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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE RUANDA EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 21 de mayo de 2005

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

En el momento en que realizáis vuestra peregrinación a la tumba de los apóstoles san Pedro y san Pablo, me alegra acogeros a vosotros, a quienes el Señor ha encomendado la tarea de guiar a su Iglesia en Ruanda. Agradezco a monseñor Alexis Habiyambere, obispo de Nyundo y presidente de vuestra Conferencia episcopal, sus palabras fraternas. A través de vosotros, dirijo un saludo afectuoso a vuestras comunidades, exhortando a los sacerdotes y a los fieles, duramente probados por el genocidio de 1994 y por sus consecuencias, a permanecer firmes en la fe y a perseverar en la esperanza que da Cristo resucitado, superando toda tentación de desaliento. Que el Espíritu de Pentecostés, derramado en todo el universo, fecunde los esfuerzos de los que se dedican a edificar la fraternidad entre todos los ruandeses, con espíritu de verdad y de justicia.

Vuestras relaciones quinquenales se hacen eco de la obra del Espíritu, que construye la Iglesia en Ruanda en medio de las vicisitudes de su historia. Para trabajar activamente en favor de la paz y de la reconciliación, privilegiáis sobre todo una pastoral de cercanía, fundada en el compromiso de pequeñas comunidades de laicos en la pastoral misionera de la Iglesia, en armonía con los pastores.

Os animo a sostener a estas comunidades, para que los fieles acojan las verdades de fe y sus exigencias, desarrollando así una vida eclesial y espiritual más fuerte, sin dejarse desviar del Evangelio de Cristo, especialmente por las numerosas sectas presentes en el país. Trabajad sin descanso para que el Evangelio penetre cada vez más a fondo en el corazón y en la existencia de los creyentes, invitando a los fieles a asumir cada vez más su responsabilidad en la sociedad, especialmente en los campos de la economía y de la política, con un sentido moral alimentado por el Evangelio y por la doctrina social de la Iglesia.

Saludo a los sacerdotes de vuestras diócesis, y a los jóvenes que, con generosidad, se preparan para serlo. Su número es un verdadero signo de esperanza para el futuro. Mientras el clero llega a ser autóctono, quisiera congratularme por el trabajo paciente realizado por los misioneros para anunciar a Cristo y su Evangelio, y para dar vida a las comunidades cristianas que vosotros apacentáis hoy. Os invito a estar cerca de vuestros sacerdotes, a cuidar de su formación permanente a nivel teológico y espiritual, y a estar atentos a sus condiciones de vida y de ejercicio de su misión, para que sean testigos verdaderos de la Palabra que anuncian y de los sacramentos que administran. Ojalá que en su entrega a Cristo y al pueblo del que son pastores permanezcan fieles a las exigencias de su estado y vivan su sacerdocio como un verdadero camino de santidad.

Al concluir nuestro encuentro, queridos hermanos en el episcopado, quisiera unirme al pueblo que se os ha encomendado, exhortando a los fieles y a los pastores a formar comunidades animadas por un sincero amor mutuo e impulsadas por el deseo imperioso de trabajar en favor de una auténtica reconciliación. Que en todas las colinas resuene el canto de los mensajeros de la buena nueva de Cristo, vencedor de la muerte (cf. Is 52, 7). Confiando las esperanzas y los sufrimientos del pueblo ruandés a la intercesión de la Reina de los Apóstoles, os imparto una afectuosa bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.

 



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