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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA
DE SAN PATRICIO EN EL BARRIO DE COLLE PRENESTINO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

III Domingo de Adviento "Gaudete", 16 de diciembre de 2012

 

Queridos hermanos y hermanas de la parroquia de San Patricio:

Me alegro mucho de estar entre vosotros y de celebrar con vosotros y para vosotros la Santa Eucaristía. Desearía ante todo ofrecer algún pensamiento a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado. En este tercer domingo de Adviento, llamado domingo «Gaudete», la liturgia nos invita a la alegría. El Adviento es un tiempo de compromiso y de conversión para preparar la venida del Señor, pero la Iglesia hoy nos hace pregustar la alegría de la Navidad ya cercana. De hecho, el Adviento también es tiempo de alegría, pues en él se vuelve a despertar en el corazón de los creyentes la esperanza del Salvador, y esperar la llegada de una persona amada es siempre motivo de alegría. Este aspecto gozoso está presente en las primeras lecturas bíblicas de este domingo. El Evangelio en cambio se corresponde a la otra dimensión característica del Adviento: la de la conversión en vista de la manifestación del Salvador, anunciado por Juan Bautista.

La primera lectura que hemos escuchado es una invitación insistente a la alegría. El pasaje empieza con la expresión: «Alégrate hija de Sión... regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén» (Sof 3, 14), que es semejante a la del anuncio del ángel a María: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28). El motivo esencial por el que la hija de Sión puede exultar se expresa en la afirmación que acabamos de oír: «El Señor está en medio de ti» (Sof 3, 15.17); literalmente sería «está en tu seno», con una clara referencia al morar de Dios en el Arca de la Alianza, situada siempre en medio del pueblo de Israel. El profeta quiere decirnos que no existe ya motivo alguno de desconfianza, de desaliento, de tristeza, cualquiera que sea la situación que se debe afrontar, porque estamos seguros de la presencia del Señor, que por sí sola basta para tranquilizar y alegrar los corazones. El profeta Sofonías, además, hace entender que esta alegría es recíproca: nosotros somos invitados a alegrarnos, pero también el Señor se alegra por su relación con nosotros; en efecto, el profeta escribe: «Se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo» (v. 17). La alegría que se promete en este texto profético encuentra su cumplimiento en Jesús, que está en el seno de María, la «Hija de Sión», y pone así su morada en medio de nosotros (cf. Jn 1, 14). Él, de hecho, viniendo al mundo, nos da su alegría, como Él mismo confía a sus discípulos: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15, 11). Jesús trae a los hombres la salvación, una nueva relación con Dios que vence el mal y la muerte, y da la verdadera alegría por esta presencia del Señor que viene a iluminar nuestro camino frecuentemente oprimido por las tinieblas y el egoísmo. Y podemos reflexionar si realmente somos conscientes de este hecho de la presencia del Señor entre nosotros, que no es un Dios lejano, sino un Dios con nosotros, un Dios en medio de nosotros, que está con nosotros aquí, en la Santa Eucaristía; está con nosotros en la Iglesia viva. Y nosotros debemos ser portadores de esta presencia de Dios. Y así Dios se alegra por nosotros y nosotros podemos tener la alegría: Dios existe, y Dios es bueno, y Dios está cerca.

En la segunda lectura que hemos escuchado san Pablo invita a los cristianos de Filipos a alegrarse en el Señor. ¿Podemos alegrarnos? ¿Y por qué hay que alegrarse? La respuesta de san Pablo es: porque «el Señor está cerca» (Flp 4, 5). Dentro de pocos días celebraremos la Navidad, la fiesta de la venida de Dios, que se ha hecho niño y nuestro hermano para estar con nosotros y compartir nuestra condición humana. Debemos alegrarnos por esta cercanía suya, por esta presencia suya y buscar entender cada vez más que realmente está cerca, y así ser penetrados por la realidad de la bondad de Dios, de la alegría de que Cristo está con nosotros. Pablo dice con fuerza en otra Carta que nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo. Sólo el pecado nos aleja de Él, pero esto es un factor de separación que nosotros mismos introducimos en nuestra relación con el Señor. Pero aun cuando nos alejamos, Él no deja de amarnos y continúa siéndonos cercano con su misericordia, con su disponibilidad a perdonar y a volvernos a acoger en su amor. Por ello, como prosigue san Pablo, jamás debemos angustiarnos; siempre podemos exponer al Señor nuestras peticiones, nuestras necesidades, nuestras preocupaciones, «en la oración y en la súplica» (v. 6). Y esto es un gran motivo de alegría: saber que siempre es posible orar al Señor y que el Señor nos escucha, que Dios no está lejos, sino que escucha realmente, nos conoce; y saber que nunca rechaza nuestras plegarias, aunque no responda siempre como deseamos, pero responde. Y el Apóstol añade: orar «con acción de gracias» (ib.). La alegría que el Señor nos comunica debe hallar en nosotros un amor agradecido. De hecho, la alegría es plena cuando reconocemos su misericordia, cuando nos hacemos atentos a los signos de su bondad, si realmente percibimos que esta bondad de Dios está con nosotros, y le damos gracias por cuanto recibimos de Él cada día. Quien acoge los dones de Dios de manera egoísta no encuentra la verdadera alegría; en cambio quien hace de los dones recibidos de Dios ocasión para amarle con sincera gratitud y para comunicar a los demás su amor, tiene el corazón verdaderamente lleno de alegría. ¡Recordémoslo!

Tras las lecturas llegamos al Evangelio. El Evangelio de hoy nos dice que para acoger al Señor que viene, debemos prepararnos mirando bien nuestra conducta de vida. A las diversas personas que le preguntan qué deben hacer para estar preparadas para la venida del Mesías (cf. Lc 3, 10.12.14), Juan Bautista responde que Dios no exige nada de extraordinario, sino que cada uno viva según criterios de solidaridad y de justicia; sin ellos no es posible prepararse bien al encuentro con el Señor. Por lo tanto también nosotros preguntemos al Señor qué espera y qué quiere que hagamos, y empecemos a entender que no exige cosas extraordinarias, sino vivir la vida ordinaria con rectitud y bondad. Finalmente Juan Bautista indica a quién debemos seguir con fidelidad y valor. Ante todo niega ser él mismo el Mesías, y después proclama con firmeza: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias» (v. 16). Aquí observamos la gran humildad de Juan al reconocer que su misión es la de preparar el camino a Jesús. Al decir «yo os bautizo con agua» quiere dar a entender que su acción es simbólica. En efecto, él no puede eliminar ni perdonar los pecados: bautizando con agua sólo puede indicar que es necesario cambiar la vida. Al mismo tiempo Juan anuncia la venida del «más fuerte», que «os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (ib.). Y como hemos escuchado, este gran profeta usa imágenes fuertes para invitar a la conversión, pero no lo hace con el fin de infundir temor, sino más bien para incitar a acoger bien el Amor de Dios, el único que puede purificar verdaderamente la vida. Dios se hace hombre como nosotros para donarnos una esperanza que es certeza: si le seguimos, si vivimos con coherencia nuestra vida cristiana, Él nos atraerá hacia Sí, nos conducirá a la comunión con Él; y en nuestro corazón estará la verdadera alegría y la verdadera paz, también en las dificultades, en los momentos de debilidad.

¡Queridos amigos! Estoy contento de orar con vosotros al Señor, que se hace presente en la Eucaristía para estar siempre con nosotros. Saludo cordialmente al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro párroco don Fabio Fasciani, a quien agradezco sus palabras en las que me ha expuesto la situación de la parroquia, la riqueza espiritual de la vida parroquial, y saludo a todos los sacerdotes presentes. Saludo a cuantos trabajan en el ámbito de la parroquia: los catequistas, los miembros del coro y de los diversos grupos parroquiales, así como a los miembros del Camino Neocatecumenal, aquí comprometidos en la misión. Veo con alegría a muchos niños que siguen la Palabra de Dios en diversos niveles, preparándose a la Comunión, a la Confirmación y a la postconfirmación, a la vida. ¡Bienvenidos! Estoy feliz de ver aquí una Iglesia viva. Extiendo mi pensamiento a las Oblatas de la Virgen del Rosario, presentes en el territorio de la parroquia, y a todos los residentes del barrio, especialmente a los ancianos, a los enfermos, a las personas solas y en dificultad. Por todos y cada uno rezo en esta Santa Misa.

Vuestra parroquia, formada en el Colle Prenestino entre finales de los años 60 y mediados de los 80, después de las dificultades iniciales debidas a la falta de estructuras y servicios, se dotó de una bella iglesia inaugurada en 2007, tras una larga espera. Este edificio sacro es por lo tanto un espacio privilegiado para crecer en el conocimiento y en el amor de Aquél que en pocos días acogeremos en la alegría de la Navidad como Redentor del mundo y nuestro Salvador. No dejéis de venir a encontrarle a menudo, para sentir más todavía su presencia que da fuerza. Me alegro por el sentido de pertenencia a la comunidad parroquial que, en el curso de estos años, ha ido madurando y consolidándose cada vez más. Os aliento a que siga creciendo la corresponsabilidad pastoral en una perspectiva de auténtica comunión entre todas las realidades presentes, llamadas a vivir la complementariedad en la diversidad. De manera particular deseo indicar a todos la importancia y la centralidad de la Eucaristía en la vida personal y comunitaria. Que la Santa Misa esté en el centro de vuestro domingo, que hay que redescubrir y vivir como día de Dios y de la comunidad, día en el que alabar y celebrar a Aquél que murió y resucitó por nuestra salvación y que nos pide vivir juntos en la alegría de una comunidad abierta y dispuesta a acoger a toda persona sola o con dificultades. De igual modo, os exhorto a que os acerquéis con regularidad al sacramento de la Reconciliación, sobre todo en este tiempo de Adviento.

Conozco lo que hacéis en la preparación de los niños y los jóvenes para los sacramentos de la vida cristiana. El Año de la fe, que estamos viviendo, debe convertirse en una ocasión para hacer crecer y consolidar la experiencia de la catequesis de forma que permita a todo el barrio conocer y profundizar en el Credo de la Iglesia y encontrar al Señor como a una Persona viva. Dirijo un pensamiento especial a las familias, con el deseo de que puedan realizar plenamente la propia vocación al amor con generosidad y perseverancia. Y una palabra especial de afecto y de amistad quiere dar el Papa también a vosotros, queridísimos niños, niñas y jóvenes que me escucháis, y a vuestros coetáneos que viven en esta parroquia. Sentíos verdaderos protagonistas de la nueva evangelización, poniendo vuestras energías nuevas, vuestro entusiasmo y vuestras capacidades al servicio de Dios y de los demás, en la comunidad.

Queridos hermanos y hermanas, como hemos dicho al inicio de esta celebración, la liturgia de hoy nos llama a la alegría y a la conversión. Abramos nuestro espíritu a esta invitación; corramos al encuentro del Señor que viene, invocando e imitando a san Patricio, gran evangelizador, y a la Virgen María, que esperó y preparó, silenciosa y orante, el nacimiento del Redentor. ¡Amén!



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