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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN NACIONAL POLICÍA DE ESTADO

Aula Pablo VI
Sábado, 29 de septiembre de 2018

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Queridos hermanos y hermanas:¡buenos días!

Me complace encontrarme hoy con vosotros y compartir, junto con toda vuestra Asociación Nacional, vuestros deseos y propósitos. Agradezco a vuestro Presidente, el Jefe de la Policía del Estado, sus palabras y saludo a todos los que forman parte de la Asociación que une a los miembros de la Policía todavía en activo y a aquellos que, incluso habiendo terminado su servicio, aún se sienten parte de ella y llevan adelante sus ideales. En efecto, la Asociación se propone «transmitir las tradiciones de la Policía del Estado» (Estatuto, artículo 2.1) favoreciendo la unión de todos sus miembros, en excedencia o en servicio. De este modo, se valoriza la experiencia de los miembros ancianos y su patrimonio histórico-cultural, que no debe dispersarse, sino transmitirse e incrementarse, y se contribuye a fortalecer el vínculo entre las generaciones, a veces desgraciadamente debilitado en el marco de las relaciones sociales.

Es muy significativo que de vuestra Asociación puedan formar parte los ciudadanos comunes que, aunque no sean miembros de la Policía, asumen sus valores y su compromiso. Formáis así una gran familia: una familia abierta a todos aquellos que quieran esforzarse por el bien común partiendo de vuestros principios; una familia que quisiera incluir y acoger a cada ciudadano, para difundir una cultura de legalidad, respeto y seguridad.

Sin estos fundamentos, ningún contexto social puede alcanzar el bien común, ya que tarde o temprano se convertirá en una maraña de intereses personales, no relacionados entre sí, incluso opuestos. El bien de una sociedad, de hecho, no se cifra en el bienestar de la mayoría o del respeto de los derechos de “casi todos”. Se cifra, en cambio, en el bien de la colectividad como conjunto de personas, de modo que, si uno sufre, “todos los miembros sufren con él” (cf. 1Co 12, 26).

Cuando faltan la legalidad y la seguridad, los más débiles son los primeros perjudicados, porque tienen menos medios para defenderse y mantenerse por sí mismos. En efecto, toda injusticia afecta sobre todo a los más pobres, y a todos aquellos que de diversas maneras pueden llamarse “los últimos”. Los últimos en nuestro mundo son aquellos que abandonan sus tierras debido a la guerra y la miseria y deben comenzar desde cero en un contexto completamente nuevo; los últimos son aquellos que han perdido sus hogares y trabajos, y no pueden mantener a sus familias; los últimos son los que viven marginados y enfermos, o son víctimas de injusticias y abusos. A todos ellos os acercáis cuando intentáis prevenir los delitos y trabajáis para combatir el bullying y el fraude; cuando dedicáis vuestro tiempo y energías a la formación de los jóvenes y a la vigilancia de las escuelas, a la protección del territorio y del patrimonio artístico, a la organización de congresos y a la formación de una ciudadanía más activa y consciente.

Es motivo de satisfacción y de esperanza ver cuántos ámbitos abarcan vuestras iniciativas, dictadas no por la atención a un solo aspecto de la vida civil, sino por la solicitud por las personas a las que llegáis en cada situación de necesidad o en los peligros en los que puedan encontrarse , como lo hace un buen padre, que no se limita a decirle a su hijo de una vez por todas que debe tener cuidado con los peligros, sino que se preocupa por las diversas amenazas a las que puede enfrentarse, y que poco a poco, procura enseñarle y acompañarlo.

Os agradezco, por lo tanto, el mensaje de compartición y solidaridad que transmitís, con un esfuerzo a menudo escondido. Haceos cada vez más promotores de este cuidado amoroso de las personas, que es la síntesis de vuestros ideales, sabiendo que es capaz de generar nuevas relaciones y dar vida a un orden más justo. Con vuestro compromiso contribuís, efectivamente, a incluir, en la masa de la sociedad, el fermento de la igualdad y de la fraternidad, que nunca deja de producir su fruto.

Lo vemos claramente si consideramos los primeros siglos del cristianismo: cómo los valores transmitidos por el Evangelio transformaron radicalmente la vida y la mentalidad de toda la sociedad humana. Fue así como el anuncio de la hermandad entre todos los hombres, proclamada por los primeros discípulos de Jesús y sus sucesores, socavó gradualmente las bases sobre las cuales se justificaba la esclavitud, hasta hacer que se percibiera como una institución inicua y a causar su extinción. Del mismo modo, el mensaje de un Dios que muere en la cruz sin acusar, pero perdonando, y aceptando el sufrimiento y la humillación por amor, trastocó la jerarquía de valores y dio nueva dignidad a los desamparados y excluidos. Además, la actitud de Jesús con las mujeres, los enfermos y los niños marcó un profundo cambio cultural en relación con todo lo que sucedía “antes de Cristo”, y tildó de injusta, para los siglos futuros, a toda acción de violencia o de desinterés por estas categorías de personas.

He recordado brevemente algunos frutos de la difusión del mensaje evangélico en la sociedad humana, para tener siempre en cuenta cómo la incorporación de los valores de solidaridad y paz, que encuentran su cumbre en la persona y el mensaje de Jesús, pudieron renovar, y lo siguen haciendo hoy, las relaciones interpersonales y sociales. Es precisamente lo que esperamos para nuestro tiempo sabiendo que cuando practicamos la caridad cambia el mundo y la historia, incluso si no notamos de inmediato sus efectos. Este es nuestro objetivo, y esto es lo que contribuís a hacer como Asociación Nacional de Policía Estatal cuando, siguiendo el ejemplo de vuestro Patrono San Miguel Arcángel, os oponéis a todo lo que hiere o destruye al hombre.

Al saludaros, os agradezco la obra que lleváis a cabo con tanta dedicación y pidiendo vuestra oración por mí, invoco sobre vuestra Asociación y sobre todos sus miembros la bendición y la protección de Dios. Gracias.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 29 de septiembre de 2018.

 



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