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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
EN LA CLAUSURA DE LA VI SESIÓN DE LA COMISIÓN CENTRAL
*

Sábado 12 de mayo de 1962

 

Venerables hermanos y queridos hijos:

Con qué verdad podemos repetir en esta nuestra nueva reunión las palabras que se leen en el introito de la misa de esta mañana en honor de los Santos mártires, Nereo, Aquiles, Domitila y Pancracio: "Los ojos del Señor están puestos en los que creen, y esperan en su misericordia" (Sal 32, 11). Mientras se perfila, próximo a nuestra mirada, el Concilio Ecuménico Vaticano II, vemos con satisfacción cómo se incrementa cada vez más el activo trabajo de estudio y el interés por parte de todos. En verdad que el Señor ha bendecido las esperanzas que hemos puesto en su misericordia.

Hemos seguido de cerca esta sesión de la Comisión Central, tan densa tanto por el número de los esquemas examinados, como por su naturaleza e importancia.

Con verdadero agrado hemos visto escrito en el orden de trabajos problemas teológicos de gran interés, como los relativos a la Iglesia, el matrimonio y la familia; problemas disciplinares, que afectan en diversos aspectos a las ordenanzas eclesiásticas tanto de la Iglesia oriental como de la occidental; problemas tan sumamente actuales como el gobierno de las diócesis y la instrucción catequética de los fieles.

Vuestro trabajo es motivo suficiente para tener buenas esperanzas. Pues el Concilio, por su grandiosidad, pero más aún por su complejidad, lleva consigo algunas dificultades de naturaleza diversa. Estas están presentes en nuestro pensamiento. No son menos preciadas, sino que se encuentran inscritas en un cuadro general para buscarles oportuna y adecuada solución.

Lo mismo que durante el trabajo preparatorio, durante el desarrollo del Concilio mismo mantendremos la serenidad de espíritu.

Además nuestra esperanza está alimentada por la efectiva colaboración de los organismos que ya están en actividad y por los que se van a formar.

Sin duda el Concilio, en su preparación como en su comienzo y desarrollo, supone mucho coraje, y nuestro ánimo está fundado en las sólidas raíces de la fe.

El Concilio es con frecuencia saludado por la Iglesia como un nuevo Pentecostés de luz y de gracia, con frutos copiosos para toda la humanidad. Confiamos humilde pero fervientemente en la asistencia divina y en la bendición celestial, prenda y garantía de un feliz resultado.

Es completamente cierto que a este éxito contribuirán con todas sus energías los padres del Concilio.

En la libre discusión, que requiere la sagrada Asamblea, los padres encontrarán una válida ayuda en el trabajo aquilatado que como preparación se ha realizado a lo largo de tres años, y al cual vosotros habéis cooperado.

Hemos  pensado también en desarrollar más ampliamente la oficina Prensa, para que la opinión pública pueda estar convenientemente informada.

Venerables hermanos y queridos hijos.

Lo mismo que del introito de la misa hemos sacado el auspicio para esta reunión, también en las lecciones del breviario de hoy encontramos enseñanzas útiles en lo que respecta al trabajo en que estamos empeñados.

Las palabras del apóstol de las gentes que allí se leen nos recuerdan que las dificultades son inseparables a la propagación de la sana doctrina. No podemos pensar que llegue la época de la perfecta tranquilidad sobre la tierra, ni creer que el enemigo de la verdad tenga un único aspecto. No confiamos demasiado en la ayuda y en la comprensión de las instituciones terrenas de cualquier orden porque —de buena o no buena conducta—, éstas están preferentemente ocupadas e interesadas en el progreso puramente material y económico.

Debemos decirlo con tristeza, pero sin miedo y sin abatimiento. Las aspiraciones terrenas secan con frecuencia las nobles aspiraciones del hombre, y retardan los progresos de su perfeccionamiento con respecto a la vida eterna. Y Nosotros, debemos repetirlo, estamos aquí por la causa del reino de Dios, y debemos dar ejemplo personal de este servicio que hacemos al hombre y a la familia humana.

Viene aquí muy a propósito lo que se lee en San Pablo en las lecciones del breviario de estos días. El interés de la opinión pública, diversamente expresado con motivo de un conocimiento insuficiente o una falta de precisión en la divulgación de las noticias, es un recuerdo de cuanto sucedía a San Pablo en su estancia en Roma, en donde "venerunt ad eum in hospitium plurimi, quibus exponebat testificans regnum Dei, suadensque eis de Jesu... a mane usque ad vesperam" (Hch 28, 23) (Vinieron a su alojamiento muchísimos, a los cuales exponía el reino de Dios, dando testimonio y esforzándose por persuadirlos acerca de Jesús... y esto desde el amanecer hasta el atardecer).

Continúa ahora aquí por medio Nuestro, junto a la sagrada memoria de San Pedro, el ministerio que fue de Pedro y de Pablo, el último de los cuales, "mansit biennio in suo conducto" (Hch 28, 30) (Permaneció un bienio entero en su casa). ¡Qué bellas palabras las que cierran la lección del breviario de esta mañana! ¡Qué fuerza y qué aliento dulce para cuantos se preocupan por la preparación del Concilio! Pues la Sagrada Escritura nos testimonia que Pablo recibía "Omnes qui ingrediebantur ad eum, praedicans regnum Dei, et docens quae sunt Domino Jesu Christo cum omni fiducia sine prohibitione" (Hch 28, 30-31) (Recibía a todos los que acudían a El, predicando el reino de Dios y enseñando lo tocante al Señor Jesucristo con franca libertad, sin que nadie se lo estorbase).

Quiera el Señor largamente bendecir los generosos propósitos de un serio trabajo que una vez más formulamos; y en prenda de sus celestiales gracias, impartimos de corazón a todos vosotros nuestra Bendición Apostólica.

 


* AAS 54 (1962) 397;  Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 265-268.

 

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