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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO,
FIRMADO POR EL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO PIETRO PAROLIN,
CON OCASIÓN DEL XXXVIII MEETING PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS

[RÍMINI, 20-26 DE AGOSTO DE 2017]

 

A Su Excelencia Reverendísima
Mons. FRANCESCO LAMBIASI
Obispo de Rimini

 

Excelencia reverendísima:

En nombre del Santo Padre y el mío, le dirijo un cordial saludo a usted, a los organizadores y a los participantes de la XXXVIII edición del Encuentro para la amistad entre los pueblos.

Los títulos del Encuentro invitan cada año a reflexionar sobre aspectos de la existencia que el ritmo precipitado de lo cotidiano a menudo hace poner entre paréntesis. Todo parece que nos da igual, preocupados como estamos por el ansia de pasar página rápidamente. La vida se fragmenta y corre el riesgo de secarse. Por esto es precioso de vez en cuando pararse para considerar los grandes interrogantes que definen nuestro ser humanos y que es imposible ignorar del todo.

En este sentido podemos leer también el tema del Encuentro 2017: «Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo» (Goethe, Faust). Es una invitación a apropiarse de nuevo de nuestros orígenes desde dentro de una historia personal. Durante demasiado tiempo se ha pensando que la herencia de nuestros padres se quedaría con nosotros como un tesoro que era suficiente con custodiar para mantener encendida la llama. No ha sido así: ese fuego que ardía en el pecho de aquellos que nos han precedido se ha desvanecido poco a poco.

Uno de los límites de las sociedades actuales es tener poca memoria, liquidar como una carga inútil y pesada lo que nos ha precedido. Pero esto tiene consecuencias graves. Pensemos en la educación: ¿cómo podemos esperar que las nuevas generaciones crezcan sin memoria? ¿Y cómo pensar edificar el futuro sin posicionarse respecto a la historia que ha generado nuestro presente? Como cristianos no cultivamos ninguna doblez nostálgica sobre un pasado que ya no está. Miramos más bien adelante con confianza. No tenemos espacios para defender porque el amor de Cristo no conoce fronteras intransitables. Vivimos en un tiempo favorable para una Iglesia en salida, pero una Iglesia rica de memoria, toda empujada por el viento del Espíritu para ir al encuentro con el hombre que busca una razón para vivir. Son innumerables las huellas de la presencia de Dios a lo largo de la historia del mundo; todo de hecho, empezando por la creación, nos habla de Él. El Dios real y vivo ha querido compartir nuestra historia: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros» (Juan 1, 14). Dios no es un recuerdo, sino una presencia, para acoger siempre de nuevo, como el amado por la persona que ama.

Hay una enfermedad que puede golpear a los bautizados y que el Santo Padre llama «alzheimer espiritual»: consiste en el olvidar la historia de nuestra relación personal con Dios, ese primer Amor que nos ha conquistado hasta hacernos suyos. Si nos convertimos en «desmemoriados» de nuestro encuentro con el Señor, ya no estamos seguros de nada; entonces nos invade el miedo que bloquea cada movimiento nuestro. Si abandonamos el puerto seguro de nuestra unión con el Padre, nos convertimos en presa de caprichos y de las apetencias del momento, esclavos de los «falsos infinitos», que prometen la luna, pero nos dejan decepcionados y tristes, a la búsqueda espasmódica de algo que llene el vacío del corazón. ¿Cómo evitar este «alzheimer espiritual»? Hay un solo camino: actualizar los inicios, el «primer Amor», que no es un discurso o un pensamiento abstracto, sino una Persona. La memoria grata de este inicio asegura el impulso necesario para afrontar los desafíos siempre nuevos que exigen respuestas igualmente nuevas, permaneciendo siempre abiertos a las sorpresas del Espíritu que sopla donde quiere.

¿Cómo llega a nosotros la gran tradición de la fe? ¿Cómo el amor de Jesús nos alcanza hoy? A través de la vida de la Iglesia, a través de una multitud de testimonios que desde hace dos mil años renuevan el anuncio del acontecimiento Dios-con-nosotros y nos permiten revivir la experiencia del inicio, como fue para los primeros que lo encontraron. También para nosotros «Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó» y por eso es necesario «sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino […], cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió seguirlo; […] recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos» (Francisco, Homilía en la Vigilia Pascual, 19 abril 2014).

Esa mirada siempre nos precede, como nos recuerda san Agustín hablando de Zaqueo: «Él fue mirado, y entonces vio» (Discurso 174, 4.4). No debemos olvidar nunca este inicio. Esto es lo que hemos heredado, el tesoro precioso que debemos redescubrir cada día, si queremos que sea nuestro. Don Giussani ha dejado una imagen eficaz de este compromiso que no podemos disertar: «Por naturaleza, quienes aman al niño meten en su mochila, sobre sus hombros, todo lo bueno que ha vivido en la vida […]. Pero, llegado cierto punto, la naturaleza da al niño, al que había sido niño, el instinto de tomar la mochila y ponérsela delante de los ojos […] ¡Tiene pues que convertirse en problema lo que nos han dicho! Si no se convierte en problema, no madurará nunca […]. Una vez puesta delante de los ojos la mochila, […] compara lo que ve dentro, es decir, lo que le ha puesto sobre los hombros la tradición, con los deseos de su corazón: […] es exigencia de verdad, de belleza, de bondad. […] Haciendo esto, toma su fisionomía de hombre» (Educar es un riesgo, Milán 2005, 17-19).

«Ganar de nuevo la propia herencia» es un compromiso al cual la Madre Iglesia llama a cada generación; y el Santo Padre invita a no dejarse asustar por cansancios y sufrimientos, que forman parte del camino. No se nos ha concedido mirar la realidad desde el balcón, ni podemos permanecer cómodamente sentados en el sofá viendo el mundo que pasa delante de nosotros en la televisión. Solo ganándose de nuevo la verdad, la belleza y la bondad que nuestros padres nos han entregado, podremos vivir como una oportunidad el cambio de época en el que estamos inmersos, como ocasión para comunicar de forma convincente a los hombres la alegría del Evangelio.

Por esto el Papa Francisco invita a los organizadores y los voluntarios del Encuentro a agudizar la vista para ver los muchos signos —más o menos explícitos— de la necesidad de Dios como sentido último de la existencia, para poder ofrecer a las personas una respuesta viva a las grandes preguntas del corazón humano. Que también este año, los visitantes puedan ver en vosotros testigos fiables de la esperanza que no decepciona. Habladles con los encuentros, las exposiciones, los espectáculos, y sobre todo con vuestra propia vida.

Mientras pide rezar por su ministerio, su santidad envía de corazón a usted, excelencia, y a todos los participantes del Encuentro la deseada Bendición Apostólica.

Uno mi deseo personal y, en la espera de participar durante la jornada de conclusión del Encuentro, confirmo con sentimiento de distinguido respeto.

 



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