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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL NUEVO EMBAJADOR DE SUIZA ANTE LA SANTA SEDE*

Jueves 16 de junio de 2005

 

Señor embajador: 

Me alegra acogerlo con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la Confederación Suiza ante la Santa Sede, y le agradezco sus amables palabras. Le ruego que transmita al señor presidente de la Confederación Suiza y al Consejo federal mi agradecimiento por sus amables saludos, y les exprese mis deseos cordiales para todos los habitantes de Suiza.

¡Cómo no evocar, al inicio de nuestro encuentro, la visita de mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, a su país, y su memorable encuentro con los jóvenes, signo de esperanza para todos los católicos de Suiza! Al mismo tiempo, me alegra constatar las cordiales relaciones diplomáticas existentes entre su país y la Santa Sede. Me congratulo de igual modo por el diálogo entablado entre los representantes de la Confederación Suiza y los obispos del país para encontrar soluciones satisfactorias, tanto a nivel federal como cantonal, a las eventuales dificultades que podrían presentarse en las relaciones mutuas.

Como sucede en la mayor parte de los países de Europa occidental, la sociedad suiza ha experimentado una considerable evolución de las costumbres y, bajo la presión conjunta de los avances técnicos y de la voluntad de una parte de la opinión pública, se han propuesto leyes nuevas en muchos campos relacionados con el respeto de la vida y la familia. Conciernen a las cuestiones delicadas de la transmisión de la vida, la enfermedad y el fin de la vida, pero también al lugar de la familia y al respeto del matrimonio. Sobre todas estas cuestiones relativas a los valores fundamentales la Iglesia católica se ha expresado claramente mediante la voz de sus pastores, y seguirá haciéndolo cuando sea necesario, para recordar sin cesar la inalienable grandeza de la dignidad humana, que exige el respeto de los derechos humanos y, ante todo, del derecho a la vida.

Quisiera alentar a la sociedad suiza a permanecer abierta al mundo que la rodea, para ocupar su lugar en el mundo y en Europa, y también para poner sus talentos al servicio de la comunidad humana, en especial de los países más pobres, que no podrán desarrollarse sin esta ayuda.

Asimismo, deseo que su país siga abierto a los que han llegado a él buscando trabajo o protección, convencido de que la acogida del otro es también su riqueza. En un mundo donde existen aún numerosos conflictos, es importante que el diálogo entre las culturas no sea sólo asunto de los dirigentes de la nación, sino que también lo pongan en práctica todos, en las familias, en los lugares de educación, en el mundo del trabajo y en las relaciones sociales, para construir una verdadera cultura de paz.

Excelencia, permítame saludar a través de usted a los pastores y a los fieles de la Iglesia católica que viven en Suiza. Sé que se preocupan por mantener el vínculo vital de la comunión con el Sucesor de Pedro y por vivir en buena armonía con sus hermanos cristianos de otras tradiciones.

Como ha destacado, excelencia, sus jóvenes compatriotas de la Guardia suiza pontificia manifiestan este vínculo entre Suiza y la Santa Sede, dando testimonio de un gran sentido de servicio.

En el momento en que usted inicia su misión, le expreso, señor embajador, mis mejores deseos, con la seguridad de encontrar siempre entre mis colaboradores acogida y comprensión.

Sobre su excelencia, sobre su familia, sobre sus colaboradores y sobre todo el pueblo suizo invoco la abundancia de las bendiciones divinas.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.26, p.9.

 



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