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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UNA PEREGRINACIÓN DE LA ARCHIDIÓCESIS DE TURÍN, ITALIA


Sala Pablo VI
Lunes 2 de junio de 2008

 

Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas de la archidiócesis de Turín:

Os saludo cordialmente a cada uno. ¡Bienvenidos a la casa del Sucesor de san Pedro! De buen grado me encuentro con vosotros al final de vuestra peregrinación a Roma, con la que culmina el camino espiritual y pastoral realizado por vuestra comunidad diocesana durante estos años. A la vez que os acojo con alegría, dirijo mi saludo, en primer lugar, a vuestro arzobispo, cardenal Severino Poletto, agradeciéndole también las amables palabras con las que ha ilustrado el itinerario eclesial que habéis realizado hasta ahora y las futuras perspectivas misioneras que os esperan.

Saludo al obispo auxiliar, al cardenal Francesco Marchisano, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los catequistas y a los representantes de las parroquias y de los diversos organismos de vuestra archidiócesis. Saludo a las autoridades y a cuantos han querido unirse a vosotros en este encuentro. A través de vosotros, aquí presentes, saludo a toda la población de Turín, ciudad rica en historia civil y religiosa. Y siento la necesidad de decir unas palabras de particular cercanía espiritual y de solidaridad también a las poblaciones de Pinerolo y Cúneo, damnificadas durante estos días a consecuencia del mal tiempo. Aseguro una oración especial ante el Señor para que acoja en su paz a las víctimas y sostenga a cuantos luchan por afrontar la grave calamidad natural.

Queridos hermanos y hermanas, después de haber celebrado ayer la Eucaristía en la basílica de San Pablo extramuros, esta mañana habéis renovado juntos la solemne profesión de fe ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles. ¿Y qué lugar podía ser más adecuado para un gesto tan significativo como la Redditio fidei? En la basílica de San Pedro, donde todo habla del heroísmo de los inicios del cristianismo, la sangre de los mártires sigue siendo una elocuente invitación a seguir a Cristo sin componendas. A la basílica y a la cripta vaticana acuden católicos de todas las partes del mundo que, aun perteneciendo a culturas y lenguas diferentes, profesan la misma fe y forman parte de la única Iglesia de Cristo. También vosotros habéis podido impregnaros de este clima de santidad y catolicidad; y ahora, antes de volver a vuestras comunidades, esperáis del Papa una palabra que os anime a ser testigos coherentes del Evangelio en nuestra época.

Vuestro arzobispo ha tenido la amabilidad de informarme sobre el camino recorrido por vuestra comunidad diocesana desde que, en 1999, fue llamado por el Señor a ser su pastor y, sobre todo, desde que, en septiembre de 2003, comenzó su visita pastoral, que se concluirá, si Dios quiere, el próximo domingo. En este itinerario eclesial habéis sido protagonistas de una amplia acción apostólica y misionera, partiendo de un intenso movimiento espiritual centrado sobre todo en la Eucaristía dominical, en la adoración eucarística semanal y en el redescubrimiento de la importancia del sacramento de la Reconciliación. Animados por el sincero anhelo de una "primera evangelización renovada", os habéis esforzado por acercar a los "alejados", ensanchando los confines de la caridad pastoral de todas las comunidades parroquiales. Este compromiso misionero ha sido más compartido aún durante este año pastoral, año de la Redditio fidei, y tiene su momento culminante precisamente en la solemne profesión de fe que habéis hecho esta mañana ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles.

Pero no termina todo aquí. Tras esta reparadora pausa romana, es preciso reanudar el camino, y os esperan nuevos compromisos. En efecto, el próximo año pastoral lo dedicaréis a la palabra de Dios, y en el sucesivo os orientaréis a una contemplación más atenta del misterio de la pasión de Cristo. En este contexto, me alegra responder a vuestra gran expectativa y acoger el deseo de vuestro arzobispo, permitiendo que en la primavera del año 2010 tenga lugar otra solemne "ostensión de la Sábana Santa". Si el Señor me da vida y salud, espero ir yo también a esa ostensión. Estoy seguro de que será una ocasión muy propicia para contemplar ese misterioso Rostro, que habla silenciosamente al corazón de los hombres, invitándolos a reconocer en él el rostro de Dios, el cual "tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

Queridos hermanos y hermanas, no tengáis miedo de confiar en Cristo: sólo él puede satisfacer las expectativas más profundas del alma humana. Que ninguna dificultad, ningún obstáculo disminuya vuestro amor a su Evangelio. Si Jesús es el centro de vuestras familias, de vuestras parroquias y de todas las comunidades, percibiréis viva su presencia y aumentarán la unidad y la comunión entre todas las diversas articulaciones de la diócesis. Por tanto, alimentad constantemente la unión con el Señor en la oración y con la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Confesión.

Una de vuestras preocupaciones pastorales ha de ser garantizar una formación cristiana permanente a los jóvenes y a los adultos. Quiera Dios que, siguiendo las huellas de vuestros santos, atentos a las exigencias de los jóvenes y de los pobres, como san Juan Bosco, san Leonardo Murialdo, san José Benito Cottolengo, san José Cafasso y otros más —realmente, una tierra de santos—, vuestra diócesis brille por las obras de caridad y por un esfuerzo unánime al afrontar el gran "desafío educativo" de las nuevas generaciones.

Que la Madre celestial de Cristo, a la que invocáis como Consoladora y Auxiliadora, proteja a los sacerdotes y a los agentes pastorales; obtenga para vuestras comunidades numerosas y santas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; suscite en los muchachos y las muchachas el deseo de seguir el elevado ideal de la santidad; sea para todos consuelo y apoyo, especialmente para los ancianos, los enfermos, los que sufren, las personas solas y abandonadas.

Y yo, a la vez que os aseguro un recuerdo especial en la oración, os bendigo con afecto a vosotros, aquí presentes, y extiendo mi saludo a todos vuestros seres queridos.



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