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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS CAPITULARES DE LA ORDEN DE
LOS HERMANOS DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA DEL MONTE CARMELO (CARMELITAS)

Sala del Consistorio
Sábado, 21 de septiembre de 2019

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Queridos hermanos:

Saludo con alegría a los que habéis sido llamados a celebrar el Capítulo General, y a través de vosotros saludo a todos los miembros de la Orden Carmelita. El tema central de vuestra reflexión capitular es «Vosotros sois mis testigos» (Is 43,10); de generación en generación: llamados a ser fieles a nuestro carisma carmelita (cf. Const. 21).

Dios ha bendecido al Carmelo con un carisma original para enriquecer a la Iglesia y comunicar al mundo la alegría del Evangelio, compartiendo lo que habéis recibido con entusiasmo y generosidad: «Habéis recibido gratuitamente, dad gratuitamente» (Mt 10,8). Me gustaría animaros en este sentido señalando tres líneas de acción.

La primera línea es la fidelidad y la contemplación. La Iglesia os aprecia y, cuando piensa en el Carmelo, piensa en una escuela de contemplación. Como atestigua una rica tradición espiritual, vuestra misión es fecunda en la medida en que está enraizada en vuestra relación personal con Dios. El beato Tito Brandsma, mártir y místico, decía: «Es propio de la Orden del Carmelo, aunque es una orden mendicante de vida activa y de convivencia entre las personas, mantener una gran estima por la soledad y el desprendimiento del mundo, considerando la soledad y la contemplación como la mejor parte de su vida espiritual». Las Constituciones de 1995, que estáis revisando actualmente, lo subrayan: «Esta vocación contemplativa es siempre mencionada por los grandes maestros espirituales de la familia carmelita» (n. 17). El estilo carmelita de vivir la contemplación os prepara para servir al pueblo de Dios a través de cualquier ministerio o apostolado. Lo cierto es que, hagáis lo que hagáis, seréis fieles a vuestro pasado y abiertos al futuro con esperanza si, «viviendo en obediencia a Jesucristo» (Regla 2), os importa sobre todo el camino espiritual de las personas.

La segunda línea es el acompañamiento y la oración. El Carmelo es sinónimo de vida interior. Los místicos y los escritores carmelitas comprendieron que “estar en Dios” y “estar en sus cosas” no siempre coinciden. Afanarse por mil cosas de Dios sin arraigarse en Él (cf. Lc 10, 38-42), tarde o temprano se paga: nos damos cuenta de que lo hemos perdido en el camino. Santa María Magdalena de Pazzi, en sus famosas cartas Renovación de la Iglesia (1586), establece que la “tibieza” puede penetrar en la vida consagrada cuando los consejos evangélicos se convierten sólo en una rutina y el amor de Jesús ya no es el centro de la vida (cf. Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 264). Y así puede entrar también la mundanidad, que es la tentación más peligrosa para la Iglesia, especialmente para nosotros, hombres de la Iglesia. Yo bien sé, hermanos, que esta tentación ha entrado y ha hecho un grave daño incluso entre vosotros. He rezado y rezo para que el Señor os ayude. Y este Capítulo es una ocasión providencial para recibir del Espíritu Santo la fuerza para luchar juntos contra estas asechanzas.

Generaciones de carmelitas nos han enseñado con el ejemplo a vivir más “dentro” que “fuera” de nosotros mismos, y a ir hacia «el más profundo centro» como dice San Juan de la Cruz (Llama de amor viva B, 1,11-12), porque Dios vive allí, y allí nos invita a buscarlo. El verdadero profeta en la Iglesia es el y la que viene del “desierto”, como Elías, rico de Espíritu Santo, y con la autoridad que tienen los que han escuchado en silencio la sutil voz de Dios (cf. 1 R 19, 12).

Os animo a que acompañéis a las personas a “hacer amistad” con Dios. Santa Teresa decía: «Casi nunca me cansaba de hablar o escuchar de Dios». Nuestro mundo tiene sed de Dios y vosotros, carmelitas, maestros de oración, podéis ayudar a muchos a salir del ruido, de la prisa y de la aridez espiritual. Por supuesto que no se trata de enseñar a la gente a acumular oraciones, sino de ser hombres y mujeres de fe, amigos de Dios, que saben recorrer los caminos del espíritu.

Del silencio y de la oración nacerán comunidades renovadas y ministerios auténticos (cf. Const. 62). Como buenos artesanos de la fraternidad, confiad en el Señor superando la inercia de la inmovilidad y evitando la tentación de reducir la comunidad religiosa a “grupos de trabajo” que acabarían diluyendo los elementos fundamentales. La belleza de la vida comunitaria es en sí misma un punto de referencia que genera serenidad, atrae al pueblo de Dios y contagia la alegría de Cristo resucitado. El verdadero carmelita transmite la alegría de ver en el otro a un hermano al que sostener y amar y con quien compartir la vida.

Y finalmente la tercera línea: ternura y compasión. El contemplativo tiene un corazón compasivo. Cuando el amor se debilita, todo pierde su sabor. El amor, atento y creativo, es un bálsamo para los que están cansados y agotados (cf. Mt 11, 28), para los que sufren de abandono, del silencio de Dios, del vacío del alma, del amor roto. Si un día, a nuestro alrededor, no hubiera ya más enfermos y hambrientos, abandonados y despreciados ―los menores de los que habla vuestra tradición mendicante― no es porque no los haya, sino simplemente porque no los vemos. Los pequeños (cf. Mt 25, 31-46) y los descartados (cf. Evangelii gaudium, 53) los tendremos siempre (cf. Jn 12, 8), para darnos la oportunidad de que la contemplación sea una ventana abierta a la belleza, a la verdad y a la bondad. «Quien ama a Dios debe buscarlo en los pobres», en los «hermanos de Jesús», como decía el beato Angelo Paoli, cuyo tercer centenario de la muerte celebraréis pronto. ¡Ojalá tengáis siempre la bondad de buscarlos! La absoluta confianza del beato Angelo Paoli en la Divina Providencia le hacía exclamar con alegría: «¡Tengo una despensa en la que no falta nada!» ¡Qué vuestra despensa desborde compasión ante todas las formas de sufrimiento humano!

La contemplación sería solamente algo temporal si se redujera a raptos y éxtasis que nos alejasen de las alegrías y preocupaciones de la gente. Debemos desconfiar del contemplativo que no es compasivo. La ternura, al estilo de Jesús (cf. Lc 10,25-37), nos protege de la “pseudo-mística”, de la “solidaridad del fin de semana” y de la tentación de alejarnos de las heridas del cuerpo de Cristo. Tres peligros: la “pseudo-mística”, la “solidaridad del fin de semana” y la tentación de alejarse de las heridas del cuerpo de Cristo. Las heridas de Jesús todavía son visibles hoy en día en los cuerpos de los hermanos despojados, humillados y esclavizados. Tocando estas heridas, acariciándolas, es posible adorar al Dios vivo en medio de nosotros. Hoy es necesaria una revolución de la ternura (cf. Evangelii gaudium, 88; 288) que nos haga más sensibles a las noches oscuras y a los dramas de la humanidad.

Queridos hermanos, gracias por este encuentro. ¡Que la Virgen del Carmen os acompañe siempre y proteja a todos los que colaboran con vosotros y beben de vuestra espiritualidad! Y, por favor, encomendadme a mí también a su protección maternal. ¡Gracias!


Boletín de la oficina de Prensa de la Santa Sede, 21 de septiembre de 2019.

 



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