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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS DE CASSANO ALLO JONIO

Aula Pablo VI
Sábado 21 de febrero de 2015

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Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo ante todo a vosotros, fieles de la diócesis de Cassano all’Jonio, acompañados por vuestro pastor monseñor Nunzio Galantino, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido. Y os doy las gracias a vosotros por haberlo dejado a disposición de la Conferencia episcopal el año pasado. ¡Muchas gracias! Muchas gracias, de corazón. Pero pobre hombre, durante ese año iba y venía, iba y venía... Creo que llegó el momento de pensar en daros otro pastor... [los peregrinos responden: «¡No!»]... Tal vez vosotros le haréis una estatua grande, lo recordaréis... Saludo igualmente a los demás obispos presentes, entre quienes está también el obispo eparquial de Lungro: en efecto, la Iglesia en Calabria acoge tradiciones y ritos diversos, que expresan la variedad de los dones que enriquecen a la Iglesia de Cristo.

Saludo a los representantes de la Comunidad Emmanuel, nacida del deseo de «poner vida con vida» entre quienes llaman a su puerta. Y agradezco las palabras que usted [padre Mario Marafioti] me ha dirigido, y aliento vuestro compromiso en la acogida del «Cristo que sufre». Esta acogida es fruto de un estilo de apostolado fundado en la oración fervorosa y en una vida comunitaria intensa. De aquí surgieron los centros de acogida y de escucha, las casas-familia, en Italia y en el extranjero, y las asociaciones, entre las cuales saludo a los voluntarios Emmanuel de Cerignola.

El recuerdo de la visita a vuestra Comunidad diocesana sigue estando vivo en mi corazón: los encuentros con los presos, los enfermos, los sacerdotes, los religiosos, los seminaristas... ¿cuántos son ahora los seminaristas? [«Ocho»] ¿Ocho? Esto no está bien. Debemos rezar más por las vocaciones. ¿De acuerdo? ¡De acuerdo! El Señor nos dijo que recemos para que Él mande sacerdotes. Confío en vuestra oración: llamar al corazón de Jesús, para que mande sacerdotes. Recuerdo también el encuentro con los ancianos, la visita a la catedral y al seminario, y luego la extraordinaria presencia de la gente en la explanada de Sibari: ¡estaba toda Calabria! Toqué con la mano vuestra fe y vuestra caridad. Que el Señor os ayude a caminar siempre unidos, en las parroquias y en las asociaciones, guiados por el obispo y los sacerdotes; que os ayude a ser comunidad acogedora, para acompañar hacia Cristo a quienes les cuesta reconocer su presencia que salva.

Quisiera reafirmar una idea que os sugerí durante mi visita: quien ama a Jesús, quien escucha y acoge su Palabra y quien vive de modo sincero la respuesta a la llamada del Señor no puede de ninguna manera dedicarse a las obras del mal. ¡O Jesús o el mal! Jesús no invitaba a comer a los demonios: los expulsaba, porque eran el mal. ¡O Jesús o el mal! Uno no puede llamarse cristiano y violar la dignidad de las personas; quienes pertenecen a la comunidad cristiana no pueden programar y realizar gestos de violencia contra los demás y contra el medio ambiente. Los gestos exteriores de religiosidad que no van acompañados por una auténtica y pública conversión no son suficientes para considerarse en comunión con Cristo y con su Iglesia. Los gestos exteriores de religiosidad que no van acompañados por una auténtica y pública conversión no son suficientes para considerarse en comunión con Cristo y con su Iglesia. Los gestos exteriores no son suficientes para acreditar como creyentes a quienes, con la maldad y la arrogancia típica de los criminales, hacen de la ilegalidad su estilo de vida. A quienes eligieron el camino del mal y están afiliados a organizaciones criminales renuevo la apremiante invitación a la conversión. ¡Abrid vuestro corazón al Señor! ¡Abrid vuestro corazón al Señor! El Señor os espera y la Iglesia os acoge si, como pública ha sido vuestra opción de servir al mal, clara y pública es también vuestra voluntad de servir al bien.

Queridos hermanos y hermanas de Cassano, la belleza de vuestra tierra es un don de Dios y un patrimonio que hay que conservar y trasmitir en todo su esplendor a las futuras generaciones. Por lo tanto, es necesario el compromiso valiente de todos, comenzando por las instituciones, a fin de que vuestra tierra no sea destrozada de modo irreparable por intereses mezquinos. Entre las «bellezas» de vuestra tierra está la Comunidad Emmanuel, ejemplo de acogida y de fraternidad con los más débiles. Jóvenes destrozados por la droga han encontrado en vosotros y en vuestras estructuras al «buen samaritano» que supo inclinarse sobre sus heridas y ungirlo con el bálsamo de la cercanía y el afecto. ¡Cuántas familias han encontrado en vosotros la ayuda necesaria para volver a esperar en el destino de los propios hijos! La Iglesia os agradece este servicio. Estando cerca de los jóvenes y adultos oprimidos por las dependencias, vosotros habéis abrazado a Jesús que sufre y habéis sembrado la esperanza.

Nuestro tiempo tiene gran necesidad de esperanza. A los jóvenes no se les puede impedir esperar. Los jóvenes necesitan esperar. A quienes viven la experiencia del dolor y del sufrimiento hay que ofrecer signos concretos de esperanza. Las realidades sociales y asociativas, así como cada persona que se dedica a la acogida y al compartir, son generadores de esperanza. Por lo tanto, exhorto a vuestras comunidades cristianas a ser protagonistas de solidaridad, a no detenerse ante quien, por mero interés personal, siembra egoísmo, violencia e injusticia. Oponeos a la cultura de la muerte y sed testigos del Evangelio de la vida. Que la luz de la Palabra de Dios y el apoyo del Espíritu Santo os ayuden a contemplar con ojos nuevos y disponibles a las numerosas formas nuevas de pobreza que arrojan en la desesperación a muchos jóvenes y muchas familias.

Sobre todos vosotros aquí presentes y sobre toda la diócesis de Cassano all’Jonio invoco la protección de María santísima, que vosotros veneráis con los títulos de Virgen de la Cadena y Virgen del Castillo. Que os acompañe también mi bendición. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

Y ahora, todos juntos, nos dirigimos a la Virgen, diciéndole: Ave María...

Muchas gracias por vuestra visita. ¡Os bendigo!

 



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