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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO "COR UNUM"


Viernes 29 de febrero de 2008

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de la asamblea plenaria del Consejo pontificio "Cor unum". Dirijo mi cordial saludo a cada uno de los participantes en este encuentro. En particular, saludo al cardenal Paul Josef Cordes, al que agradezco sus amables palabras, al monseñor secretario y a todos los miembros y oficiales del Consejo pontifico "Cor unum".

El tema sobre el que estáis reflexionando durante estos días —"Las cualidades humanas y espirituales de quienes trabajan en la actividad caritativa de la Iglesia"— toca un elemento importante de la vida eclesial. En efecto, se trata de quienes prestan en el pueblo de Dios un servicio indispensable, la diaconía de la caridad. Y precisamente al tema de la caridad quise dedicar mi primera encíclica, Deus caritas est.

Por tanto, aprovecho de buen grado esta ocasión para expresar mi agradecimiento en particular a los que, de diversos modos, trabajan en el sector caritativo, manifestando con sus intervenciones que la Iglesia se hace presente, de manera concreta, entre quienes se encuentran en situaciones de dificultad y sufrimiento. Los pastores tienen la responsabilidad global y última de esta acción eclesial, tanto por lo que concierne a la sensibilización como a la realización de proyectos de promoción humana, especialmente en favor de comunidades pobres. Damos gracias a Dios porque son numerosos los cristianos que invierten tiempo y energías no sólo para enviar ayudas materiales, sino también un apoyo de consuelo y esperanza a quienes se encuentran en situaciones difíciles, cultivando una constante solicitud por el verdadero bien del hombre.

Así, la actividad caritativa ocupa un lugar central en la misión evangelizadora de la Iglesia. No debemos olvidar que las obras de caridad constituyen también un terreno privilegiado de encuentro con personas que aún no conocen a Cristo o lo conocen sólo parcialmente. Por tanto, los pastores y los responsables de la pastoral de la caridad dedican, con razón, una atención constante a quienes trabajan en el ámbito de la diaconía, preocupándose por formarlos tanto desde el punto de vista humano y profesional como del teológico-espiritual y pastoral.

En nuestro tiempo, sea en la sociedad sea en la Iglesia, se da una gran importancia a la formación permanente, como lo demuestra el florecimiento de instituciones especializadas y centros creados con la finalidad de proporcionar instrumentos útiles para adquirir competencias técnicas específicas. Pero para quienes trabajan en los organismos caritativos eclesiales es indispensable la «formación del corazón», de la que hablé en la citada encíclica Deus caritas est (cf. n. 31, a): formación íntima y espiritual que, gracias al encuentro personal con Cristo, suscita la sensibilidad espiritual que permite conocer a fondo y colmar las expectativas y las necesidades del hombre. Precisamente esto hace posible experimentar los mismos sentimientos de amor misericordioso que Dios alberga por todos los seres humanos.

En los momentos de sufrimiento y de dolor, esta es la actitud necesaria. Por tanto, quienes trabajan en las múltiples formas de actividad caritativa de la Iglesia no pueden contentarse sólo con una actuación técnica o con resolver problemas y dificultades materiales. La ayuda que ofrecen no debe reducirse nunca a gesto filantrópico, sino que debe ser expresión tangible del amor evangélico. Además, quienes realizan su obra en favor del hombre en organismos parroquiales, diocesanos e internacionales, la realizan en nombre de la Iglesia y están llamados a transparentar en su actividad una auténtica experiencia de Iglesia.

Así pues, una adecuada y eficaz formación en este sector vital no puede menos de tender a formar cada vez mejor a los agentes de las diversas actividades caritativas, para que sean siempre y sobre todo testigos de amor evangélico. Lo serán si su misión no se limita a ser agentes de servicios sociales, sino a anunciar el evangelio de la caridad. Siguiendo los pasos de Cristo, están llamados a ser testigos del valor de la vida, en todas sus expresiones, defendiendo especialmente la vida de los débiles y de los enfermos, imitando el ejemplo de la beata madre Teresa de Calcuta, que amaba y asistía a los moribundos, porque la vida no se mide según su eficiencia, sino que tiene valor siempre y para todos.

En segundo lugar, estos agentes eclesiales están llamados a ser testigos del amor, es decir, del hecho de que somos plenamente hombres y mujeres cuando vivimos atentos a las necesidades de los demás; que nadie puede morir y vivir para sí mismo; que la felicidad no se encuentra en la soledad de una vida encerrada en sí misma, sino en la entrega de sí.

Por último, quienes trabajan en el ámbito de las actividades eclesiales deben ser testigos de Dios, que es plenitud de amor e invita a amar. La fuente de toda intervención del agente eclesial está en Dios, amor creador y redentor. Como escribí en la encíclica Deus caritas est, podemos practicar el amor porque hemos sido creados a imagen y semejanza divina para "vivir el amor y así llevar la luz de Dios al mundo" (n. 39): a eso quise invitar con esta encíclica.

Por tanto, ¡cuánta plenitud de significado podéis encontrar en vuestra actividad! Y ¡cuán valiosa es para la Iglesia! Me alegro de que, precisamente para que sea cada vez más testimonio del Evangelio, el Consejo pontificio "Cor unum" haya organizado para el próximo mes de junio una tanda de ejercicios espirituales en Guadalajara para presidentes y directores de organismos caritativos del continente americano. Servirá para recuperar plenamente la dimensión humana y cristiana a la que acabo de aludir, y espero que en el futuro la iniciativa se amplíe también a otras regiones del mundo.

Queridos amigos, a la vez que os agradezco lo que hacéis, os aseguro mi afectuoso recuerdo en la oración y sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro trabajo imparto de corazón una bendición apostólica especial.



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