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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
EN LA CLAUSURA DE LAS REUNIONES DE LA COMISIÓN CENTRAL
PARA EL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II
*

Martes 23 de enero de 1962

 

Venerables hermanos y queridos hijos:

Por tercera vez en el curso de ocho meses os encuentre reunidos en Roma desde todos los puntos de la tierra para continuar el trabajo importante de la preparación del Concilio.

Ante vuestros ojos—digamos más—, en vuestro corazón y vuestra mente se encuentra recogida la magnífica contribución para la preparación, ofrecida por todo el episcopado de Oriente y Occidente, por nuestra Curia Romana, por las Universidades y por una serie de hombres escogidos del clero y del laicado de todas las procedencias; todos dirigidos, en perfecta sincronía espiritual, a preparar el gran suceso.

En los días pasados, hablando en familiar conversación con alguno de vosotros, hemos tenido más clara sensación de todo lo que se ha hecho para reunir en una síntesis feliz la múltiple y variada aportación universal.

Gracias, venerables hermanos y queridos hijos. No deseáis más elogio que el que tenemos en los labios con frecuencia en nuestras charlas privadas y en nuestros discursos.

Leíamos estos días, edificados, una homilía de San Juan Crisóstomo, que empieza con las palabras: Moyses, magnus ille famulus.

Sí, deseamos apropiarnos hoy las dulces palabras de San Juan Crisóstomo, porque pueden bien expresar nuestros sentimientos en esta hora feliz: “Si la presencia de una sola persona, la mía, ha colmado a la población de tanta alegría, pensad cuál será mi gozo al veros a todos vosotros. El anciano Jacob se alegraba y se animaba su espíritu viendo a uno sólo de sus hijos, José; yo, sin embargo, no contemplo solamente a José, sino a todos vosotros, que sois semejantes a él... Yo soy el siervo de vuestra caridad” (Homilía de San Juan Crisóstomo a su vuelta de Asia).

Dos palabras resaltan en este texto: Gaudium et servitium. El gozo de la fraternidad hace más fácil el trabajo, aun el más pesado, y el servicio a la Santa Iglesia proporciona el verdadero gozo, el único que puede encontrarse siempre, y perdurar intacto. Es bello decir con el salmista “que hermoso y digno de gozo es el ver a los hermanos unidos” (Sal 132, 1). Pero este gozo se hace más intenso cuando nace de la certidumbre de haber hecho el propio deber, de haber servido generosamente en el propio ministerio. Por esto deseamos repetir con el Patriarca de Constantinopla: “Yo soy el siervo de vuestra caridad” El Papa se siente deudor particularmente de sus colaboradores y de todos sus hijos, que han sabido penetrar en lo más íntimo de sus preocupaciones en orden al Concilio. Es un vinculo suavísimo, que nos liga más que cualquier otro, porque el sentimiento del amor hace cualquier yugo más ligero. Por esto os estamos agradecidos, y os expresamos nuestra complacencia más plena. “Habéis santificado el ambiente, habéis hecho de la ciudad una Iglesia... Y como es grande el gozo de la madre, cuando se gozan sus hijos, así es grande el gozo del pastor, cuando se alegran sus ovejas”.

La común alegría de nuestro corazón y del vuestro nace del trabajo realizado; así, pues, queremos coronar estos nuestros aplausos con las expresiones del Crisóstomo: “Vuestro éxito es mi gozo, mi gloria, mi corona”.

De hecho esta tercera reunión ha tocado algunos temas bastante importantes de la doctrina y disciplina eclesiásticas, del apostolado según las nuevas exigencias de nuestro tiempo. Es verdaderamente amplio y profundo el estudio que se ha realizado sobre problemas y exigencias de principal importancia. La simple enunciación del trabajo desarrollado basta para indicarlo. La Comisión Teológica ha tratado graves problemas, que se refieren al orden moral; la Comisión de la Disciplina de los Sacramentos ha discutido sobre la Confirmación, la Penitencia y el Orden sagrado; la Comisión de la Iglesia oriental ha tratado sobre los sacramentos y los ritos de la Iglesia, sobre los patriarcas, sobre las mutuas relaciones en las funciones sagradas sobre el uso de la lengua local en la liturgia oriental, y, finalmente, se han tratado problemas teológicos, relacionados con la entera y perfecta custodia del depósito de la fe.

Todo esto, solamente enumerado, basta para dar tranquilidad a la conciencia por el servicio realizado en orden a la síntesis de materias, que debe facilitar a los padres el desarrollo del Concilio.

Hay que tener todas las cosas en cuenta y hasta ahora esto se ha hecho. Se puede afirmar que todos los Concilios se han fundado en las aspiraciones por una superación, de las que se han hecho voz los obispos, los cuales recogen y explican las necesidades, las ansias y los fervientes propósitos del clero y del lai­cado. De esto dan fe, entre otras cosas, los dieciséis volúmenes que vosotras bien conocéis.

También han procurado una gran contribución de experiencia viva los concilios provinciales y los Sínodos diocesanos, que se han multiplicado en los últimos decenios, de los cuales han florecido obras egregias para el gobierno y el bien de las almas.

Otras cosas son las publicaciones de los eclesiásticos y laicos, que, como es evidente, valen sólo como título personal. De la copiosa bibliografía hasta ahora publicada desearnos reconocer con paternal agrado que, en casi su totalidad, aun fuera de la Iglesia católica, se ha comprendido lo que es, lo que quiere y lo que pretende el Concilio. Con el fin de que la contribución de cada uno sea realmente útil, se puede prever y desear que las diversas obras—especialmente cuando se trate de autores de cierta notoriedad—sean escritas con prudencia y objetividad, para que no cause su intervención perplejidad y confusión.

Además en este sentido pueden ser buena norma las palabras de San Pablo para el que quiere ser siempre fiel hijo de la Iglesia: “Trabajad en vuestra perfección, consolaos, tened un mismo sentido, conservad la paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros... La gracia de Cristo, la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros”.

Antes de terminar nuestras palabras permítasenos aprovechar la presente ocasión, feliz y solemne, para notificaros dos documentos pontificios que son de inminente publicación. Estos quieren testimoniar nuestra más íntima y paternal preocupación.

El primero, que será publicado en seguida, está estrechamente ligado al Concilio, a cuya celebración quiere contribuir con una especial invitación a la oración de todos los sacerdotes del mundo. Es la “Epistula ad clerum universum” para el rezo, digamos acorde en todos los puntos de la tierra, y según la legislación y los ritos propios de cada uno, de la oración oficial a ellos confiada, el Oficio Divino, el poema maravilloso en que se recitan los salmos y la Sagrada Escritura, como propiciación continua al Señor, como elemento cotidiano del espíritu y como edificación de toda la Iglesia. Según nuestra invitación, esta oración será recitada este año por todos los sacerdotes, hasta los más altos grados de la Jerarquía, en unión con el Papa, para invocar las divinas bendiciones sobre los trabajos del Concilio.

El segundo documento se refiere al uso de la lengua latina en los seminarios, para un incremento cada vez más sólido de ésta, que es la lengua oficial de la Iglesia, y de la que especialmente sus ministros deben conservar y promover su estudio, teniendo en cuenta naturalmente las diversas exigencias de las costumbres y de los ritos de otras lenguas.

Venerables hermanos y queridos hijos. Para terminar esta reunión nos place también inspirarnos n palabras de San Juan Crisóstomo, para suplicar la ayuda de vuestra oración y la de toda la Iglesia, para que el Señor mire siempre con ojos benévolos, la gran empresa que se aproxima. La oración: “Este es mi tesoro y mi riqueza, y por esto pido vuestra oración. Es para mí como un muro y una defensa”. Y no solamente vuestras oraciones y las de los sacerdotes, sino también la de todo el pueblo cristiano. “No se diga: somos seglares. ¿Cómo podremos orar por un sacerdote?. Se lee en la escritura: Se hacía continua oración en la Iglesia.... Esta es la defensa que os pido, éste es el favor que imploro, y el Dios de la Gloria escuchando vuestra oración, me conceda el poder hablar siempre con más seguridad, para poder instruir en su salvación al pueblo a mí confiado, por medio de Cristo nuestro Señor, y con Él se dé al Padre y al Espíritu Santo toda gloria y poder por los siglos de los siglos. Así sea”.


* AAS 54 (1962) p. 97; Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, p.143-148.

 

 



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