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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE SAN CIRILO Y SAN METODIO EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 4 de mayo de 2007

 

Venerados hermanos en el episcopado: 

"El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15, 13). Me alegra acogeros con estas palabras tomadas de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos:  sí, el Dios de la esperanza os colme de sus consolaciones celestiales. Con este deseo, os abrazo fraternalmente a cada uno de vosotros, queridos pastores de una porción de la grey del Señor a la que amo particularmente. Provenís de países diversos, que tienen etnias, culturas y lenguas diferentes, pero cuyas comunidades eclesiales están unidas por la misma fe en Cristo resucitado que nos han transmitido los Apóstoles. Sed bienvenidos.

Os saludo a cada uno, a la vez que agradezco de corazón las amables palabras que me ha dirigido el arzobispo Stanislav Hocevar, presidente de vuestra Conferencia episcopal internacional de San Cirilo y San Metodio, erigida en diciembre de 2004 por mi predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II. Vuestro presidente se ha hecho intérprete de los sentimientos de comunión que os unen al Sucesor de Pedro:  os doy las gracias por ello.

Esta casa es también vuestra; en ella podéis experimentar la catolicidad de la Iglesia de Cristo, que se extiende hasta los confines de la tierra. Al final de vuestra visita ad limina Apostolorum os renuevo la expresión de mi cordial gratitud, que os ruego transmitáis también a vuestras comunidades; confío en el apoyo de sus oraciones. Asegurad a todos —sacerdotes, religiosos y religiosas, niños y jóvenes, ancianos y familias— que el Papa está cerca de ellos y los recuerda cada día ante el Señor. Exhorto a todos a perseverar en la unidad, en la apertura recíproca y en el espíritu de fraternidad.

Los diversos países y los diferentes contextos sociales y religiosos en los que viven vuestros fieles, venerados hermanos, tienen muchas repercusiones en su vida cristiana. Pienso, por ejemplo, en el matrimonio entre cónyuges de distinta confesión o religión, que exige de vuestra parte, queridos pastores, una especial atención espiritual y una cooperación más armoniosa también con las demás Iglesias cristianas.

Pienso, asimismo, en la educación religiosa de las nuevas generaciones, que es necesario prever en los programas escolares. Y quiero aludir también a un aspecto fundamental para la vida eclesial:  la formación de los ministros sagrados y su acompañamiento espiritual en el contexto multiconfesional mencionado. Sé que existe el proyecto de un Seminario mayor en Subotica; aliento cordialmente esta iniciativa, por el buen servicio que podría prestar a las diversas diócesis. Es preciso ayudar a los seminaristas a crecer con la clara conciencia de que el presbítero es "alter Christus" y debe cultivar una relación íntima con Jesús si quiere cumplir plenamente su misión y no considerarse simplemente "funcionario" de una organización eclesiástica.

El sacerdote está totalmente al servicio de la Iglesia, organismo vivo y espiritual que no saca su energía de componentes nacionalistas, étnicos o políticos, sino de la acción de Cristo presente en sus ministros. En efecto, el Señor quiso que su Iglesia estuviera abierta a todos; los Apóstoles la edificaron así desde los primeros pasos del cristianismo, y los mártires con su sangre dieron testimonio de su santidad y de su "catolicidad". A lo largo de los siglos, la Tradición ha mantenido inalterado su carácter de universalidad, mientras iba propagándose y entrando en contacto con lenguas, razas, nacionalidades y culturas diferentes. Podéis experimentar diariamente esta unidad de la Iglesia en la diversidad.

Queridos y venerados hermanos, durante estos días he podido conocer mejor la realidad de vuestras diócesis, constituidas a menudo por una pequeña grey insertada en vastos contextos de multiplicidad étnica, cultural y religiosa. Por tanto, vuestra misión no es fácil. Pero con la ayuda del Señor, y con docilidad a su Espíritu, exhortad a todos los que él mismo ha encomendado a vuestra solicitud a no cansarse de ser "levadura" evangélica que fermente la sociedad. De este modo, según la exhortación del apóstol san Pedro, podréis dar juntos testimonio de la esperanza que os anima (cf. 1 P 3, 15). Realizaréis esto gracias a una constante fidelidad a Cristo, a una asidua práctica sacramental y a una generosa entrega apostólica. Con este fin, será necesario implicar a todos los miembros del pueblo de Dios, utilizando todos los instrumentos disponibles de formación cristiana, preparados en los diversos idiomas de la población.

Esta acción pastoral común no podrá menos de tener consecuencias benéficas también en el ámbito civil, pues las conciencias rectas, formadas según el Evangelio, se sentirán más fácilmente impulsadas a construir una sociedad de dimensión humana. Una modernidad mal entendida tiende hoy a exaltar de manera excesiva las necesidades de la persona, en detrimento de los deberes que toda persona tiene con respecto a Dios y a la comunidad a la que pertenece. Es importante, por ejemplo, poner de relieve la recta concepción de la responsabilidad civil y pública, porque precisamente de esta visión deriva la obligación del respeto a los derechos de cada uno y una integración convencida de la propia cultura con las demás, tendiendo juntos al bien común.

La Providencia ha puesto a vuestros pueblos en el contexto de un continente europeo que en estos años se va reestructurando. También vuestras Iglesias se sienten partícipes en ese proceso histórico, sabiendo bien que pueden aportar su contribución peculiar. Por desgracia, no faltan obstáculos:  la escasez de medios a disposición, a causa de la situación económica, y la insuficiencia de fuerzas católicas podrían desanimaros. No es fácil olvidar la pesada herencia de más de cuarenta años de pensamiento único, que han producido comportamientos sociales no basados en la libertad y en la responsabilidad personal. Al mismo tiempo, es difícil resistir a las tentaciones del materialismo occidental, con los riesgos del relativismo y el liberalismo ético, el radicalismo y el fundamentalismo político. No os desaniméis; más bien, unid las fuerzas y continuad pacientemente vuestra obra, convencidos de que un día, con la ayuda de Dios, se podrán recoger los frutos que él mismo hará madurar según sus misteriosos designios de salvación.

En este momento deseo aseguraros que el Papa está cerca de vosotros y os alienta a seguir adelante, confiando en la ayuda del Señor, el buen Pastor. Queridos hermanos, permaneced siempre al lado de vuestros fieles, pues necesitan maestros sabios, pastores santos y guías seguros que con su ejemplo los precedan por el camino de la plena adhesión a Cristo. Estad unidos entre vosotros, cuidad las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; sed solícitos con los agentes pastorales; exhortad a los laicos a asumir sus responsabilidades propias, tanto en el campo civil como en el eclesial, según el espíritu de la Gaudium et spes, para que puedan dar un testimonio armonioso, verdaderamente católico.

El Señor os ha puesto en estrecho contacto con los hermanos ortodoxos:  como miembros de un único Cuerpo, buscad toda colaboración posible al servicio del único reino de Dios. Que no falte la disponibilidad a colaborar también con las demás confesiones cristianas y con todas las personas de buena voluntad en la promoción de lo que puede ser útil para la difusión de los valores evangélicos.

Queridos y venerados hermanos, durante este encuentro he querido poner de relieve algunos aspectos de la vida de vuestras comunidades que emergieron en nuestros encuentros individuales. Al despedirme de vosotros, os confirmo una vez más mi afecto y os aseguro mi oración. A la vez que invoco la protección celestial de María, Reina de los Apóstoles, y de san Cirilo y san Metodio, patronos de vuestra Conferencia episcopal internacional, os imparto a vosotros una cordial bendición apostólica, que de buen grado hago extensiva a todos los fieles encomendados a vuestro cuidado pastoral.



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