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BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Domingo 14 de enero de 2007
Jornada mundial del emigrante y del refugiado

 

Queridos hermanos y hermanas: 

Este domingo se celebra la Jornada mundial del emigrante y del refugiado. Con esta ocasión he dirigido a todos los hombres de buena voluntad, y en particular a las comunidades cristianas, un Mensaje especial dedicado a la familia emigrante. Podemos contemplar a la Sagrada Familia de Nazaret, icono de todas las familias, porque refleja la imagen de Dios custodiada en el corazón de cada familia humana, aun cuando esté debilitada y, a veces, desfigurada por las pruebas de la vida. El evangelista san Mateo narra que, poco después del nacimiento de Jesús, san José se vio obligado a huir a Egipto, llevando consigo al Niño y a su Madre, para escapar de la persecución del rey Herodes (cf. Mt 2, 13-15).

En el drama de la Familia de Nazaret vislumbramos la dolorosa condición de numerosos emigrantes, especialmente de los refugiados, los exiliados, los desplazados, los prófugos y los perseguidos. En particular, reconocemos las dificultades de la familia emigrante como tal:  las molestias, las humillaciones, las estrecheces, las fragilidades.

En realidad, el fenómeno de la movilidad humana es muy amplio y variado. Según datos recientes de las Naciones Unidas, los emigrantes por razones económicas son hoy casi doscientos millones; los refugiados, cerca de nueve millones; y los estudiantes internacionales, alrededor de dos millones. A este gran número de hermanos y hermanas debemos añadir los desplazados  internos  y  los  irregulares, teniendo en cuenta que de cada uno depende,  de  alguna  manera,  una  familia.

Por tanto, es importante tutelar a los emigrantes y a sus familias mediante el apoyo de protecciones específicas en el ámbito legislativo, jurídico y administrativo, y también a través de una red de servicios, de centros de escucha y de organismos de asistencia social y pastoral. Espero que se llegue pronto a una gestión equilibrada de los flujos migratorios y de la movilidad humana en general, para que redunden en beneficio de toda la familia humana, comenzando por medidas concretas que favorezcan la emigración regular y las reagrupaciones familiares, prestando una atención particular a las mujeres y a los niños.

En efecto, también en el vasto campo de las migraciones internacionales es preciso poner siempre en el centro a la persona humana. Solamente el respeto de la dignidad humana de todos los emigrantes, por una parte, y el reconocimiento de los valores de la sociedad por parte de los emigrantes mismos, por otra, hacen posible la integración correcta de las familias en los sistemas sociales, económicos y políticos de los países de acogida.

Queridos amigos, la realidad de las migraciones no se ha de ver nunca sólo como un problema, sino también y sobre todo como un gran recurso para el camino de la humanidad. Y de modo especial la familia emigrante es un recurso, con tal de que se la respete como tal y no sufra daños irreparables, sino que pueda permanecer unida o reagruparse, para cumplir su misión de cuna de la vida y primer ámbito de acogida y de educación de la persona humana. Pidámoslo juntos al Señor, por intercesión de la bienaventurada Virgen María y de santa Francisca Javier Cabrini, patrona de los emigrantes.



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