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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
A RUMANÍA

(31 DE MAYO - 2 DE JUNIO DE 2019)

DIVINA LITURGIA CON BEATIFICACIÓN DE LOS SIETE OBISPOS GRECO-CATÓLICOS MÁRTIRES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Campo de la Libertad, Blaj
Domingo, 2 de junio de 2019

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«Maestro ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» (Jn 9,2). Esta pregunta de los discípulos a Jesús desencadena una serie de movimientos y acciones que acompañará todo el relato evangélico desvelando y dejando en evidencia lo que realmente enceguece el corazón humano.

Jesús, al igual que sus discípulos, ve al ciego de nacimiento, es capaz de reconocerlo y ponerlo al centro. Después de aclarar que su ceguera no era fruto del pecado mezcla el polvo de la tierra con su saliva y lo pone en sus ojos; luego le ordena lavarse en la piscina de Siloé. Cuando se lavó, el ciego recobró la vista. Es interesante notar cómo el milagro se narra en apenas dos versículos, en los demás se pone la atención no en el ciego recuperado, sino en las discusiones que desencadena. Parece que su vida y especialmente su curación se vuelve banal, anecdótica o elemento de discusión, así como de irritación y enojo. El ciego sanado es interrogado en un primer momento por la multitud estupefacta, después por los fariseos; y estos interrogan también a sus padres. Ponen en duda la identidad del hombre sanado; posteriormente niegan la acción de Dios, poniendo como excusa que Dios no actúa en sábado; llegan incluso a dudar que aquel hombre naciera ciego.

Toda la escena y las discusiones revelan lo difícil que resulta comprender las acciones y prioridades de Jesús, capaz de poner en el centro a aquel que estaba en la periferia, especialmente cuando se piensa que el primado lo tiene “el sábado” y no el amor del Padre que busca que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4); el ciego tenía que convivir no sólo con su ceguera sino también con la de aquellos que lo rodeaban. Así son las resistencias y hostilidades que surgen en el corazón humano cuando, al centro, en vez de encontrar personas se ponen intereses particulares, rótulos, teorías, abstracciones e ideologías, que lo único que logran es enceguecer todo a su paso. En cambio, la lógica del Señor es diferente, lejos de esconderse en la inacción o la abstracción ideológica, busca a la persona con su rostro, con sus heridas e historia. Va a su encuentro y no se deja embaucar por discursos incapaces de priorizar y poner en el centro lo realmente importante.

Estas tierras conocen bien el sufrimiento de la gente cuando el peso de la ideología o de un régimen es más fuerte que la vida y se antepone como norma a la misma vida y a la fe de las personas; cuando la capacidad de decisión, la libertad y el espacio para la creatividad se ve reducido y hasta cancelado (cf. Carta enc. Laudato si’, 108). Hermanos y hermanas, vosotros habéis sufrido los discursos y acciones basados en el desprestigio que llevan hasta la expulsión y aniquilación de quien no puede defenderse y hacen callar las voces disonantes. Pensamos de manera particular en los siete obispos greco-católicos que he tenido la alegría de proclamar beatos.  Ante la feroz opresión del régimen, ellos manifestaron una fe y un amor ejemplar hacia su pueblo. Con gran valentía y fortaleza interior, aceptaron ser sometidos a un encarcelamiento severo y a todo tipo de ultrajes, con tal de no negar su pertenencia a su amada Iglesia. Estos pastores, mártires de la fe, han recuperado y dejado al pueblo rumano una preciosa herencia que podemos resumir en dos palabras: libertad y misericordia.

Pensando en la libertad, no puedo dejar de observar que estamos celebrando la Divina Liturgia en el “Campo de la Libertad”. Este lugar significativo evoca la unidad de vuestro Pueblo que se ha realizado en la diversidad de las expresiones religiosas. Esto constituye un patrimonio espiritual que enriquece y caracteriza la cultura y la identidad nacional rumana. Los nuevos beatos sufrieron y dieron su vida, oponiéndose a un sistema ideológico que rechazaba la libertad y coartaba los derechos fundamentales de la persona humana. En aquel periodo triste, la vida de la comunidad católica fue sometida a una dura prueba por un régimen dictatorial y ateo: todos los obispos y muchos fieles de la Iglesia Greco-Católica y de la Iglesia Católica de rito latino fueron perseguidos y encarcelados.

El otro aspecto de la herencia espiritual de los nuevos beatos es la misericordia. Ellos compaginaban la tenacidad de profesar la fidelidad a Cristo con una disposición al martirio sin palabras de odio hacia los que los perseguían, ante los que demostraron una profunda mansedumbre. Es elocuente lo que el Obispo Iuliu Hossu declaró durante la prisión: «Dios nos ha enviado a estas tinieblas del sufrimiento para dar el perdón y rezar por la conversión de todos». Estas palabras son el símbolo y la síntesis de la actitud con la que estos beatos en el periodo de la prueba sostuvieron a su pueblo en la confesión continua de la fe sin fisuras ni represalias. Esta actitud de misericordia hacia los torturadores es un mensaje profético, porque se presenta hoy como una invitación a todos para superar el rencor con la caridad y el perdón, viviendo la fe cristiana con coherencia y valentía.

Queridos hermanos y hermanas: También hoy reaparecen nuevas ideologías que, de forma sutil, buscan imponerse y desarraigar a nuestros pueblos de sus más ricas tradiciones culturales y religiosas. Colonizaciones ideológicas que desprestigian el valor de la persona, de la vida, del matrimonio y la familia (cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 40) y dañan con propuestas alienantes, tan ateas como en el pasado, especialmente a nuestros jóvenes y niños dejándolos desprovistos de raíces desde donde crecer (cf. Exhort. ap. Christus vivit, 78); y entonces todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos empujando a las personas a aprovecharse de otras y a tratarlas como meros objetos (cf. Exhort. ap. Laudato si’, 123-124). Son voces que, sembrando miedo y división, buscan cancelar y sepultar el más rico de los legados que estas tierras vieron nacer. Pienso, en esta herencia, por ejemplo al Edicto de Torda en 1568 que sancionaba todo tipo de radicalismo y promovía por primera vez en Europa un acta de tolerancia religiosa.

Deseo animaros a llevar la luz del Evangelio a nuestros contemporáneos y a seguir luchando, como estos beatos, contra estas nuevas ideologías que surgen. Ahora nos toca a nosotros, como les ha tocado a ellos luchar en aquellos tiempos. Que seáis testigos de libertad y de misericordia, haciendo prevalecer la fraternidad y el diálogo ante las divisiones, incrementando la fraternidad de la sangre, que encuentra su origen en el periodo de sufrimiento en el que los cristianos, dispersos a lo largo de la historia, se han sentido cercanos y solidarios. Queridos hermanos y hermanas, que os acompañen en vuestro camino la materna protección de la Virgen María, Santa Madre de Dios, y la intercesión de los nuevos beatos.

 



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