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VISITA PASTORAL DEL PAPA FRANCISCO
A CESENA EN EL TERCER CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE PÍO VI
Y A BOLONIA PARA LA CLAUSURA DEL CONGRESO EUCARÍSTICO DIOCESANO

ENCUENTRO CON LOS ESTUDIANTES Y EL MUNDO ACADÉMICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Piazza San Domenico (Bolonia)
Domingo, 1 de octubre de 2017

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Queridos amigos:

Me alegra compartir este momento con vosotros y agradezco cordialmente al Rector y a los estudiantes sus intervenciones. No podía venir a Bolonia sin encontrar al mundo universitario. La Universidad de Bolonia es un laboratorio de humanismo desde hace casi mil años: aquí el diálogo con las ciencias ha inaugurado una época y moldeado la ciudad. Por eso Bolonia se llama “la docta”: docta pero no sabihonda, precisamente gracias a la Universidad, que ha hecho que siempre fuera abierto, educando ciudadanos del mundo y recordando que la identidad de pertenencia es la de la casa común, universitas.

La palabra universitas contiene la idea del todo y la de la comunidad. Nos ayuda a recordar los orígenes, ¡es tan valioso cultivar la memoria!,  de aquellos grupos de estudiantes que comenzaron a reunirse alrededor de los maestros. Dos ideales los empujaban, uno “vertical”: no se puede vivir verdaderamente sin elevar el ánimo al conocimiento, sin el deseo de apuntar hacia arriba; y el otro “horizontal”: la investigación debe hacerse juntos, estimulando y compartiendo buenos intereses comunes. He aquí el carácter universal, que nunca tiene miedo de incluir. Lo atestiguan seis mil escudos multicolores, cada uno de los cuales representa a la familia de un joven que vino aquí para estudiar no sólo de muchas ciudades italianas, sino de muchos países europeos ¡e incluso de Sudamérica! Vuestra Alma Mater, y cada universidad, está llamada a buscar lo que une. La acogida que reserváis a los estudiantes de contextos lejanos y difíciles es una hermosa señal: ¡Que Bolonia, encrucijada centenaria de encuentros, confrontación y relación, y en los últimos tiempos la cuna del proyecto Erasmus, cultive siempre esta vocación!

Todo esto comenzó en torno al estudio del derecho, atestiguando que la universidad en Europa tiene sus raíces más profundas en el humanismo, en el que han contribuido las instituciones civiles y la Iglesia en sus distintos papeles. Santo Domingo mismo se quedó admirado por la vitalidad de Bolonia y el gran número de estudiantes que venían a estudiar derecho civil y canónico. Bolonia con su Studium había respondido a las necesidades de la nueva sociedad, atrayendo a estudiantes deseosos de saber. Santo Domingo los encontró a menudo. Según una narración, fue un estudiante, impresionado por su conocimiento de la Sagrada Escritura, que le preguntó qué libros había estudiado. La respuesta de Domingo es bien conocida: “He estudiado en el Libro de la Caridad más que en otros; de hecho, este libro enseña todo”.

La búsqueda del bien es, de hecho, la clave del éxito en los estudios; el amor es el ingrediente que da sabor a los tesoros del conocimiento y, en particular, a los derechos del hombre y de los pueblos. Con este espíritu, me gustaría proponer tres derechos, que me parecen actuales.

1. Derecho a la cultura. No me refiero solamente al sacrosanto derecho de todos a acceder al estudio ―en tantas zonas del mundo muchos jóvenes carecen de él―, sino también al hecho de que hoy en día, sobre todo, el derecho a la cultura significa proteger la sabiduría, es decir, un saber humano y que humaniza. Con demasiada frecuencia estamos condicionados por modelos de vida triviales y efímeros que empujan a perseguir el éxito a bajo costo, desacreditando el sacrificio, inculcando la idea de que el estudio no es necesario si no da inmediatamente algo concreto. No, el estudio sirve para hacerse preguntas, para no ser anestesiado por la banalidad, para buscar sentido en la vida. Se debe reclamar el derecho a que no prevalezcan las muchas sirenas que hoy distraen de esta búsqueda. Ulises, para no rendirse al canto de las sirenas, que seducían a los marineros y los hacían estrellarse contra las rocas, se ató al árbol de la nave y tapó las orejas de sus compañeros de viaje. En cambio, Orfeo, para contrastar el canto de las sirenas, hizo otra cosa: entonó una melodía más hermosa, que encantó a las sirenas. Está es vuestra gran tarea: responder a los estribillos paralizantes del consumismo cultural con opciones dinámicas y fuertes, con la investigación, el conocimiento y el compartir.

Si armonizáis en la vida esta belleza conservaréis la cultura, la verdadera. Porque el saber que se pone al servicio del mejor postor, que llega a alimentar divisiones y a justificar atropellos no es cultura. La cultura ―lo dice la palabra― es lo que cultiva, lo que hace crecer lo humano. Y frente a tanto lamento y clamor que nos rodea, hoy no necesitamos a los que se desahogan gritando, sino a los que promueven la buena cultura. Necesitamos palabras que lleguen a la mente y toquen los corazones, no gritos dirigidos al estómago. No nos conformemos con seguir al público; no sigamos los teatruchos de la indignación que a menudo esconden grandes egoísmos; dediquémonos con pasión a la educación, es decir, a “sacar” lo mejor de cada uno para el bien de todos. Contra un pseudo-cultura que reduce al hombre a descarte, la investigación a interés y la ciencia a la técnica, afirmemos juntos una cultura a escala humana, una investigación que reconozca los méritos y premie los sacrificios, una técnica que no se doblegue a fines mercantiles, un desarrollo donde no todo lo que es cómodo es lícito

2. Derecho a la esperanza. Muchos hoy experimentan soledad e inquietud, advierten el aire pesado del abandono. Entonces es necesario abrir espacio a este derecho a la esperanza: es el derecho a no ser invadidos diariamente por la retórica del miedo y del odio. Es el derecho a que no nos sumerjan las frases hechas de los populismos o la difusión inquietante y provechosa de las falsas noticias. Es el derecho a poner un límite razonable en la crónica negra, porque también la “crónica blanca”, a menudo silenciosa, tiene una voz. Es el derecho, para vosotros, los jóvenes a crecer libres del miedo al futuro, a saber que en la vida hay realidades hermosas y duraderas, por las que vale la pena entrar en juego. Es el derecho de creer que el verdadero amor no es “para usar y tirar” y que el trabajo no es un espejismo de alcanzar, sino una promesa para cada uno, que hay que mantener.

¡Qué hermoso sería que las aulas universitarias fueran canteras de esperanza, talleres donde se trabaja para un futuro mejor, donde se aprende a ser responsable de uno mismo y del mundo! Sentir la responsabilidad por el futuro de nuestra casa, que es casa común. A veces el miedo prevalece. Pero hoy vivimos una crisis que es también una gran oportunidad, un reto a la inteligencia y la libertad de cada uno, un reto que hay que aceptar para ser artesanos de esperanza. Y cada uno de vosotros puede llegar a serlo, para los demás.

3. Derecho a la Paz. Este también es un derecho y un deber, inscrito en el corazón de la humanidad. Porque “la unidad prevalece sobre el conflicto” (Evangelii gaudium, 226). Aquí, en las raíces de la universidad europea, me gusta recordar que este año celebramos el sexagésimo aniversario del Tratado de Roma, de los comienzos de una Europa unida. Después de dos guerras mundiales y violencias atroces de pueblos contra pueblos, nació la Unión para proteger el derecho a la paz. Pero hoy en día muchos intereses y no pocos conflictos parecen desvanecer las grandes visiones de paz. Experimentamos una fragilidad incierta y la dificultad de soñar a lo grande. ¡Pero por favor, no tengáis miedo de la unidad! Que las lógicas particulares y nacionales no hagan vanos los valientes sueños de los fundadores de la Europa unida. Y no sólo me refiero a esos grandes hombres de la cultura y la fe que dieron su vida para el proyecto europeo, sino también a los millones de personas que perdieron sus vidas porque no había unidad y paz. ¡No perdamos su recuerdo!

Hace cien años se elevó el grito de Benedicto XV, que había sido obispo de Bolonia, que calificó la guerra de “masacre inútil” (Carta a los jefes de los pueblo beligerantes, 1 de agosto de 1917). Disociarse en todo y por todo de las llamadas “razones de la guerra” a muchos les pareció casi una afrenta. Pero la historia enseña que la guerra es siempre y sólo una masacre inútil. Ayudémonos, como afirma la Constitución italiana, a “repudiar la guerra” (cfr. Art. 11), a emprender caminos de no violencia y sendas de justicia, que favorezcan la paz. Porque ante la paz no podemos ser indiferentes ni neutrales. El cardenal Lercaro dijo aquí: “La Iglesia no puede ser neutral frente al mal, sea cual sea su procedencia: su vida no es neutralidad, sino profecía” (Homilía, 1 de enero de 1968). ¡No neutrales, sino a favor de la paz!

Por eso invocamos el ius pacis, como un derecho de todos a componer los conflictos sin violencia. Por eso repetimos: ¡nunca más la guerra, nunca más contra los otros, nunca más sin los otros! Salen a la luz las tramas y los intereses, a menudo oscuros, de los que fabrican violencia, alimentando la carrera de armamentos y pisoteando la paz con los negocios. La Universidad fue fundada aquí para el estudio del derecho, para la búsqueda de lo que defiende a las personas, , regula la vida en común y protege de la lógica del más fuerte, de la violencia y la arbitrariedad. Es un reto actual: afirmar los derechos de las personas y los pueblos, de los más débiles, de los descartados y de la creación, nuestra casa común.

¡No creáis a quién os diga que luchar por esto es inútil y que nada cambiará! No os conforméis con sueños pequeños, soñad a lo grande. ¡Vosotros, jóvenes, soñad a lo grande! Yo también sueño, pero no sólo mientras duermo, porque los sueños verdaderos se tienen con los ojos abiertos y se continúan a la luz del sol. Renuevo con vosotros el sueño de «un nuevo humanismo europeo, …para el que hace falta memoria, valor y una sana y humana utopía»; de una madre Europa que «respeta la vida y ofrece esperanza de vida»; una Europa «donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable» (Discurso en la concesión del Premio Carlo Magno, 6 de mayo, 2016). Sueño con una Europa “universitaria y madre” que, recordando su cultura, infunda esperanza en sus hijos y se una herramienta de paz para el mundo. Gracias.

 


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 1 de octubre de 2017.

 



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