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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DEL COMITÉ ORGANIZADOR
DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD EN RÍO DE JANEIRO

Sala Clementina
Lunes 7 de abril de 2014

 

Queridos amigos:

Nueve meses después de mi inolvidable viaje a Brasil, donde fui acogido con los brazos abiertos por el pueblo carioca, experimento una alegría especial al recibir hoy a este grupo, guiado por el cardenal dom Orani Tempesta, que representa a todos aquellos que de alguna manera colaboraron en la XXVIII Jornada mundial de la juventud, haciendo que el amor de Dios tocase —literalmente— el corazón de millones de personas.

Hablando de corazón, tengo que revelaros un secreto: cuando llegué a Brasil, en mi primer discurso oficial, dije que quería entrar por el portal del inmenso corazón de los brasileños, pidiendo el permiso de llamar delicadamente a su puerta y pasar una semana con el pueblo brasileño. Sin embargo, al término de esa semana, al volver a Roma, lleno de nostalgia, me di cuenta de que los cariocas son «ladrones». Sí, «ladrones», porque han robado mi corazón. Aprovecho vuestra presencia hoy aquí para daros las gracias por ese «robo»: gracias por haberme contagiado con vuestro entusiasmo allí en Río de Janeiro, y porque hoy aquí me ayudáis a «matar» la nostalgia de Brasil.

Como decía antes, todos vosotros aquí reunidos representáis a los laicos, religiosos, sacerdotes y obispos que dieron su generosa aportación durante la Jornada. Sé que no fue fácil organizar un acontecimiento de esas dimensiones. Imagino que, en alguna ocasión, pudo haber alguno que llegase a pensar que no podría acabar bien. Por ello, cuán hermoso es poder mirar hacia atrás y ver que las horas de trabajo, los sacrificios, incluso las faltas pasajeras, fueron poca cosa si se comparan con la grandiosidad de la acción de Dios sobre nuestros pobres recursos humanos. Es la dinámica de la multiplicación de los panes. Cuando Jesús pidió a los apóstoles que dieran de comer a la multitud, ellos sabían que era imposible. Pero fueron generosos. Dieron al Señor todo lo que tenían, y Jesús multiplicó sus esfuerzos. ¿No fue así también en la Jornada mundial de la juventud?

Pero no debemos sólo mirar hacia atrás. Ante todo debemos mirar al futuro, reforzados por la certeza de que Dios multiplicará siempre nuestros esfuerzos. Jesús nos repite constantemente: «Dadles vosotros de comer» (Mc 6, 37). Por ello, este milagro vivido en la Jornada de la juventud se debe repetir cada día, en cada parroquia, en cada comunidad, en el apostolado personal de cada uno. No podemos quedarnos tranquilos sabiendo que aún «tantos hermanos nuestros viven sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 49). Por este motivo es necesario reflexionar nuevamente sobre esas tres ideas que, en cierto sentido, resumen todo el mensaje de la Jornada mundial de la juventud: id, sin miedo, para servir. Debemos ser una «Iglesia que sale» (cf. Ibid., n. 20), como discípulos misioneros que no tienen miedo a las dificultades, porque ya hemos visto que el Señor multiplica nuestros esfuerzos, y por ello estamos cada vez más motivados para servir, entregándonos sin reservas, llenos de la alegría del Evangelio.

Queridos amigos, al realizar esta tarea, miremos el ejemplo de José de Anchieta, el apóstol de Brasil, recientemente declarado santo. En una de sus cartas, escribió: «Nada es difícil para aquellos que custodian en el corazón y tienen como único fin la gloria de Dios y la salvación de las almas, por las cuales no dudan entregar la propia vida» (Carta al padre Tiago Laynez). Por eso, con su intercesión os animo a seguir adelante, con alegría y valor, en la hermosa misión de mantener viva en el corazón de los brasileños la llama de amor a Cristo y a su Iglesia. Os doy las gracias nuevamente por vuestra presencia y os pido que no dejéis nunca de rezar por mí. ¡Gracias!



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