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DISCURSO DEL SASNTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS QUE RECIBIERON EL PALIO
EN LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO


Jueves 30 de junio de 2005

 

Queridos y venerados hermanos en el episcopado: 

Después de la celebración litúrgica de ayer, solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles, me alegra mucho encontrarme nuevamente con vosotros esta mañana, junto con vuestros familiares y con los fieles de vuestras diócesis, que os han acompañado en la peregrinación a la tumba del Príncipe de los Apóstoles para recibir el palio. Esta antigua tradición, que se remonta al siglo XI, constituye un significativo testimonio de comunión de los obispos metropolitanos con el Pastor de la Iglesia de Roma. En efecto, provenís de diversas naciones y continentes, y estáis llamados a servir a la única Iglesia de Cristo:  a cada uno expreso mi saludo fraterno y cordial.

Me dirijo, en primer lugar, al señor cardenal Angelo Sodano, que ha recibido el palio por ser el decano del Colegio cardenalicio y, a la vez que le doy las gracias por la colaboración que desde hace muchos años presta al Sucesor de Pedro, extiendo mi saludo a todos los miembros del Colegio de cardenales, a los que agradezco el apoyo y la oración con que acompañan mi servicio de Pastor de la Iglesia universal.

Saludo, asimismo, a monseñor Bruno Forte, arzobispo de Chieti-Vasto; a monseñor Salvatore Nunnari, arzobispo de Cosenza; y a monseñor Paolo Mario Atzei, arzobispo de Sássari. Saludo también a monseñor Rrok Mirdita, arzobispo de Tirana, en Albania, y a monseñor Ruggero Franceschini, arzobispo de Esmirna, en Turquía. Queridos hermanos, cuidad siempre de la grey de Cristo que os ha sido encomendada. Con el ejemplo y la palabra sed para todos guías firmes y seguros. Vosotros, queridos amigos que los acompañáis, seguid dócilmente sus enseñanzas, cooperando generosamente con ellos en la realización del reino de Dios.

Me alegra saludar a monseñor André Vingt-Trois, arzobispo de París; a monseñor Bernard Nicolas Aubertin, arzobispo de Tours; a monseñor Joseph Ngô Quang Kiêt, arzobispo de Hanoi; y a monseñor Marcel Honorat Léon Agboton, arzobispo de Cotonú, a quienes impuse el palio ayer como signo particular de comunión con la Sede apostólica. Que el ejemplo de los apóstoles san Pedro y san Pablo, servidores de la comunión hasta entregarse a sí mismos, guíe vuestra acción pastoral al servicio del pueblo de Dios que os ha sido encomendado. Saludo igualmente a los miembros de vuestras familias y a las delegaciones de diocesanos que os han acompañado hasta Roma. A todos imparto de todo corazón una particular bendición apostólica.

Queridos amigos en Cristo, dirijo un cordial saludo a los arzobispos metropolitanos de lengua inglesa a quienes impuse el palio ayer:  monseñor Bernard Blasius Moras, arzobispo de Bangalore; monseñor Malayappan Chinnappa, arzobispo de Madras y Mylapore (India); monseñor Ernesto Antolin Salgado, arzobispo de Nueva Segovia (Filipinas); monseñor Wilton Gregory, arzobispo de Atlanta; monseñor José Horacio Gómez, arzobispo de San Antonio; monseñor Joseph Fiorenza, arzobispo de Galveston-Houston; monseñor Joseph Naumann, arzobispo de Kansas City en Kansas (Estados Unidos); monseñor Daniel Bohan, arzobispo de Regina, Canadá; monseñor Liborius Ndumbukuti Nashenda, arzobispo de Windhoek (Namibia); monseñor Boniface Lele, arzobispo de Mombasa (Kenia); monseñor Gabriel Charles Palmer-Buckle, arzobispo de Accra (Ghana); y monseñor John Atcherly Dew, arzobispo de Wellington (Nueva Zelanda).

También saludo a sus familiares y amigos, así como a los fieles de sus archidiócesis que los han acompañado a Roma. Queridos amigos, que vuestra peregrinación a las tumbas de san Pedro y san Pablo os confirme en la fe católica que viene de los Apóstoles. A todos os imparto con afecto mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.

Saludo con afecto a los arzobispos de lengua española y a cuantos les han acompañado en la significativa ceremonia de la imposición del palio. Me refiero a los arzobispos Jaume Pujol Balcells, de Tarragona; Octavio Ruiz Arenas, de Villavicencio; Santiago García Aracil, de Mérida-Badajoz; Pedro Ricardo Barreto Jimeno, de Huancayo; Pablo Lizama Riquelme, de Antofagasta; Leopoldo José Brenes Solórzano, de Managua; y Manuel Ureña Pastor, de Zaragoza.

Varios países de este amplio sector lingüístico cuentan con nuevos pastores metropolitanos, con la misión especial de fomentar estrechos vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro y entre sus diócesis sufragáneas. A quienes los acompañáis, os ruego que sigáis cercanos a ellos con la oración y la colaboración generosa, para que acrecienten la esperanza en los jóvenes, el amor y fidelidad en las familias, fomentando un espíritu fraterno en la convivencia social. Pido a la Virgen María, tan venerada en vuestras tierras —Chile, Colombia, España, Nicaragua y Perú—, que aliente el ministerio de los arzobispos y acompañe con ternura a los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles de sus arquidiócesis. Llevadles a todos mi afectuoso saludo y la bendición apostólica.

La Iglesia en Brasil se alegra hoy porque las sedes arzobispales de Maringá, Belém do Pará y Sorocaba están de fiesta con la imposición del palio a sus nuevos arzobispos, respectivamente monseñor Anuar Battisti, monseñor Orani João Tempesta y monseñor Eduardo Benes de Sales Rodrigues, a los que hoy acompañan sus familiares, así como sacerdotes y fieles de sus arquidiócesis. Asimismo, deseo saludar con afecto a vuestras Iglesias particulares, deseando que esta significativa celebración ayude a reforzar la unidad y la comunión con la Sede apostólica, y estimule una generosa entrega pastoral de sus obispos para el crecimiento de la Iglesia y la salvación de las almas.

Saludo al arzobispo Stanislaw Dziwisz y a sus acompañantes. Le doy las gracias por todo lo que ha hecho por Juan Pablo II y por mí personalmente. Invoco la ayuda de Dios para su nueva misión. Dios bendiga a todos los aquí presentes.

Venerados y queridos hermanos, os doy las gracias una vez más por esta grata visita y por el trabajo apostólico que realizáis. Mientras os preparáis para volver a vuestras respectivas diócesis, quisiera aseguraros que permanezco unido a vosotros con el afecto y la oración; al mismo tiempo, os pido que sigáis caminando juntos, unidos por los mismos sentimientos de concordia y amor a Cristo y a su Iglesia. Con estos sentimientos, os imparto de buen grado a vosotros, aquí presentes, y a vuestras comunidades diocesanas la bendición apostólica, invocando sobre cada uno la protección de la Madre celestial del Señor y la constante asistencia de los apóstoles san Pedro y san Pablo.

 



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