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I DOMINGO DE ADVIENTO

PRIMERAS VÍSPERAS
PRESIDIDAS POR EL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI

ENCUENTRO CON LOS UNIVERSITARIOS DE LOS ATENEOS ROMANOS
Y DE LAS UNIVERSIDADES PONTIFICIAS

HOMILÍA

Basílica Vaticana
Sábado 1 de diciembre de 2012

 

«El que os llama es fiel» (1 Ts 5, 24).

Queridos amigos universitarios:

Las palabras del apóstol Pablo nos guían para captar el verdadero significado del Año litúrgico, que esta tarde comenzamos juntos con el rezo de las primeras Vísperas de Adviento. Todo el camino del año de la Iglesia está orientado a descubrir y a vivir la fidelidad del Dios de Jesucristo que en la cueva de Belén se nos presentará, una vez más, con el rostro de un niño. Toda la historia de la salvación es un itinerario de amor, de misericordia y de benevolencia: desde la creación hasta la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, desde el don de la Ley en el Sinaí hasta el regreso a la patria de la esclavitud babilónica. El Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob ha sido siempre el Dios cercano, que jamás ha abandonado a su pueblo. Muchas veces ha sufrido con tristeza su infidelidad y esperado con paciencia su regreso, siempre en la libertad de un amor que precede y sostiene al amado, atento a su dignidad y a sus expectativas más profundas.

Dios no se ha encerrado en su Cielo, sino que se ha inclinado sobre las vicisitudes del hombre: un misterio grande que llega a superar toda espera posible. Dios entra en el tiempo del hombre del modo más impensable: haciéndose niño y recorriendo las etapas de la vida humana, para que toda nuestra existencia, espíritu, alma y cuerpo —como nos ha recordado san Pablo— pueda conservarse irreprensible y ser elevada a las alturas de Dios. Y todo esto lo hace por su amor fiel a la humanidad. El amor, cuando es verdadero, tiende por su naturaleza al bien del otro, al mayor bien posible, y no se limita a respetar simplemente los compromisos de amistad asumidos, sino que va más allá, sin cálculo ni medida. Es precisamente lo que ha realizado el Dios vivo y verdadero, cuyo misterio profundo nos lo revelan las palabras de san Juan: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8. 16). Este Dios en Jesús de Nazaret asume en sí toda la humanidad, toda la historia de la humanidad, y le da un viraje nuevo, decisivo, hacia un nuevo ser persona humana, caracterizado por el ser generado por Dios y por el tender hacia Él (cf. La infancia de Jesús, ed. Planeta 2012, p. 19).

Queridos jóvenes, ilustres rectores y profesores, es para mí motivo de gran alegría compartir estas reflexiones con vosotros, que representáis el mundo universitario romano, en el que confluyen, si bien en sus identidades específicas, las universidades estatales y privadas de Roma y las instituciones pontificias que desde hace tantos años caminan juntas dando testimonio vivo de un fecundo diálogo y de colaboración entre los diversos saberes y la teología. Saludo y agradezco al cardenal prefecto de la Congregación para la educación católica, al rector de la Universidad de Roma «Foro Italico» y a vuestra representante las palabras que me han dirigido en nombre de todos. Saludo con profunda cordialidad al cardenal vicario y al ministro de la Educación, de la Universidad y de la Investigación, así como a las diversas autoridades académicas presentes.

Con especial afecto os saludo a vosotros, queridos jóvenes universitarios de los ateneos romanos, que habéis renovado vuestra profesión de fe ante la tumba del apóstol Pedro. Estáis viviendo el tiempo de preparación para las grandes elecciones de vuestra vida y para el servicio en la Iglesia y en la sociedad. Esta tarde podéis experimentar que no estáis solos: están con vosotros los profesores, los capellanes universitarios, los animadores de los colegios. ¡El Papa está con vosotros! Y, sobre todo, estáis insertados en la gran comunidad académica romana, en la que es posible caminar en la oración, en la investigación, en la confrontación, en el testimonio del Evangelio. Es un don valioso para vuestra vida; sabed verlo como un signo de la fidelidad de Dios, que os ofrece ocasiones para conformar vuestra existencia a la de Cristo, para dejaros santificar por Él hasta la perfección (cf. 1 Ts 5, 23). El año litúrgico que iniciamos con estas Vísperas será también para vosotros el camino en el que una vez más reviviréis el misterio de esta fidelidad de Dios, sobre la que estáis llamados a fundar, como sobre una roca segura, vuestra vida. Celebrando y viviendo con toda la Iglesia este itinerario de fe, experimentaréis que Jesucristo es el único Señor del cosmos y de la historia, sin el cual toda construcción humana corre el riesgo de frustrarse en la nada. La liturgia, vivida en su verdadero espíritu, es siempre la escuela fundamental para vivir la fe cristiana, una fe «teologal», que os implica en todo vuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— para convertiros en piedras vivas en la construcción de la Iglesia y en colaboradores de la nueva evangelización. En la Eucaristía, de modo particular, el Dios vivo se hace tan cercano que se convierte en alimento que sostiene el camino, presencia que transforma con el fuego de su amor.

Queridos amigos, vivimos en un contexto en el que a menudo encontramos la indiferencia hacia Dios. Pero pienso que en lo profundo de cuantos viven la lejanía de Dios —también entre vuestros coetáneos— hay una nostalgia interior de infinito, de trascendencia. Vosotros tenéis la misión de testimoniar en las aulas universitarias al Dios cercano, que se manifiesta también en la búsqueda de la verdad, alma de todo compromiso intelectual. A este propósito expreso mi complacencia y mi aliento por el programa de pastoral universitaria con el título: «El Padre lo vio de lejos. El hoy del hombre, el hoy de Dios», propuesto por la Oficina de pastoral universitaria del Vicariato de Roma. La fe es la puerta que Dios abre en nuestra vida para conducirnos al encuentro con Cristo, en quien el hoy del hombre se encuentra con el hoy de Dios. La fe cristiana no es adhesión a un dios genérico o indefinido, sino al Dios vivo que en Jesucristo, Verbo hecho carne, ha entrado en nuestra historia y se ha revelado como el Redentor del hombre. Creer significa confiar la propia vida a Aquel que es el único que puede darle plenitud en el tiempo y abrirla a una esperanza más allá del tiempo.

Reflexionar sobre la fe, en este Año de la fe, es la invitación que deseo dirigir a toda la comunidad académica de Roma. El diálogo continuo entre las universidades estatales o privadas y las universidades pontificias permite esperar una presencia cada vez más significativa de la Iglesia en el ámbito de la cultura no sólo romana sino también italiana e internacional. Las Semanas culturales y el Simposio internacional de los profesores, que se celebrará el próximo junio, serán un ejemplo de esta experiencia que espero pueda realizarse en todas las ciudades universitarias donde hay ateneos estatales, privados y pontificios.

Queridos amigos, «el que os llama es fiel, y Él lo realizará» (1 Ts 5, 24); hará de vosotros anunciadores de su presencia. En la oración de esta tarde encaminémonos idealmente hacia la cueva de Belén para gustar la verdadera alegría de la Navidad: la alegría de acoger en el centro de nuestra vida, a ejemplo de la Virgen María y de san José, a ese Niño que nos recuerda que los ojos de Dios están abiertos sobre el mundo y sobre todo hombre (cf. Zc 12, 4). ¡Los ojos de Dios están abiertos sobre nosotros porque Él es fiel a su amor! Sólo esta certeza puede conducir a la humanidad hacia metas de paz y de prosperidad, en este momento histórico delicado y complejo. También la próxima Jornada mundial de la juventud en Río de Janeiro será para vosotros, jóvenes universitarios, una gran ocasión para manifestar la fecundidad histórica de la fidelidad de Dios, brindando vuestro testimonio y vuestro compromiso para la renovación moral y social del mundo. La entrega del icono de María Sedes Sapientiae a la delegación universitaria brasileña por parte de la Capellanía universitaria de «Roma Tre», que este año celebra su veintenario, es un signo de este compromiso común vuestro, jóvenes universitarios de Roma.

A María, Trono de Sabiduría, os encomiendo a todos vosotros y a vuestros seres queridos; el estudio, la enseñanza, la vida de los ateneos; especialmente, el itinerario de formación y de testimonio en este Año de la fe. Que las lámparas que llevaréis a vuestras capellanías estén siempre alimentadas por vuestra fe humilde pero plena de adoración, para que cada uno de vosotros sea una luz de esperanza y de paz en el ambiente universitario. Amén.



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