hijo; o ser pecadores sentados, listos para justificarse siempre y sólo con palabras según lo que les conviene.

Jesús dirige esta parábola a algunos jefes religiosos de aquel tiempo, que se parecían al hijo de la “doble vida”, mientras que la gente común normalmente se comportaba como el otro hijo. Estos jefes sabían y explicaban todo, de manera formalmente perfecta, como verdaderos intelectuales de la religión. Pero no tenían la humildad de escuchar, el coraje de interrogarse, ni la fuerza de arrepentirse. Y Jesús es muy severo: dice que incluso los publicanos les precederán en el Reino de Dios. Es un reproche fuerte, porque los publicanos eran traidores corruptos de la patria. ¿Cuál era entonces el problema de estos jefes? No estaban equivocados en el concepto, sino en el modo de vivir y pensar delante de Dios: eran, con palabras y ante los demás, custodios inflexibles de las tradiciones humanas, incapaces de comprender que la vida según Dios es en camino y requiere la humildad de abrirse, arrepentirse y recomenzar.

¿Qué nos dice esto a nosotros? Que no hay una vida cristiana construida a priori, construida científicamente en la cual basta con cumplir algunas normas para tranquilizar la conciencia: la vida cristiana es un camino humilde de una conciencia que nunca es rígida y siempre está en relación con Dios, que sabe arrepentirse y confiarse a Él en sus pobrezas, sin presumir nunca de bastarse por sí misma. Así se superan las versiones revisadas y actualizadas de aquel mal antiguo, denunciado por Jesús en la parábola: la hipocresía, la doble vida, el clericalismo que se acompaña del legalismo, el alejamiento de la gente. La palabra clave es arrepentirse: el arrepentimiento es lo que permite no endurecerse, el transformar un no a Dios... en un , y el al pecado...en un no por amor al Señor. La voluntad del Padre, que cada día delicadamente habla a nuestra conciencia, se cumple sólo en la forma del arrepentimiento y de la conversión continua. En definitiva, en el camino de cada uno hay dos sendas: ser pecadores arrepentidos o ser pecadores hipócritas. Pero lo que cuenta no son los razonamientos que justifican e intentan salvar las apariencias, sino un corazón que avanza con el Señor, que lucha cada día, se arrepiente y regresa a Él. Porque el Señor busca a los puros de corazón y no a los puros “por fuera”.

Veamos ahora, queridos hermanos y hermanas, que la Palabra de Dios excava en profundidad, «escruta los sentimientos y los pensamientos del corazón» (Hb 4,12). Pero es también actual: la parábola nos llama incluso a pensar en las relaciones, no siempre fáciles, entre padres e hijos. Hoy, a la velocidad con la que se pasa de una generación a la otra, se advierte con mayor fuerza que en el pasado la necesidad de autonomía, a veces hasta llegar a la rebelión. Pero después de los cierres y los largos silencios de una parte o de la otra, es bueno recuperar el encuentro, aunque esté habitado todavía por conflictos que pueden convertirse en estímulos de un nuevo equilibrio. Como en la familia, así en la Iglesia y en la sociedad: no renunciar nunca al encuentro, al diálogo, a la búsqueda de nuevas vías para caminar juntos.

En el camino de la Iglesia surge a menudo la pregunta: ¿Dónde ir, cómo ir hacia adelante? Quisiera dejaros como conclusión de esta jornada, tres puntos de referencia , tres “P”: La primera es la Palabra, que es la brújula para caminar humildes. para no perder el camino de Dios y caer en la mundanidad. La segunda es el Pan, el pan eucarístico, porque en la Eucaristía comienza todo. Es en la Eucaristía donde se encuentra la Iglesia: no en las habladurías y murmullos, sino aquí, en el Cuerpo de Cristo compartido por gente pecadora y con necesidad, pero que se siente amada y por tanto desea amar. Desde aquí partimos y nos reencontramos cada vez; este es el inicio irrenunciable del nuestro ser Iglesia. Lo proclama “en voz alta”, el Congreso Eucarístico: la Iglesia se reúne así, nace y vive en torno a la Eucaristía, con Jesús presente y vivo para adorarlo, recibirlo y compartirlo cada día. Por último, la tercera P: los pobres. Todavía hoy, lamentablemente, muchas personas carecen de lo necesario. Pero también hay tantos pobres de afecto, personas solas, y pobres de Dios. En todos ellos encontramos a Jesús, porque Jesús en el mundo ha seguido el camino de la pobreza, de la anulación, como dice San Pablo en la segunda lectura: «Jesús se despojó de sí mismo tomando condición condición de siervo» (Flp 2,7). De la Eucaristía a los pobres, vamos a encontrar a Jesús. Habéis reproducido la frase que el cardenal Lercaro amaba ver grabada en el altar: «Si compartimos el pan del cielo, ¿cómo no compartir el pan de la tierra?». Nos hará bien recordarlo siempre. La Palabra, el Pan y los pobres: pidamos la gracia de no olvidarnos nunca de estos alimentos básicos, que sostienen nuestro camino.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 1 de octubre de 2017.

 



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