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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE SU VISITA AL HOSPITAL INFANTIL "NIÑO JESÚS"


Viernes 30 de septiembre de 2005

 

Señores administradores del hospital y distinguidas autoridades;
queridos niños: 

Al final de mi visita, me alegra entretenerme con vosotros, agradeciéndoos vuestra cordial acogida.
Doy las gracias al señor presidente de este hospital pediátrico "Niño Jesús" por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros, palabras de fe y de verdadera caridad cristiana. Saludo a los presidentes de la región y de la provincia, al alcalde de Roma y a las demás autoridades aquí reunidas. Mi gratitud va también a los administradores, a los directores y a los coordinadores de los departamentos del hospital, así como a los médicos, a los enfermeros y a todo el personal. Con afecto me dirijo sobre todo a vosotros, queridos niños, y a vuestros familiares, que están junto a vosotros con mucha solicitud. Gracias de corazón a vuestro representante, que me ha ofrecido un hermoso regalo en nombre de toda la familia del "Niño Jesús". Estoy cerca de cada uno de vosotros y quisiera haceros sentir el consuelo y la bendición de Dios. El mismo deseo quiero expresar a quienes se encuentran en las sucursales de Palidoro y Santa Marinella, igualmente tan cerca de mí.

Para mi primera visita a un hospital, he elegido el "Niño Jesús" por dos motivos:  ante todo, porque este centro pertenece a la Santa Sede, y lo sigue con solicitud el cardenal secretario de Estado, que está aquí presente. Al pasar por algunas salas y encontrarme con tantos niños que sufren he pensado espontáneamente en Jesús, que amaba tiernamente a los niños y quería que los dejaran acercarse a él. Sí, como Jesús, también la Iglesia manifiesta una predilección particular por la infancia, especialmente cuando se trata de niños que sufren. Este es, pues, el segundo motivo por el que he venido a visitaros:  para testimoniar también yo el amor de Jesús a los niños, un amor que fluye espontáneamente del corazón y que el espíritu cristiano acrecienta y refuerza. El Señor dijo:  "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40. 45). En toda persona que sufre, más aún si es pequeña e indefensa, Jesús nos acoge y espera nuestro amor.

Por tanto, queridos amigos, es importante el trabajo que realizáis aquí. Pienso en las operaciones de vanguardia, que dan renombre al "Niño Jesús"; pero pienso también y sobre todo en el trabajo ordinario, de cada día:  la acogida, la hospitalización y la asistencia solícita a los pequeños pacientes -¡y son tantos!-, que se dirigen a vuestras estructuras sanitarias. Esto requiere una gran disponibilidad, una búsqueda constante para multiplicar los recursos disponibles; exige atención, espíritu de sacrificio, paciencia y amor desinteresado, para que las madres y los padres puedan encontrar aquí un lugar donde se respire esperanza y serenidad incluso en los momentos de mayor aprensión.

Permitidme expresar aún unas palabras precisamente sobre la calidad de la acogida y de la atención que se reserva a los enfermos. Aquí vuestra preocupación es asegurar un tratamiento excelente no sólo bajo el perfil sanitario, sino también bajo el aspecto humano. Tratáis de dar una familia a los pacientes y a sus acompañantes, y esto requiere la contribución de todos:  de los dirigentes, de los médicos, de los enfermeros y de los agentes sanitarios en las diferentes unidades, del personal y de las numerosas y beneméritas organizaciones de voluntarios, que diariamente prestan su valioso servicio. Este estilo, que vale para toda clínica, debe caracterizar de modo especial a las que se inspiran en los principios evangélicos. Además, para los niños no hay que escatimar ningún recurso. Por tanto, en el centro de todo proyecto y programa debe estar siempre el bien del enfermo, el bien del niño enfermo.

Queridos amigos, gracias por vuestra colaboración en esta obra de gran valor humano, que representa también un apostolado muy eficaz. Rezo por vosotros, sabiendo que esta misión vuestra es ardua. Pero estoy seguro de que todo resultará más fácil si, al dedicar vuestras energías a todos los pequeños huéspedes, sabéis reconocer en su rostro el rostro de Jesús. Al recogerme en la capilla, me he encontrado con los sacerdotes, las religiosas y cuantos acompañan vuestro trabajo con su dedicación, en particular asegurando una oportuna animación espiritual. Que la Iglesia sea precisamente el corazón del hospital:  de Jesús realmente presente en la Eucaristía, del dulce Médico de los cuerpos y de las almas, sacad la fuerza espiritual para confortar y curar a cuantos están internados aquí.

Por último, permitidme una reflexión exquisitamente pastoral, como Obispo de Roma. El hospital "Niño Jesús", además de ser una obra inmediata y concreta de ayuda de la Santa Sede a los niños enfermos, representa una vanguardia de la acción evangelizadora de la comunidad cristiana en nuestra ciudad. Aquí se puede dar un testimonio concreto y eficaz del Evangelio en contacto con la humanidad que sufre; aquí se proclama con los hechos el poder de Cristo, que con su espíritu cura y transforma la existencia humana. Oremos para que, junto con la asistencia, se comunique a los pequeños huéspedes el amor de Jesús. Que María santísima, Salus infirmorum ―Salud de los enfermos―, a quien sentimos aún más cerca, como Madre del Niño Jesús y de todos los niños, os proteja a vosotros, queridos enfermos, y a vuestras familias, a los dirigentes, a los médicos y a toda la comunidad del hospital. A todos imparto con afecto la bendición apostólica.

 



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