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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS REPRESENTANTES DE LA CONFEDERACIÓN ITALIANA DE COOPERATIVAS

Aula Pablo VI
Sábado 28 de febrero de 2015

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Hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Esta última [se refiere al coro] ha sido la «cooperativa» más melodiosa. ¡Enhorabuena!

Gracias por este encuentro con vosotros y con la realidad que representáis, la cooperación. Las cooperativas desafían todo, desafían incluso a la matemática, porque en la cooperativa uno más uno suma tres. Y en la cooperativa, un fracaso es medio fracaso. Esta es la belleza de las cooperativas.

Vosotros sois, ante todo, la memoria viva de un gran tesoro de la Iglesia italiana. En efecto, sabemos que en el origen del movimiento cooperativista italiano, muchas cooperativas agrícolas y de crédito, ya en el siglo XIX, fueron sabiamente fundadas y promovidas por sacerdotes y párrocos. Todavía ahora, en diversas diócesis italianas, se recurre al cooperativismo como remedio al problema de la desocupación y a las diversas formas de malestar social. Hoy es una regla, no digo normal, habitual... pero que se ve con mucha frecuencia: «¿Buscas trabajo? Ven, ven a esta empresa». 11 horas, 10 horas de trabajo, 600 euros. «¿Te gusta? ¿No? Regresa a casa». ¿Qué hacer en este mundo que funciona así? Porque hay una serie, una fila de gente que busca trabajo: si a ti no te gusta, a aquel otro le gustará. Es el hambre, el hambre nos hace aceptar lo que nos dan, el trabajo en negro... Podría preguntar, para poner un ejemplo, sobre el personal doméstico: ¿cuántos hombres y mujeres que trabajan como personal doméstico tienen ahorro social para la pensión?

Todo esto es muy conocido. La Iglesia siempre ha reconocido, apreciado y alentado la experiencia de cooperativismo. Lo leemos en los documentos del Magisterio. Recordemos el grito lanzado en 1891, con la Rerum novarum, por el Papa León XIII: «Todos propietarios y no todos proletarios». Y son ciertamente también conocidas las páginas de la encíclica Caritas in veritate, donde Benedicto XVI se expresa a favor de la cooperación en el crédito y en el consumo (cf. nn. 65-66), destacando la importancia de la economía de comunión y del sector non profit (cf. n. 41), para afirmar que el dios-beneficio no es una divinidad, sino que es sólo una brújula y un metro de valoración de la actividad empresarial. El Papa Benedicto nos explicó también cómo nuestro mundo necesita una economía del don (cf. nn. 34-39), es decir, una economía capaz de dar vida a empresas inspiradas en el principio de la solidaridad y capaces de «crear iniciativas». Así, pues, resuena a través de vosotros la exclamación pronunciada por León XIII al bendecir los inicios del movimiento cooperativo católico italiano, cuando dijo que, para hacer esto, «es admirable la fuerza de las doctrinas cristianas. En primer lugar, toda la doctrina de la religión cristiana» (Enc. Rerum novarum, 15).

Estas, y muchas otras afirmaciones de reconocimiento y de aliento dirigidas a los miembros de las cooperativas por parte de la Iglesia son válidas y actuales. Pienso también en el extraordinario magisterio social del beato Pablo VI. Tales afirmaciones las podemos confirmar y reforzar. No es necesario, por ello, repetirlas o hacer amplia referencia a ellas.

Hoy quisiera que nuestro diálogo no mire sólo al pasado, sino que se dirija sobre todo hacia adelante: a las nuevas perspectivas, a las nuevas responsabilidades, a las nuevas formas de iniciativa de las empresas cooperativas. Es una auténtica misión que nos pide fantasía creativa para encontrar formas, métodos, actitudes e instrumentos, para combatir la «cultura del descarte», la que hoy vivimos, la «cultura del descarte» cultivada por los poderes que rigen las políticas económico-financieras del mundo globalizado, donde en el centro está el dios dinero.

Globalizar la solidaridad —¡esto se debe globalizar, la solidaridad!— hoy significa pensar en el aumento vertiginoso de los desempleados, las lágrimas incesantes de los pobres, la necesidad de retomar un desarrollo que sea un verdadero progreso integral de la persona que necesita ciertamente un ingreso, pero no sólo el ingreso. Pensemos en las necesidades de la salud, que los sistemas de bienestar tradicional ya no logran satisfacer; en las exigencias apremiantes de la solidaridad, poniendo de nuevo en el centro de la economía mundial la dignidad de la persona humana, como lo habéis dicho vosotros. Como diría también hoy el Papa León XIII: para globalizar la solidaridad «es admirable y varia la fuerza de las doctrinas cristianas».

Por lo tanto, no os detengáis a mirar sólo lo que habéis sabido hacer. Seguid perfeccionando, reforzando y actualizando las buenas y sólidas realidades que ya habéis construido. Pero tened también el valor de salir de ello, llenos de experiencia y de buenos métodos, para llevar el cooperativismo hacia las nuevas fronteras del cambio, hasta las periferias existenciales donde necesita surgir la esperanza y donde, lamentablemente, el sistema socio-político actual parece, en cambio, fatalmente destinado a sofocar la esperanza, a robar la esperanza, aumentando riesgos y amenazas.

Este gran salto hacia adelante que nos proponemos que realice el cooperativismo, os confirmará que todo lo que ya habéis hecho no sólo es positivo y vital, sino que sigue siendo profético. Por ello tenéis que seguir inventando —esta es la palabra: inventar— nuevas formas de cooperación, porque también para las cooperativas es válida la consideración: cuando el árbol da nuevas ramas, las raíces están vivas y el tronco es fuerte.

Aquí, hoy, vosotros representáis válidas experiencias en múltiples sectores: desde la valorización de la agricultura, a la promoción de la construcción de nuevas casas para quien no tiene casa, desde las cooperativas sociales hasta el crédito cooperativo, aquí ampliamente representado, desde la pesca hasta la industria, las empresas, las comunidades, el consumo, la distribución y muchos otros tipos de servicios. Sé bien que esta lista está incompleta, pero es bastante útil para comprender cuán precioso es el método cooperativo, que debe seguir adelante, creativo. Se mostró de este modo ante muchos desafíos. Y lo seguirá siendo. Todo aprecio y todo aliento corren el riesgo de permanecer genéricos. Quisiera ofreceros, en cambio, algunos puntos de aliento concretos.

El primero es este: las cooperativas tienen que seguir siendo el motor que levanta y desarrolla la parte más débil de nuestras comunidades locales y de la sociedad civil. De esto no es capaz el sentimiento. Para ello es necesario poner en primer lugar la fundación de nuevas empresas cooperativas, junto al desarrollo ulterior de las que ya existen, para crear sobre todo nuevas posibilidades de trabajo que hoy no existen.

El pensamiento se dirige ante todo a los jóvenes, porque sabemos que la desocupación juvenil, dramáticamente elevada —pensemos que, en algunos países de Europa, es del 40, 50 por ciento— destruye en ellos la esperanza. Pero pensemos también en las numerosas mujeres que tienen necesidad y voluntad de incorporarse al mundo del trabajo. No descuidemos a los adultos que con frecuencia quedan prematuramente sin trabajo. «Tú, ¿qué eres?» — «Soy ingeniero» — «Ah, qué bueno, qué bueno. ¿Cuántos años tiene?» — «49» — «No sirve, se puede marchar». Esto sucede todos los días. Además de las nuevas empresas, miremos también a las empresas que pasan por un momento de dificultad, a las que a los viejos dueños les conviene dejarlas morir y que, en cambio, podrían revivir con las iniciativas que vosotros llamáis «Workers buy out», «empresas recuperadas», en mi lengua, empresas salvadas. Y yo, como he dicho a sus representantes, soy un aficionado de las empresas recuperadas.

Un segundo aliento —no por importancia— es el de activaros como protagonistas para realizar nuevas soluciones de bienestar, en especial en el campo de la salud, un campo delicado donde mucha gente pobre ya no encuentra respuestas adecuadas a sus necesidades. Conozco lo que hacéis desde hace años con corazón y con pasión, en las periferias de las ciudades y de nuestra sociedad, por las familias, los niños, los ancianos, los enfermos y las personas desfavorecidas y que atraviesan dificultades por diversas razones, llevando a las casas corazón y asistencia. La caridad es un don. No es un simple gesto para tranquilizar el corazón, es un don. Cuando hago un gesto de caridad me entrego yo mismo. Si no soy capaz de donarme eso no es caridad. Un don sin el cual no se puede entrar en la casa de quien sufre. En el lenguaje de la doctrina social de la Iglesia esto significa servirse de la subsidiariedad con fuerza y coherencia: significa unir las fuerzas. Qué hermoso sería si, partiendo de Roma, entre las cooperativas, las parroquias y los hospitales, pienso en el «Bambin Gesù» en especial, pudiese nacer una red eficaz de asistencia y solidaridad. Y la gente, partiendo de los más necesitados, fuese puesta en el centro de todo este movimiento solidario: la gente en el centro, los más necesitados en el centro. ¡Esta es la misión que nos proponemos! A vosotros os corresponde la tarea de inventar soluciones prácticas, de hacer funcionar esta red en las situaciones concretas de vuestras comunidades locales, partiendo precisamente de vuestra historia, con vuestro patrimonio de conocimientos para conjugar el ser empresa y al mismo tiempo no olvidar que en el centro de todo está la persona.

Habéis hecho mucho, y todavía queda mucho por hacer. ¡Sigamos adelante!

El tercer aliento se refiere a la economía, su relación con la justicia social, la dignidad y el valor de las personas. Se sabe que un cierto liberalismo cree que sea necesario antes producir riqueza, y no importa cómo, para luego promover alguna política redistributiva por parte del Estado. Primero llenar el vaso y luego dar a los demás. Otros piensan que es la misma empresa quien debe dar las migajas de la riqueza acumulada, absolviendo de este modo la propia y así llamada «responsabilidad social». Se corre el riesgo de ilusionarse con hacer el bien mientras que, lamentablemente, se sigue sólo haciendo marketing, sin salir del circuito fatal del egoísmo de las personas y de las empresas que tienen como centro el dios dinero.

En cambio, nosotros sabemos que realizando una calidad nueva de economía se crea la capacidad de hacer crecer a las personas en todas sus potencialidades. Por ejemplo: el socio de la cooperativa no debe ser sólo un abastecedor, un trabajador, un usuario bien tratado, debe ser siempre el protagonista, debe crecer, a través de la cooperativa, crecer como persona, socialmente y profesionalmente, en la responsabilidad, en hacer realidad la esperanza, en construir juntos. No digo que no se deba crecer en las ganancias, pero eso no es suficiente: es necesario que la empresa gestionada por la cooperativa crezca de verdad de modo cooperativo, es decir, implicando a todos. ¡Uno más uno es tres! Esta es la lógica.

«Co-operari», en la etimología latina, significa obrar juntos, cooperar, y, por lo tanto, trabajar, ayudar, contribuir a alcanzar un fin. No os conforméis nunca con la palabra «cooperativa» sin ser conscientes de la auténtica esencia y del espíritu de la cooperación.

La cuarta sugerencia es esta: si miramos a nuestro alrededor nunca sucede que la economía se renueve en una sociedad que envejece, en lugar de crecer. El movimiento cooperativo puede ejercer un papel importante para sostener, facilitar y también alentar la vida de las familias. Realizar la conciliación, o tal vez mejor la armonización entre trabajo y familia, es un tarea que habéis ya iniciado y que debéis realizar cada vez más. Hacer esto significa también ayudar a las mujeres a realizarse plenamente en la propia vocación y a fructificar sus propios talentos. Mujeres libres de ser cada vez más protagonistas, tanto en las empresas como en las familias. Sé bien que las cooperativas ya proponen muchos servicios y muchas fórmulas organizativas, como la mutual; que salen al encuentro de las exigencias de todos, de los niños y los ancianos en especial, desde las guarderías hasta la asistencia en los domicilios. Este es nuestro modo de gestionar los bienes comunes, esos bienes que no deben ser sólo la propiedad de pocos y no deben perseguir fines especulativos.

El quinto aliento tal vez os sorprenderá. Para hacer todas estas cosas se necesita dinero. Las cooperativas, en general, no fueron fundadas por grandes capitalistas, es más, se dice a menudo que las mismas están estructuralmente subcapitalizadas. En cambio, el Papa os dice: debéis invertir, y debéis invertir bien. En Italia ciertamente, pero no sólo, es difícil obtener dinero público para cubrir la escasez de recursos. La solución que os propongo es esta: unid con determinación los medios buenos para realizar obras buenas. Colaborad más entre cooperativas bancarias y empresas, organizad los recursos para hacer vivir con dignidad y serenidad a las familias; pagad salarios justos a los trabajadores, invirtiendo sobre todo en las iniciativas que sean verdaderamente necesarias.

No es fácil hablar de dinero. Decía Basilio de Cesarea, Padre de la Iglesia del siglo iv, citado luego por san Francisco de Asís, que «el dinero es el estiércol del diablo». Lo repite ahora también el Papa: «el dinero es el estiércol del diablo». Cuando el dinero se convierte en un ídolo, dirige las opciones del hombre. Y entonces arruina al hombre y lo condena. Lo hace un esclavo. El dinero al servicio de la vida puede ser gestionado en la forma justa por la cooperativa, si es una cooperativa auténtica, verdadera, donde no manda el capital sobre los hombres, sino los hombres sobre el capital.

Por esto os digo que hacéis bien —y os digo también de hacerlo cada vez más— en oponeros y combatir las falsas cooperativas, las que prostituyen el propio nombre de cooperativa, es decir, de una realidad tan buena, para engañar a la gente con fines de lucro contrarios a los de la verdadera y auténtica cooperación. Hacéis bien, os lo digo, porque, en el campo en el que actuáis, asumir una fachada honorable y perseguir en cambio fines despreciables e inmorales, a menudo dirigidos a la explotación del trabajo, o incluso a las manipulaciones de mercado, y hasta escandalosos tráficos de corrupción, es una vergonzosa y gravísima mentira que no se puede aceptar de ninguna manera. ¡Luchad contra esto! ¿Pero cómo luchar? ¿Sólo con las palabras? ¿Con las ideas? Luchad con la cooperación justa, la verdadera, la que siempre vence.

La economía cooperativa, si es auténtica, si quiere desempeñar una función social fuerte, si quiere ser protagonista del futuro de una nación y cada una de las comunidades locales, debe perseguir finalidades transparentes y claras. Debe promover la economía de la honradez. Una economía saneada en el mar insidioso de la economía global. Una verdadera economía promovida por personas que tienen en el corazón y en la mente sólo el bien común.

Las cooperativas tienen una tradición internacional fuerte. También en esto habéis sido auténticos pioneros. Vuestras asociaciones internacionales nacieron con gran anticipación respecto a las que crearon otras empresas en tiempos muy posteriores. Ahora está la nueva gran globalización, que reduce algunos desequilibrios pero crea muchos otros. El movimiento cooperativo, por lo tanto, no puede permanecer ajeno a la globalización económica y social, cuyos efectos llegan a todos los países, incluso hasta dentro de nuestras casas.

¿Las cooperativas participan en la globalización como las demás empresas? ¿Existe un modo original que permita a las cooperativas afrontar los nuevos desafíos del mercado global? ¿Cómo pueden las cooperativas participar en el desarrollo de la cooperación salvaguardando los principios de la solidaridad y la justicia? Lo digo a vosotros para decirlo a todas las cooperativas del mundo: las cooperativas no pueden permanecer cerradas en casa, pero tampoco salir de casa como si no fuesen cooperativas. Este es el doble principio: no pueden permanecer cerradas en casa, pero tampoco salir de casa como si no fuesen cooperativas. No, no se puede pensar una cooperativa con doble cara. Hay que tener el valor y la creatividad de construir la senda justa para integrar, en el mundo, el desarrollo, la justicia y la paz.

Por último, no dejéis que viva sólo en la memoria la colaboración del movimiento cooperativo con vuestras parroquias y vuestras diócesis. Las formas de colaboración tienen que ser distintas, respecto a las de los orígenes, pero el camino debe ser siempre el mismo. Donde están las viejas y nuevas periferias existenciales, donde haya personas desfavorecidas, personas solas y descartadas, personas no respetadas, tendedles la mano. Colaborad entre vosotros, en el respeto de la identidad vocacional de cada uno, dándoos una mano.

Sé que desde hace algunos años vosotros estáis colaborando con otras asociaciones cooperativas —incluso si no están vinculadas con nuestra historia y nuestras tradiciones— para crear una alianza de cooperativas y de cooperativistas italianos. Por ahora es una Alianza en potencia, pero vosotros confiáis en llegar a ser una asociación única, una alianza cada vez más vasta entre cooperativistas y cooperativas. El movimiento cooperativo italiano tiene una gran tradición, respetada en el mundo cooperativista internacional. La misión cooperativa en Italia ha estado muy relacionada desde los orígenes a la identidad, los valores y las fuerzas sociales presentes en el país. Esta identidad, por favor, respetadla. Sin embargo, a menudo las opciones que distinguían y dividían fueron durante largo tiempo más fuertes que las opciones que, en cambio, congregaban y unían los esfuerzos de todos. Ahora vosotros pensáis poner en primer lugar lo que os une. Y precisamente alrededor de lo que os une, que es la parte más auténtica, más profunda y más viva de las cooperativas italianas, queréis construir vuestra nueva forma asociativa.

Hacéis bien en proyectar así, y así dais un salto hacia adelante. Cierto, existen cooperativas católicas y cooperativas no católicas. ¿Pero la fe se salva permaneciendo encerrados en sí mismos? Pregunto: ¿la fe se salva permaneciendo encerrados en sí mismos? ¿Permaneciendo sólo entre nosotros? Vivid vuestra alianza como cristianos, como respuesta a vuestra fe y a vuestra identidad sin miedo. Fe e identidad son la base. Seguid adelante, y caminad juntos con todas las personas de buena voluntad. Y esto es también una llamada cristiana, una llamada cristiana a todos. Los valores cristianos no son sólo para nosotros, son para compartirlos. Y compartirlos con los demás, con quienes no piensan como nosotros pero quieren las mismas cosas que queremos nosotros. ¡Seguid adelante, ánimo! Sed creadores, «poetas», ¡adelante!

 



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