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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UNA REUNIÓN SOBRE LA CRISIS HUMANITARIA DE SIRIA E IRAK,
ORGANIZADA POR EL DICASTERIO PARA EL SERVICIO DEL DESARROLLO HUMANO INTEGRAL

Sala del Consistorio
Viernes, 14 de septiembre de 2018

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Os saludo y os doy las gracias a todos vosotros, participantes en este sexto encuentro de coordinación sobre la respuesta de la Iglesia a la crisis en Irak, en Siria y en los países limítrofes, un encuentro en el que este año también está involucrada la Sección migrantes y refugiados. Agradezco especialmente al cardenal Peter Turkson y al Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral por haber organizado este encuentro, en colaboración con la Secretaría de Estado y la Congregación para las Iglesias Orientales. También doy las gracias al señor Filippo Grandi, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, por su presencia y por el trabajo que realiza en favor de los refugiados. Muchas gracias.

Desde hace demasiados años, los conflictos ensangrientan a esa región y la situación de la población en Siria y en Irak y en los países limítrofes sigue causando gran preocupación. Todos los días, cuando rezo, pongo ante el Señor los sufrimientos y las necesidades de las Iglesias y de los pueblos de esas queridas tierras, así como también los de aquellos que hacen todo lo posible para ayudarlos. Y esto  es verdad: cada día.

Con vuestra tercera encuesta sobre la ayuda humanitaria de las entidades eclesiales, aportáis una contribución importante para comprender mejor las necesidades y coordinar mejor la ayuda a favor de estas poblaciones. Como he señalado repetidamente, se corre el riesgo de que la presencia cristiana desaparezca precisamente en la tierra desde la cual se propagó la luz del Evangelio a todo el mundo. En colaboración con las Iglesias hermanas, la Santa Iglesia trabaja arduamente para garantizar un futuro a estas comunidades cristianas. La Iglesia entera mira a nuestros hermanos y hermanas en la fe y los anima con la cercanía en la oración y la caridad concreta para que no cedan a las tinieblas de la violencia y mantengan encendida la lámpara de la esperanza. El testimonio de amor con el que la Iglesia escucha y responde al grito de auxilio de todos, empezando por los más débiles y los pobres, es una señal luminosa para el presente y una semilla de esperanza que brotará en el futuro. Esta obra exquisitamente cristiana me recuerda algunos pasajes de la llamada «Oración simple» atribuida a San Francisco de Asís: «Donde haya odio, lleve yo amor [...]. Donde haya desesperación, lleve yo  esperanza. Donde haya tristeza, lleve yo alegría».

Entre las muchas iniciativas loables que habéis organizado, me gustaría citar este año la gran tarea para apoyar el retorno de las comunidades cristianas en la meseta de Nínive, Irak y las curas sanitarias aseguradas a muchos pacientes pobres en Siria, en particular a través del proyecto «Hospitales abiertos».

Queridos hermanos, juntos, con la gracia de Dios, miremos hacia el futuro. Os animo a vosotros, que trabajáis  en nombre de la Iglesia, a continuar ocupándoos de la educación de los niños, del trabajo de los jóvenes, de la cercanía a los ancianos, de la curación de las heridas psicológicas; sin olvidar las de los corazones, que la Iglesia está llamada a aliviar: «Donde haya ofensa, lleve yo perdón. Donde haya discordia, lleve yo unión».

Por último, insto con fuerza a la comunidad internacional a que no olvide las numerosas necesidades de las víctimas de esta crisis, pero sobre todo a que supere la lógica de los intereses y se ponga al servicio de la paz poniendo fin a la guerra.

No podemos cerrar los ojos frente a las causas que han obligado a millones de personas a abandonar, con dolor, su propia tierra. Al mismo tiempo, aliento a todos los actores involucrados y a la comunidad internacional a renovar sus esfuerzos para el retorno seguro de las personas desplazadas a sus hogares. Garantizarles protección y futuro es un deber de civismo. Sólo secando las lágrimas de los niños que no han visto nada más que escombros, muerte y destrucción, el mundo recuperará la dignidad (cf. Palabras al final del diálogo, Bari 7 de julio, 2018). En este sentido, reitero mi aprecio por los grandes esfuerzos en favor de los refugiados realizados por diversos países de la región y por diversas organizaciones, incluidas algunas representadas aquí.

Hagamos nuestra de nuevo la Oración: «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz [...]. Donde haya tinieblas, lleve yo luz». Ser instrumentos de paz y luz: es mi deseo para cada uno de vosotros. Desde lo más profundo de mi corazón: gracias por todo lo que hacéis cada día, junto con tantos hombres y mujeres de buena voluntad. ¡Gracias, gracias! ¡Qué el Señor os bendiga y la Virgen os acompañe.

 



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