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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL SIMPOSIO DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES DE ÁFRICA Y MADAGASCAR

Sala del Consistorio
Sábado 7 de febrero de 2015

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Queridos hermanos:

Este encuentro con vosotros, que representáis al simposio de las Conferencias episcopales de África y Madagascar (SECAM), me ofrece la oportunidad de alentar a esta institución, concebida y promovida después del Concilio Vaticano II para prestar un servicio a las Iglesias locales en África. Tal servicio tiene el objetivo de dar respuestas comunes a los nuevos desafíos del continente, para que la Iglesia pueda hablar al unísono, testimoniando su vocación de ser signo e instrumento de salvación, de paz, de diálogo y reconciliación. Para cumplir esta misión, es muy importante que el simposio permanezca fiel a su propia identidad, es decir, que sea una experiencia viva de comunión y servicio, especialmente a los más pobres.

Este camino requiere que los pastores estén libres de cualquier preocupación mundana y política y fortalezcan los vínculos de comunión con el Papa mediante la colaboración con las nunciaturas apostólicas y una comunicación «fluida» y directa con las demás instancias de la Iglesia. Al mismo tiempo, es necesario tener experiencias eclesiales sencillas, al alcance de todos, así como estructuras pastorales sobrias. La experiencia enseña que las grandes estructuras burocráticas analizan abstractamente los problemas y corren el riesgo de mantener alejada la Iglesia de la gente. Por eso es importante la concreción: lo concreto, que se pueda palpar la realidad.

Las jóvenes generaciones necesitan, sobre todo, vuestro testimonio: los jóvenes nos miran. En África, el futuro está en las manos de los jóvenes, y hoy están llamados a defenderse de nuevas y desaprensivas formas de «colonización», como el éxito, la riqueza, el poder a toda costa, pero también el fundamentalismo y el uso distorsionado de la religión, e ideologías nuevas que destruyen la identidad de las personas y las familias. El camino más eficaz para superar la tentación de ceder a estos estilos de vida tan peligrosos es invertir en el campo de la educación. La misma también será útil para contrastar la difundida mentalidad de vejación y violencia, así como las divisiones sociales, étnicas o religiosas. Hay que preocuparse, sobre todo, por ofrecer una propuesta educativa que enseñe a los jóvenes a pensar críticamente y les indique un itinerario de maduración en los valores (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 64). En este itinerario educativo, un instrumento importante es la pastoral escolar: tanto en las escuelas católicas como en las públicas, es preciso conjugar la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio (ibídem, nn. 132-134).

Por varias causas, también en África se está produciendo cierta disgregación familiar; por lo tanto, la Iglesia está llamada a valorar e incentivar todas las iniciativas en favor de la familia como fuente privilegiada de toda fraternidad y fundamento y camino primordial de la paz (cf. Juan Pablo II, Mensaje para la XXVII Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 1994). En estos últimos tiempos muchos sacerdotes, religiosos y laicos han emprendido encomiables obras en apoyo de la familia, dedicando especial atención a los ancianos, a los enfermos y a los discapacitados. Sobre todo en las regiones más aisladas y remotas vuestras Iglesias han proclamado el Evangelio de la vida y, a ejemplo del buen samaritano, han socorrido a los más necesitados. También se ha dado un estupendo testimonio de caridad durante la reciente emergencia del virus del ébola, que afectó a tantas comunidades, parroquias y centros hospitalarios. Numerosos misioneros africanos han ofrecido generosamente su vida para permanecer junto a los enfermos. Este es un camino que se ha de recorrer siempre con renovado ardor apostólico. Nosotros, los discípulos de Cristo, no podemos dejar de preocuparnos por el bien de las personas más débiles; y también debemos llamar la atención de la sociedad y de las autoridades públicas sobre sus condiciones de vida.

Queridos hermanos: Deseo expresar mi aprecio por la valiosa contribución de tantos sacerdotes, religiosos y fieles laicos al anuncio del Evangelio y al progreso social de vuestras poblaciones. Vuestro simposio es también un lugar de promoción de la legalidad, para sanar las plagas de la corrupción y del fatalismo y favorecer el compromiso de los cristianos en las realidades seculares, con vistas al bien común. En efecto, la gran tarea de la evangelización consiste en lograr que el Evangelio impregne nuestra vida de modo que, por nuestra parte, podamos llevarlo a los demás. Por eso es importante recordar que la evangelización comporta la conversión, es decir, la transformación interior. El proceso de purificación inherente a la evangelización significa aceptar la llamada de Cristo a «convertirse y creer en el Evangelio» (cf. Mc 1, 15). Como resultado de esta conversión a la salvación, no sólo la persona, sino también toda la comunidad eclesial se transforma, se convierte cada vez más en una expresión viva de fe y caridad.

Que la luz y la fuerza del Espíritu Santo sostengan vuestros esfuerzos pastorales. Que la Virgen María os proteja, interceda por vosotros y por todo el continente africano. Que os acompañe también mi bendición. Por favor, rezad por mí.

 



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