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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS SOCIOS DEL CÍRCULO DE SAN PEDRO


Sala de los Papas
Viernes 22 de febrero de 2008

 

Queridos socios del Círculo de San Pedro:

También este año, con ocasión de la fiesta de la Cátedra de San Pedro, tengo el placer de encontrarme con vosotros: gracias por vuestra visita. O saludo a todos cordialmente y extiendo mi saludo a vuestros familiares, a vuestros seres queridos y a cuantos cooperan con vosotros en las diversas actividades que lleváis a cabo. Saludo a vuestro consiliario, monseñor Franco Camaldo, y a vuestro presidente general, duque Leopoldo Torlonia, a quien agradezco las palabras con las que ha interpretado los sentimientos de todos los presentes. También me ha ilustrado brevemente lo que hace vuestra bien conocida y benemérita asociación.

¿Quién no conoce el Círculo de San Pedro? Vuestra asociación tiene orígenes antiguos, y siempre se ha distinguido por su fidelidad incondicional a la Iglesia y a su Pastor universal, el Romano Pontífice. El servicio que presta el Círculo constituye, en sus diversas articulaciones, un apostolado muy apreciado, y da un testimonio constante del amor que sentís por la Iglesia y, en particular, por la Santa Sede. Pienso en vuestra presencia en la basílica vaticana y en el servicio de orden que desempeñáis durante las celebraciones que presido; pienso en vuestros encuentros formativos y espirituales, que tienden a suscitar en vosotros una constante aspiración a la santidad; pienso en las actividades de asistencia y caridad que sostenéis con generosidad.

Gracias por vuestra colaboración y por las numerosas iniciativas que promovéis con espíritu evangélico y sentido eclesial. Casi podríamos decir que cuanto hacéis, en cierto sentido, lo hacéis en el nombre mismo del Papa. Por ejemplo, en su nombre os esforzáis por salir al encuentro, en la medida de lo posible, de las necesidades de los numerosos pobres que viven en la ciudad de Roma, cuyo Obispo es el Sucesor de Pedro. Así, queréis ser sus brazos y su corazón, que llegan, también a través de vosotros, a quienes se encuentran en condiciones precarias. Sé que, durante estos últimos años, habéis redoblado vuestros esfuerzos para responder, con iniciativas caritativas generosas y valientes, a las exigencias de esas personas en dificultades.

Os agradezco vuestra colaboración. Trabajando con admirable celo apostólico, dais un testimonio evangélico silencioso pero elocuente. Respondiendo al mandato de Cristo, os esforzáis por reconocer y servir en toda persona a Jesús mismo, que en el Evangelio nos asegura: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). El Señor nos llama a traducir la fe y el amor que sentimos por él en gestos diarios de atención a las personas que encontramos, especialmente aquellas que atraviesan momentos de prueba, para que en el rostro de toda persona, sobre todo en el de los necesitados, brille el rostro de Cristo.

En la encíclica Spe salvi escribí que «aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido, en el cual se da la presencia de otro, este sufrimiento queda iluminado por la luz del amor» (n. 38). De este modo, se llega a ser mensajeros y testigos del evangelio de la caridad, llevando a cabo una auténtica y extensa obra de evangelización

Queridos amigos, hay otro motivo para daros las gracias: también hoy, como todos los años, habéis venido a entregarme el óbolo de San Pedro, que vosotros mismos os habéis encargado de recoger aquí, en Roma. El óbolo representa una ayuda concreta ofrecida al Papa para que pueda responder a las numerosísimas peticiones que le llegan de todas las partes del mundo, especialmente de los países más pobres. Gracias, pues, por vuestro servicio, que prestáis con tanta generosidad y con espíritu de sacrificio.

La Virgen santísima, a quien durante este tiempo cuaresmal contemplamos asociada a la pasión de Cristo, suscite y sostenga en vosotros todo propósito y proyecto de bien. Por mi parte, os aseguro un recuerdo especial en la oración, a la vez que con afecto os imparto la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestras familias y a vuestros seres queridos.



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