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VISITA A LA "CIUDADELA CIELO" DE LA COMUNIDAD NUEVOS HORIZONTES DE FROSINONE

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Martes, 24 de septiembre de 2019

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En la primera lectura, del libro de Esdras, se narra la reconstrucción del templo, totalmente destruido desde hacía años, décadas....; parecía un poco como una selva, ruinas... Pero el Señor inspiró a Nehemías a hacer lo que hemos escuchado, a reconstruir el templo, y comienza esta aventura, tantos años para reconstruir Jerusalén, para reconstruir el templo. Esta es una historia de reconstrucción. Y aquí, el rey Darío, que veía con buenos ojos esta obra, escribió al gobernador: “Que construyan esto, que hagan lo otro, a esta gente la protejo yo”. Y sigue con la construcción.

Pero no es algo fácil de reconstruir. Aquellos judíos lo lograron porque el Señor estaba con ellos. Sólo cuando el Señor está con nosotros, somos capaces de reconstruir, porque es más difícil reconstruir que construir, es más difícil. También en nuestro país, es más difícil reorganizar una vida que criar a un niño. Es más difícil. Necesitamos cambiar nuestra mentalidad. Porque la gente que vivía allí se había acostumbrado: “Pero sí, son ruinas...”. Estaba acostumbrada a vivir con esas ruinas y no tenía esa nostalgia del templo de Dios; y si la tenían, decían: “Qué pena, ganaron, destruyeron... y sigamos adelante”. Pero este hombre santo tenía celo por la casa de Dios y quería reconstruir el templo, y ayudado por muchos sigue adelante en esta obra, comienza a andar...

Pero hay algo que no aparece aquí ―porque esto es un pedacito― que a algunos de los lugareños no les gustó aquello, eran los mercaderes de las ruinas, los mercaderes de la muerte, los mercaderes del statu quo. Dijeron: “Esto no nos conviene. Dejemos las ruinas, dejemos la derrota...”. Y estos, con un grupo de amigos, por la noche destruían el muro que se construía durante el día. Y al final, ¿qué hicieron estas personas, los que querían construir? La Biblia dice: “En una mano tenían los ladrillos y en la otra la espada”, para defender el edificio. La construcción del templo se defiende con trabajo y con la espada, es decir, con lucha. Incluso la reconstrucción de una vida es una gracia, no merecida, todo es gracia, pero hay que defenderla, con trabajo y también con lucha, para no dejar que los mercaderes de la destrucción vuelvan a hacer de esta vida un montón de piedras, ruinas, ladrillos.

Tantas veces el pueblo, el pueblo de Dios tuvo que avanzar, y luego el pueblo derrotado retroceder; y avanza, retrocede, avanza, retrocede, retrocede, retrocede..., hasta que llegó Jesús. A Él también lo redujeron en ruinas en la cruz, pero su poder, el poder de Dios, lo reconstruyó para siempre para nosotros. Es decir, el trabajo de nuestras vidas, los testimonios que hemos escuchado hoy, los testimonios de reconstrucción, deben ser defendidos: ese trabajo debe ser defendido y solos no podemos, debemos ser ayudados por el único Vencedor, por el que es capaz de ganar en nosotros, y esta es la raíz de nuestra esperanza. Somos hombres y mujeres de esperanza, porque este hombre pudo reconstruir el pueblo de Dios, salvarnos. La liturgia dice que Dios muestra su poder en la creación pero aún más en la redención, es decir, en la victoria de Jesús, en la victoria de Jesús sobre nosotros, porque allí Jesús construye el templo, construye la Iglesia, construye nuestras vidas. No podemos construir nuestras vidas, no podemos mantener el templo de nuestra vida en pie, bien, sin Jesús, sin confianza en Jesús. Es Él quien nos ayudará en esto, con este poder propio de los que son capaces de reordenar las cosas, que es más difícil que ordenarlas.

No lo sé, me gustaría decir esto. Cuando leí las dos Lecturas esta mañana, dije: esto es bueno para hoy, la primera, para reconstruir el templo, para reconstruir la vida; no sólo la nuestra, sino también para tener el deseo de reconstruir siempre. “Mira, el techo se ha caído, allí....”. Adelante. Y muchas veces nuestra vida es así. Pero es Él quien está con nosotros, quien nos defiende de los que aman las ruinas, de quien quiere destruirnos. Nosotros también tenemos siempre algo de ese deseo de autodestrucción y a veces llega, es normal, somos humanos. Y a esto debemos prestar atención: los ladrillos en una mano y la espada en la otra, es decir, el trabajo y la oración, confiar en nuestras manos ―como en las tuyas, que haces estas cosas tan bonitas con los descartes― y confiar en la oración en Dios, que es la espada que nos hará seguir adelante.

¡Qué el Señor nos dé esta gracia, el deseo de reconstruir siempre, siempre! ¡Nunca desanimarse! ¡Habrá derrotas, las habrá! Pero Él es más grande que las derrotas. Siempre con confianza. Él es la espada que gana. ¡Qué el Señor nos ayude a entender estas cosas con el corazón!


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 24 de septiembre de 2019.

 



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