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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE CHINA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 8 de noviembre de 2008

 

Excelencia:

Me alegra darle la bienvenida al inicio de su misión y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de China ante la Santa Sede. Le agradezco sus amables palabras y el saludo que me ha traído de parte del presidente Ying-jeou Ma. Le ruego que le transmita mi felicitación por su reciente elección y la seguridad de mis oraciones por él, el primer católico en ser elegido presidente de la República, y por todos los habitantes de Taiwan.

El gobierno de Taipei tiene un profundo sentido de pertenencia a una comunidad mundial, a una familia humana global. Lo expresa de muchas formas, entre ellas mediante la generosidad con que suministra ayuda y alivia las emergencias de las naciones más pobres. A este respecto, su país da una valiosa contribución a la construcción de un mundo más seguro y estable. La Santa Sede se alegra de cooperar con todos los que tratan de promover la paz, la prosperidad y el desarrollo, y aprecia el compromiso de la República de China en favor de esa noble causa.

Aunque los católicos en la República de China representen poco más del uno por ciento de la población, desean desempeñar su papel en la construcción de una sociedad humana, justa y caracterizada por un auténtico interés en el bienestar de los miembros más débiles de la comunidad. Forma parte de la misión de la Iglesia compartir su ser "experta en humanidad" con todas las personas de buena voluntad para contribuir al bienestar de la familia humana.

La Iglesia da su contribución de modo especial en los campos de la educación, la salud y la ayuda caritativa. El compromiso firme de su Gobierno en favor de la libertad religiosa ha permitido a la Iglesia cumplir su misión de amor y servicio, y expresarse abiertamente a través del culto y el anuncio del Evangelio. En nombre de todos los católicos de Taiwan deseo manifestar mi aprecio por esta libertad de la que goza la Iglesia.

En las poblaciones de Asia, gracias a su "intuición espiritual innata" y a su "sabiduría moral" (Ecclesia in Asia, 6), hay una gran vitalidad religiosa y capacidad de renovación. Por eso esa tierra es particularmente fértil para que el diálogo interreligioso arraigue y crezca. Los asiáticos siguen demostrando "una apertura natural al enriquecimiento recíproco de los pueblos, en la pluralidad de religiones y culturas" (ib.). En el mundo actual es muy importante que pueblos diferentes sean capaces de escucharse en un clima de respeto y dignidad, conscientes de que su humanidad común es un vínculo mucho más profundo que los cambios culturales que los dividen. Ese crecimiento en el entendimiento mutuo presta un servicio muy necesario a la sociedad en general. "Al dar testimonio de las verdades morales que tienen en común con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, los grupos religiosos ejercen una influencia positiva sobre la cultura en su sentido más amplio" (Discurso durante el encuentro interreligioso, Washington, el 17 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 9).

Un diálogo sincero y constructivo es también la clave para la solución de los conflictos que amenazan la estabilidad de nuestro mundo. A este respecto, la Santa Sede se congratula por los recientes progresos en las relaciones entre Taiwan y la China continental. De hecho, la Iglesia católica desea promover soluciones pacíficas a conflictos de todo tipo, "prestando atención y estímulo también a las más tenues señales de diálogo o deseo de reconciliación" (Discurso a la Asamblea general de las Naciones Unidas, 18 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 10). Así quiere apoyar los esfuerzos de los gobiernos de convertirse en "firmes defensores de la dignidad humana y audaces constructores de paz" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2007, n. 16: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2006, p. 6).

Excelencia, le aseguro mis mejores deseos y mis oraciones por el éxito de la misión diplomática que comienza hoy. En todo momento los diversos organismos de la Curia romana están dispuestos a ofrecerle su ayuda y apoyo en el cumplimiento de sus tareas. Con sentimientos de sincera estima, invoco abundantes bendiciones de Dios sobre usted, sobre su familia y sobre todo el pueblo de Taiwan.



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