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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA DELEGACIÓN DEL CONSEJO NACIONAL DEL PRINCIPADO DE MÓNACO

Sala del Consistorio
Sábado, 2 de febrero de 2019

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Ilustres señoras y señores:

Me complace daros la bienvenida con motivo del viaje de estudios que lleváis a cabo, bajo la guía de vuestro arzobispo, para conocer el trabajo que realiza la Santa Sede, especialmente a través de reuniones sobre los temas que os interesan y en los cuales nuestro compromiso es común. Por lo tanto, os agradezco esta iniciativa y me complace tener la oportunidad de dirigirme a vosotros.

En el Mensaje para la LII Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero, llamé la atención sobre la necesidad de una buena política, que es «un servicio a la comunidad humana» como un «vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre» (n. ° 2). Es la delicada misión a la que os aliento, la de trabajar juntos, sin pausa, por el bien común. Tened siempre en cuenta la promoción de un futuro para cada ciudadano, en el respeto fundamental de los valores que son la dignidad de las personas y de cada vida humana, así como en el respeto de las instituciones del Principado.

Este último tiene una larga y hermosa tradición de compromiso con el medio ambiente, en particular con la Fundación Alberto II de Mónaco. Hoy se suma el desafío del calentamiento global y de sus consecuencias que ponen en peligro a los habitantes, a menudo en situación precaria, de las regiones marítimas de nuestro planeta. En ámbito humanitario, hacéis mucho para salir en ayuda de todo tipo de dificultades, en colaboración con la Iglesia católica y otras confesiones cristianas, así como con muchas ONG. El subsidio público para el desarrollo contribuye a diversas obras en países desfavorecidos, en los sectores esenciales del sostén a las familias, de la educación, de la salud y de la ayuda socioeconómica. También habéis implementado cinco programas piloto que manifiestan vuestra generosidad y vuestra capacidad de intervención ante los nuevos desafíos.

Espero sinceramente que, más allá de la ayuda concreta y necesaria que se brinda, cada iniciativa sea como una levadura de esperanza, para generar una actitud de confianza en el futuro y en el otro, quienquiera que sea. Nuestra responsabilidad es grande, especialmente con los jóvenes, para que puedan encontrar en nosotros a adultos que confían en ellos y favorecen sus talentos para que puedan comprometerse juntos al servicio del bien común de su país y del mundo entero. En un momento de creciente desconfianza y egoísmo, a veces incluso de rechazo, es urgente tejer lazos entre las personas y los países, para que crezca en cada uno el gozoso sentimiento de su responsabilidad como habitante del mundo, ciudadano y actor del futuro. En este sentido, el voluntariado internacional para jóvenes diplomáticos y las asociaciones con organizaciones de solidaridad son herramientas valiosas. Además, los monegascos pueden apoyarse en los valores fundadores del Principado inspirados por el Evangelio y su mensaje de amor. Estos valores les ofrecen, hoy como ayer, la oportunidad de arraigar el Evangelio y hacerlo fructificar en sus propias vidas y más allá, expresando su fuerza unificadora y su novedad perenne al servicio de la política, del diálogo, entre las culturas, de la justicia y de la fraternidad.

Como recordé a los embajadores presentes en el intercambio de felicitaciones el 7 de enero, refiriéndome a la clarividencia del Papa Pablo VI en su discurso ante las Naciones Unidas, «debemos habituarnos a pensar [...] en una forma nueva la vida en común de los hombres, los caminos de la historia y los destinos del mundo. [...] Nunca como hoy, en una época que se caracteriza por tal progreso humano, ha sido tan necesario el recurso a la conciencia moral del hombre. Porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia. [...] El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas» (Nueva York, 4 de octubre de 1965, n. 7). Así, pues, para repensar nuestro destino común y construirlo, debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad y emprender el camino de la paz con nosotros mismos, de la paz con los demás y de la paz con la creación. Esta es la política de paz que os invito a promover, a cada uno de vosotros y a todos juntos en la alta misión que se os ha encomendado.

Queridos amigos, renuevo mi gratitud por este encuentro y saludo cordialmente, a través de vosotros, al Príncipe Alberto II y su familia. Le pido a Dios que apoye vuestros esfuerzos y fortalezca los lazos que os unen al servicio del Principado y de la comunidad internacional. Que os bendiga con abundancia, así como a vuestras familias y a todos los monegascos. Por favor no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.

 


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 2 de febrero de 2019.

 



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