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SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Miércoles 29 de junio de 2011

(Vídeo)

 

Queridos hermanos y hermanas:

Perdonad el largo retraso. La misa en honor de los santos Pedro y Pablo ha sido larga y hermosa. Y hemos meditado también en ese hermoso himno de la Iglesia de Roma que comienza con las palabras: «O Roma felix!». Hoy en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, patronos de esta ciudad, cantamos así: «Dichosa Roma, porque fuiste empurpurada por la preciosa sangre de estos grandes príncipes. No para tu alabanza, sino por sus méritos ¡superas toda belleza!». Como cantan los himnos de la tradición oriental, los dos grandes Apóstoles son las «alas» del conocimiento de Dios, que han recorrido la tierra hasta sus confines y han subido al cielo; son también las «manos» del Evangelio de la gracia, los «pies» de la verdad del anuncio, los «ríos» de la sabiduría, los «brazos» de la cruz (cf. MHN t. 5, 1899, p. 385). El testimonio de amor y de fidelidad de los santos Pedro y Pablo ilumina a los pastores de la Iglesia, para llevar a los hombres a la verdad, formándolos en la fe en Cristo. San Pedro, en particular, representa la unidad del colegio apostólico. Por este motivo, durante la liturgia celebrada esta mañana en la basílica vaticana, impuse a 41 arzobispos metropolitanos el palio, que manifiesta la comunión con el Obispo de Roma en la misión de guiar al pueblo de Dios a la salvación. Escribe san Ireneo, obispo de Lyon, en el siglo II, que en la Iglesia de Roma, «propter potentiorem principalitatem» [por su peculiar principalidad], deben converger todas las demás Iglesias, es decir, los fieles que están en todas partes, porque en ella se ha custodiado siempre la tradición que viene de los Apóstoles (Adversus haereses, III, 3, 2).

Es la fe profesada por Pedro la que constituye el fundamento de la Iglesia: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo», dice el Evangelio de san Mateo (16, 16). El primado de Pedro es una predilección divina, como lo es también la vocación sacerdotal: «porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, —dice Jesús— sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así sucede a quien decide responder a la llamada de Dios con la totalidad de la propia vida. Lo recuerdo de buen grado en este día, en el que se cumple el sexagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal. Gracias por vuestra presencia, por vuestras oraciones. Os doy las gracias a todos vosotros, pero sobre todo doy gracias al Señor por su llamada y por el ministerio que me ha confiado, y expreso mi agradecimiento a todos los que en esta circunstancia me han manifestado su cercanía y sostienen mi misión con la oración, que de todas las comunidades eclesiales sube incesantemente hacia Dios (cf. Hch 12, 5), traduciéndose en adoración a Cristo Eucaristía para acrecentar la fuerza y la libertad de anunciar el Evangelio. En este clima, me alegra saludar cordialmente a la delegación del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, presente hoy en Roma, siguiendo la significativa tradición, para venerar a los santos Pedro y Pablo y compartir conmigo el anhelo de la unidad de los cristianos querida por el Señor. Invoquemos con confianza a la Virgen María, Reina de los Apóstoles, para que todo bautizado se convierta cada vez más en una «piedra viva» que construya el reino de Dios.



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