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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO POR
LA OFICINA NACIONAL PARA LA PASTORAL DE LAS VOCACIONES
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Aula Pablo VI
Jueves 5 de enero de 2017

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Preparé este discurso [muestra el texto]: son cinco páginas. ¡Es demasiado pronto para dormirse otra vez! Así que voy a dárselo al Secretario General e intentaré deciros lo que me viene en mente, Usted [dirigiéndose a Mons. Galantino] lo dará a conocer después ...

Cuando Mons. Galantino ha comenzado a hablar [en su saludo al Santo Padre] diciendo el lema del encuentro “¡Levántate! ...”, me vino a la mente cuando el ángel dijo a Pedro estas palabras en la cárcel, «Levántate» (Hch 12,7). Pedro no entendía nada. «Ponte el manto...». Y no sabía si soñaba o no «Sígueme». Y las puertas se abrieron, y Pedro se encontró en la calle. Allí, se dio cuenta de que era realidad, no era un sueño: que el ángel de Dios le había liberado. “¡Levántate!” le había dicho. Y él se puso de pie, a toda prisa, y se fue. ¿Y dónde voy? Voy seguramente donde está la comunidad cristiana. Y fue a una casa de cristianos, donde todos rezaban por él. La oración... Él llama a la puerta, sale la sierva, lo mira... y en lugar de abrir la puerta se vuelve atrás. Y Pedro tenía miedo porque había una guardia que daba vueltas por la ciudad. La criada dice: “¡ Es Pedro!” ― “No, Pedro está en la cárcel!”, “no, es el fantasma de Pedro” ― “No, ¡es Pedro, es Pedro!”. Y Pedro llamaba y llamaba. Ese “¡Levántate!” se detuvo por el temor, por la tontería ―aunque no lo sabemos― de una persona. Yo creo que se llamaba ... [Rode]. Es un complejo, el complejo de los que por miedo, por falta de seguridad prefieren cerrar sus puertas.

Me pregunto cuántas personas jóvenes, niños y niñas, hoy se sienten en su corazón ese “levántate”, Y cuántos ―sacerdotes, consagrados, religiosas― cierran las puertas. Y terminan frustrados. Habían oído el “levántate” y llamaban a la puerta ... “Sí, sí, estamos rezando” ― “Sí, ahora no se puede, que estamos rezando”. Entre paréntesis, cuando alguno supo que yo iba a venir para hablar con vosotros sobre las vocaciones, dijo: “Que les diga que recen por las vocaciones, en lugar de hacer tantos congresos”. No sé si es verdad, rezar hace falta, ¡pero rezar con la puerta abierta! Porque conformarse con una convención, sin asegurarse de que las puertas están abiertas, no sirve. Y las puertas se abren con la oración, la buena voluntad, el riesgo. Arriesgarse con los jóvenes. Jesús nos dijo que el primer método para que haya vocaciones es la oración, y no todo el mundo está convencido de ello. “Yo rezo ... sí, yo rezo, todos los días un Padrenuestro por las vocaciones”. Es decir, pagar la cuota. No, ¡la oración que viene del corazón! La oración que hace que el Señor repita ese “¡levántate!”. “¡Levántate, se libre!”, “¡Levántate, te quiero conmigo. Sígueme. Ven a mí y verás donde vivo. ¡Levántate! Sin embargo, con las puertas cerradas, nadie puede entrar donde el Señor. Y las llaves de las puertas las tenemos nosotros. No solamente Pedro, no, no. Todo el mundo.

Abrid las puertas para que entren en las iglesias. He sabido de algunas diócesis en el mundo, bendecidas con vocaciones. Hablando con los obispos pregunté: “¿Qué habéis hecho?”. En primer lugar, una carta del obispo, cada mes, a las personas que deseaban rezar por las vocaciones: las ancianas, los enfermos, los novios... Una carta cada mes, con un pensamiento espiritual, con un subsidio, para acompañar la oración. Los obispos deben acompañar la oración, la oración de la comunidad. Hay que encontrar una manera... Esta es una manera que los obispos ―los tres o cuatro con quienes hablé― han encontrado. Sin embargo, muchas veces los obispos están ocupados, hay tantas cosas ... Sí, sí, pero no debemos olvidar que la primera tarea de los obispos es la oración. La segunda tarea es anunciar el Evangelio. Y esto no lo dicen los teólogos, fue dicho por los apóstoles, cuando se encontraron con esa pequeña revolución en la que muchos cristianos se quejaban de que las viudas no estaban bien atendidas, porque los apóstoles no tenían tiempo; entonces se “inventaron” los diáconos, para que se ocupasen de las viudas, los huérfanos, los pobres ... Nosotros, en esta Iglesia de Roma tenemos un buen diácono, tuvimos a Lorenzo, que dio su vida; se hizo cargo de estas cosa ... Y al final del anuncio, cuando anuncia a la comunidad cristiana, Pedro dice: “A nosotros la oración y el anuncio del Evangelio” (cf. Hch 6,4). Pero alguno podría decirme: “Padre, ¿usted está hablando a la nuera para que le escuche la suegra?. Sí, es verdad. Lo primero es rezar, esto es lo que Jesús nos dijo: “Rezad por las vocaciones”. Yo podría hacer el mayor plan pastoral, la organización más perfecta, pero sin la levadura de oración será pan sin levadura. No tendrá fuerza. La oración es lo primero. Y la comunidad cristiana, esa noche en la que Pedro llamó a la puerta, estaba en oración. El texto dice: “Toda la Iglesia oraba por él” (Hch 12,5). Estaban rezando. Y cuando rezas, el Señor escucha, siempre, siempre. Pero, no hay que rezar como loros. Hay que rezar con el corazón, con la vida, con todo, con el deseo de que lo que estoy pidiendo se cumpla. Rezad por las vocaciones.

Pensad si podéis hacer algo parecido a lo que hicieron esos obispos, que son gente humilde: “Toma este compromiso, reza una oración cada día”; y alimentar este compromiso, siempre. Hoy es un folleto, el próximo mes una carta, luego una estampita... pero que se sientan conectados en la oración, porque la oración de todos tiene mucha fuerza. Lo dice el Señor. Después, la puerta abierta. Dan ganas de llorar cuando vas a algunas parroquias... Y, entre paréntesis, quiero decir que los párrocos italianos son muy buenos; estoy hablando en general, pero esto es un testimonio que quiero dar: nunca he visto en otras diócesis, en mi tierra natal, en otros sitios, organizaciones hechas por los párrocos tan fuertes como aquí. Pensad en el voluntariado: el voluntariado es algo que no se ve en otras partes. ¡Es algo grande! Y ¿quién lo ha puesto en marcha? Los párrocos. Los párrocos rurales, que sirven a uno, dos, tres pueblos, van, vienen, conocen los nombres de todos, incluso de los perros... Los párrocos. Luego está el oratorio en las parroquias italianas: se trata de una institución fuerte ¿Y quién lo ha hecho? ¡Los párrocos! Los párrocos son buenos. Pero a veces ―y hablo en todo el mundo― se va a la parroquia y está escrito en la puerta: “El párroco recibe los lunes, jueves y viernes de 15 a 16”; o: “Se confiesa de tal hora a tal hora”. Estas puertas abiertas... ¿Cuántas veces ―y estoy hablando de mi diócesis anterior―, cuántas veces son las secretarias, mujeres consagradas, las que reciben a la gente, para asustarla. La puerta está abierta, pero la secretaria les enseña los dientes, y la gente huye. Hace falta acogida. Para que haya vocaciones es necesario que haya acogida. Es la casa en la que se acoge.

Y hablando de los jóvenes, acogida para los jóvenes. Esta tercera cosa es un poco difícil. Los jóvenes se cansan, porque siempre tienen una idea, hacen ruido, hacen esto o lo otro… Y luego vienen: “Pero, me gustaría hablar con usted...” ― “Sí, ven”. Y las mismas preguntas, los mismos problemas: “Te lo dije...”. Cansan. Si queremos vocaciones: puerta abiertas, rezar y estar clavados a la silla para escuchar a los jóvenes. “¡Pero tiene muchas fantasías! ...”. Bendito sea el Señor! Te toca a ti hacer que aterricen. Escucharles: el apostolado del oído. “Quieren confesarse, pero siempre se confiesan de lo mismo” ― “Tu también, cuando eras joven, ¿te has olvidado”. La paciencia: escuchad, que se sienten como en casa, acogidos, que se sientan queridos. Y más de una vez hacen tonterías: gracias a Dios, porque no son viejos. Es importante “perder el tiempo” con los jóvenes. A veces aburren, porque ―como dije― vienen siempre con las mismas cosas; pero el tiempo es para ellos. En lugar de hablar de ellos, tenéis que escucharles, y decir sólo una “gotita”, una palabra, y basta, se pueden ir. Y esto será una semilla que crecerá desde dentro. Pero podría decir: “Sí, he estado con el párroco, con el sacerdote, con la monja, con el presidente de la Acción Católica, y me ha escuchado, como si no tuviera nada que hacer”. Esto los jóvenes lo entienden muy bien

Después, algo más de los jóvenes: tenemos que prestar atención a lo que buscan, porque los jóvenes cambian con los tiempos. En mis tiempos estaban de moda las reuniones: “Hoy vamos a hablar del amor”, y todo el mundo se preparaba el tema del amor, se hablaba... Nos quedábamos contentos. Después salíamos de allí, íbamos al estadio para ver el partido ―no había televisión― estábamos tranquilos. Se hacían obras de caridad, visitas a hospitales... todo arreglado. Pero estábamos más bien “quietos”, en sentido figurado. Hoy en día, los jóvenes necesitan moverse, los jóvenes deben caminar; para trabajar por las vocaciones hay que hacer que los jóvenes caminen y se consigue acompañando. El apostolado del caminar. Y ¿cómo caminar, cómo? ¿Correr un maratón? ¡No! Inventar acciones pastorales que involucren a los jóvenes, en algo que les lleve a hacer algo: en las vacaciones nos vamos una semana para hacer una misión en ese país, o para hacer asistencia social en ese otro, o cada semana vamos al hospital, este, o el otro..., o dar de comer a las personas sin hogar en las grandes ciudades... Los jóvenes necesitan esto, y se sienten Iglesia cuando lo hacen. Incluso los jóvenes que no se confiesan, tal vez, o no reciben la comunión, pero se sienten Iglesia. Después se confesarán, después comulgarán; pero tú, ponlos en camino. Y caminando el Señor habla, el Señor llama. Y vienen las ideas: tenemos que hacer esto...; yo quiero hacer...; y se involucran en los problemas de los demás. Jóvenes en movimiento, no quietos. Los jóvenes quietos, que tienen todo seguro... son jóvenes jubilados. Y hay muchos hoy en día. Jóvenes que tienen todo asegurado: son jubilados de la vida. Estudian, tendrán una profesión, pero el corazón ya está cerrado. Y están retirados. Por lo tanto, caminar, caminar con ellos, hacer que caminen, que anden, Y en el camino surgen preguntas, preguntas a las que es difícil responder. Os confieso que cuando visito algunos países o incluso aquí en Italia, en algunas ciudades, habitualmente me reúno o almuerzo con un grupo de jóvenes. Las preguntas que te hacen en esos momentos te hacen temblar porque no sabes qué contestar . Porque son inquietos, en sentido positivo: están en búsqueda. Y esa inquietud es una gracia de Dios. No se puede detener la inquietud. A veces dirán tonterías, pero están inquietos y eso es lo que importa. Y esa inquietud es necesario ponerla en marcha.

“¡Levántate!”. La puerta abierta. La oración. Acercarse a ellos, escucharlos. “Pero son aburridos!...”.¡ Escuchadles! Haced que caminen, con propuestas de “hacer”. Ellos entienden mejor el lenguaje de las manos que el de la cabeza o el del corazón; entienden el hacer: lo entienden bien. Entienden así, así, pero entienden, lo hacen bien si se les da por hacer. Entienden bien: tienen una capacidad de juzgar muy aguda; tenemos que ajustar un poco la cabeza, pero a eso se llega con el tiempo.

Y, en fin, lo último que se me ocurre para la pastoral de las vocaciones, es el testimonio. Un chico, una chica, es verdad que escuchan la llamada del Señor, pero la llamada es siempre concreta, y al menos la mayor parte de las veces es: “Me gustaría ser como aquel o como aquella”. Lo que atrae a los jóvenes son nuestros testimonios. Testimonios de buenos sacerdotes, de buenas monjas. Una vez fue una monja a hablar en un colegio ―era una superiora, creo que una madre general, en otro país, no aquí― y reunió ―esto es histórico― a la comunidad educativa de aquel colegio de monjas, y esta madre general, en vez de hablar sobre el reto de la educación, sobre los jóvenes que estaban educando, de todas estas cosas, comenzó a decir: “Hay que rezar por la canonización de nuestra madre fundadora”, y se pasó más de media hora hablando de la madre fundadora, que había que hacer esto y lo otros, pedir el milagro... Pero la comunidad educativa, los profesores, las profesoras pensaban: “Pero, ¿por qué nos dice todo esto cuando lo que necesitamos son otras cosas?... Sí, esto está muy bien, que sea beatificada y canonizada pero necesitamos otro mensaje”. Finalmente, una de las profesoras ―era muy buena, yo la conocía― dijo: “Madre, ¿puedo decir algo?” ― “Sí” ― “Vuestra madre nunca será canonizada” ― “¿Pero por qué?” ― “Porque sin duda está en el purgatorio” ― “¡Pero no diga esas cosas! ¿Por qué dice eso?” ― “Por haberla fundado a usted. Porque si usted que es la general, es tan, digamos, necia , por no decir más, su madre general no ha sabido formarla”. ¿No es así? Es el testimonio: que vean vivir en vosotros lo que predicáis, lo que os ha llevado a convertiros en sacerdotes, monjas, también laicos que trabajan duro en la casa del Señor. Y no gente que busca seguridad, que cierra las puertas, que asusta a los otros, hablando de cosas que no interesan, que aburre a los jóvenes, que no tiene tiempo ... “Sí, sí, pero llevo algo de prisa...” No. Lo que se necesita es un gran testimonio.

No sé, esto es lo que me ha salido del corazón cuando escuché ese “¡Levántate!” que ha dicho mons. Galantino, el lema de vuestro encuentro. Y he hablado de lo que siento. Y gracias por lo que hacéis, gracias a esta conferencia, gracias por las oraciones ... y ¡adelante! Que el mundo no termina con nosotros, tenemos que seguir...

Ahora, antes de la bendición, recemos a la Virgen: “Ave María..”.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 5 de enero de 2017.

 



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