Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL V CENTENARIO DE LA OSTENSIÓN
DE LA TÚNICA SAGRADA EN TRÉVERIS

 

A mi venerado hermano
Stephan Ackermann
Obispo de Tréveris

En estos días, en la gran catedral de Tréveris, tiene lugar la ostensión de la Túnica sagrada, exactamente quinientos años después de su primera exposición pública por obra del arzobispo Richard von Greiffenklau, de acuerdo con el deseo del emperador Maximiliano I, abriendo el altar mayor. En esta ocasión especial, también yo me hago peregrino, con el pensamiento, en la antigua y venerable ciudad episcopal de Tréveris, para sumarme, en cierto sentido, al grupo de fieles que, en las próximas semanas, participarán en la peregrinación a la Túnica sagrada. A usted, excelencia, a los hermanos en el ministerio episcopal allí presentes, a los sacerdotes y a los diáconos, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los que se encuentran reunidos en la catedral de Tréveris para la apertura de la peregrinación, deseo asegurarles la cercanía fraterna del Sucesor de Pedro.

Desde la primera ostensión, en el año 1512, la Túnica sagrada atrae hacia sí a los fieles, porque esta reliquia hace presente uno de los momentos más dramáticos de la vida terrena de Jesús, su muerte en cruz. En ese contexto, la división de los vestidos del Crucificado entre los soldados podría parecer solamente un episodio marginal, al que los Evangelios sinópticos aluden sólo de paso. El evangelista san Juan, sin embargo, desarrolla este acontecimiento con cierta solemnidad. Es el único que llama la atención sobre la túnica, que «era sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo» (19, 23). Así nos hace explícito el acontecimiento y, gracias a la reliquia, nos ayuda a contemplar con fe el misterio de la salvación.

La túnica, nos dice san Juan, estaba tejida toda de una pieza. Los soldados, según la costumbre romana, se dividen como un botín las pobres cosas del crucificado, pero no quieren desgarrar la túnica. La echan a suerte y de este modo permanece entera. Los Padres de la Iglesia ven en este pasaje la unidad de la Iglesia; está unida como única e indivisa comunidad por el amor de Cristo. La Túnica sagrada quiere hacernos visible todo esto. El amor del Salvador vuelve a unir lo que está dividido. La Iglesia es una en muchos. Cristo no disuelve la pluralidad de los hombres, sino que los une en su ser los unos para los otros y con los otros típico de los cristianos, hasta el punto de que ellos mismos pueden llegar a ser, de varias maneras, mediadores los unos para los otros respecto de Dios.

La túnica de Cristo está «tejida toda de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23). También esta es una imagen de la Iglesia, que no vive por sí misma, sino por Dios. Como comunidad única e indivisa, es obra de Dios, no producto de los hombres y de sus capacidades. Al mismo tiempo, la Túnica sagrada quiere ser, por decirlo así, una advertencia a la Iglesia para que permanezca fiel a sus orígenes, para que tome conciencia de que, en el fondo, su unidad, su consenso, su eficacia, su testimonio sólo pueden ser creados por Dios, sólo pueden ser dados por Dios. Únicamente cuando Pedro confesó: «Tú eres el Cristo» (cf. Mt 16, 16), recibió el poder de atar y desatar, por lo tanto, el servicio en favor de la unidad de la Iglesia.

Y, por último, la Túnica sagrada no es una toga, un vestido elegante, que expresa un papel social. Es un vestido modesto, que sirve para cubrir y proteger a quien lo lleva, conservando su intimidad. Este vestido es el don indiviso del Crucificado a la Iglesia, que él ha santificado con su Sangre. Por esto, la Túnica sagrada recuerda la dignidad propia de la Iglesia. Sin embargo, ¡cuántas veces vemos en qué frágiles vasijas (cf. 2 Co 4, 7) llevamos nosotros el tesoro que el Señor nos ha confiado en su Iglesia, y cómo, a causa de nuestro egoísmo, de nuestras debilidades y errores, queda herida la integridad del Cuerpo de Cristo! Hace falta una disposición constante a la conversión y a la humildad para seguir al Señor con amor y con verdad. Al mismo tiempo, la particular dignidad e integridad de la Iglesia no puede quedar expuesta y entregada al ruido de un juicio sumario por parte de la opinión pública.

La peregrinación jubilar tiene como lema, que es también una invocación al Señor, «Vuelve a unir lo que está dividido». No queremos permanecer inmóviles en el aislamiento. Queremos pedir al Señor que nos guíe en el camino de la fe, que reviva en nosotros sus contenidos. Así los cristianos, al crecer juntos en la fe, en la oración y en el testimonio, también podremos reconocer, en medio de las pruebas de nuestro tiempo, la magnificencia y la bondad del Señor. Por esto, a usted y a todos los que en estas semanas de fiesta se dirijan en peregrinación a la Túnica sagrada en Tréveris, les imparto de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, Viernes Santo, 6 de abril de 2012

 

BENEDICTUS PP. XVI



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana