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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA CONFERENCIA SOBRE EL IMPACTO HUMANITARIO DE LAS ARMAS
ATÓMICAS

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A su excelencia
señor Sebastian Kurz,
ministro federal para Europa,
la integración y Asuntos exteriores de la República de Austria,
presidente de la III Conferencia sobre el impacto humanitario
de las armas nucleares

Me alegra saludarlo a usted, señor presidente, y a todos los representantes de las varias naciones y de las organizaciones internacionales, así como de la sociedad civil, que participan en la Conferencia de Viena sobre el impacto humanitario de las armas nucleares.

Las armas nucleares son un problema global, que afecta a todas las naciones, y tendrán un impacto en las generaciones futuras, así como en el planeta, que es nuestra casa. Se necesita una ética global, si queremos reducir la amenaza nuclear y trabajar por el desarme nuclear. Hoy más que nunca, la interdependencia tecnológica, social y política exige urgentemente una ética de solidaridad (cf. Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 38), que aliente a los pueblos a trabajar juntos por un mundo más seguro y un futuro que se base cada vez más en los valores morales y en la responsabilidad en una dimensión global.

Las consecuencias humanitarias de las armas nucleares son previsibles y planetarias. Mientras que a menudo nos concentramos en el potencial de las armas nucleares de destrucción masiva, se debe poner mayor atención en los «sufrimientos no necesarios» causados por su uso. Los códigos militares y el derecho internacional, entre otras cosas, condenaron hace tiempo a las personas que provocaron sufrimientos no necesarios. Si se condenan semejantes sufrimientos durante una guerra convencional, entonces mucho más deberían condenarse en el caso de un conflicto nuclear. Entre nosotros hay víctimas de dichas armas; nos ponen en guardia para que no cometamos los mismos errores irreparables que devastaron a poblaciones y la creación. Dirijo mi afectuoso saludo a los Hibakusha, así como a las demás víctimas de los experimentos con armas nucleares, presentes en este encuentro. Les animo a todos ellos a ser voz profética, exhortando a la familia humana a apreciar más profundamente la belleza, el amor, la cooperación y la fraternidad, recordando al mismo tiempo al mundo el riesgo de las armas nucleares, que tienen el potencial para destruirnos a nosotros y la civilización.

La disuasión nuclear y la amenaza de destrucción recíproca segura no pueden ser la base de una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre los pueblos y los Estados. Los jóvenes de hoy y de mañana tienen derecho a mucho más. Tienen derecho a un orden mundial pacífico, basado en la unidad de la familia humana, fundado en el respeto, la cooperación, la solidaridad y la compasión. Este es el momento de contrastar la lógica del miedo con la ética de la responsabilidad, para promover un clima de confianza y de diálogo sincero.

Gastar en armas nucleares dilapida la riqueza de las naciones. Dar prioridad a semejante gasto es un error y un despilfarro de recursos, que se invertirían mucho mejor en las áreas de desarrollo humano integral de la educación, la salud y la lucha contra la pobreza extrema. Cuando se dilapidan dichos recursos, los pobres y los débiles, que viven al margen de la sociedad, pagan las consecuencias.

El deseo de paz, de seguridad y estabilidad es uno de los deseos más profundos del corazón humano, puesto que está arraigado en el Creador, que hace a todos los pueblos miembros de la familia humana. Esta aspiración jamás puede ser colmada solamente por los medios militares, y mucho menos por la posesión de armas nucleares y otras armas de destrucción masiva. La paz «no se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica» (Gaudium et spes, 78). La paz ha de construirse con la justicia, el desarrollo socioeconómico, la libertad, el respeto de los derechos humanos fundamentales, la participación de todos en los asuntos públicos y la confianza entre los pueblos. El Papa Pablo VI sintetizó todo esto en su encíclica Populorum progressio: «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz» (n. 76). Es nuestra responsabilidad adoptar medidas concretas que promuevan la paz y la seguridad, pero permaneciendo siempre atentos al límite constituido por enfoques a corto plazo de problemas de seguridad nacional e internacional. Debemos comprometernos profundamente a reforzar la confianza recíproca, dado que sólo mediante dicha confianza se puede establecer una paz verdadera y duradera entre las naciones (cf. Juan XXIII, Pacem in terris, 113).

En el contexto de la presente Conferencia deseo fomentar un diálogo sincero y abierto entre las partes que están dentro de cada Estado que posee armas nucleares, entre los varios Estados que tienen armas nucleares, y entre estos y los Estados desprovistos de armas nucleares. Ese diálogo debe ser inclusivo, implicando a las organizaciones internacionales, a las comunidades religiosas y a la sociedad civil; debe orientarse al bien común y no a la protección de intereses particulares. «Un mundo sin armas nucleares» es un objetivo compartido por las naciones, del que son portavoces los líderes mundiales, así como la aspiración de millones de hombres y mujeres. El futuro y la supervivencia de la familia humana estriban en ir más allá de ese objetivo y garantizar que se realice.

Estoy convencido de que el deseo de paz y fraternidad, profundamente anidado en el corazón humano, dará frutos de modo concreto para garantizar que las armas nucleares se prohíban de una vez para siempre, en beneficio de nuestra casa común. La seguridad de nuestro futuro depende de que se garantice la seguridad pacífica de los demás, puesto que si la paz, la seguridad y la estabilidad no se fundan en el plano global, no se gozarán en absoluto. Somos responsables individual y colectivamente del bienestar, sea presente, sea futuro, de nuestros hermanos y hermanas. Es mi ferviente esperanza que dicha responsabilidad plasme nuestros esfuerzos en favor del desarme nuclear, puesto que un mundo sin armas nucleares es en verdad posible.

Vaticano, 7 de diciembre de 2014

FRANCISCO PP.

 



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