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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CALDEA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Sábado 24 de enero de 2009

 

Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado:

Os acojo con gran alegría, pastores de la Iglesia caldea que realizáis vuestra visita ad limina Apostolorum, junto con vuestro patriarca, Su Beatitud el cardenal Emmanuel III Delly, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Esta visita es un momento importante porque permite consolidar los vínculos de fe y de comunión con la Iglesia de Roma y con el Sucesor de Pedro. También me brinda la ocasión de saludaros cordialmente y, por medio de vosotros, a todos los fieles de vuestra venerable Iglesia patriarcal, y aseguraros mi oración ferviente y mi cercanía espiritual, en estos momentos difíciles que vive vuestra región y en particular Irak.

Permitidme recordar aquí con emoción a las víctimas de la violencia en Irak a lo largo de los últimos años. Pienso en monseñor Paul Faraj Rahho, arzobispo de Mosul, en el padre Ragheed Aziz Ganni, y en tantos otros sacerdotes y fieles de vuestra Iglesia patriarcal. Su sacrificio es signo de su amor a la Iglesia y a su país. Rezo a Dios para que los hombres y mujeres que buscan la paz en esa amada región unan sus fuerzas para hacer que cese la violencia de forma que todos puedan vivir en seguridad y mutua concordia. En este contexto, recibo con emoción el don de la capa utilizada por monseñor Faraj Rahho en las celebraciones diarias de la misa y la estola utilizada por el padre Ragheed Aziz Ganni. Estos dones hablan de su supremo amor a Cristo y a su Iglesia.

La Iglesia caldea, cuyos orígenes se remontan a los primeros siglos del cristianismo, tiene una larga y venerable tradición que expresa su enraizamiento en las regiones de Oriente, donde ha estado presente desde sus orígenes, así como su insustituible aportación a la Iglesia universal, especialmente a través de sus teólogos y maestros espirituales. Su historia muestra también que ha participado siempre de manera activa y fecunda en la vida de vuestras naciones. Hoy la Iglesia caldea, que ocupa un lugar importante entre los diferentes componentes de vuestros países, debe continuar esta misión al servicio del desarrollo humano y espiritual. Por ello, es necesario promover un alto nivel cultural de los fieles, especialmente de los jóvenes. Una buena formación en los diversos campos del saber, tanto religioso como profano, es una inversión preciosa para el futuro.

La Iglesia caldea, manteniendo relaciones cordiales con los miembros de las demás comunidades, está llamada a desempeñar un papel esencial de moderación de cara a la construcción de una nueva sociedad donde cada uno pueda vivir en concordia y respeto mutuo. Sé que la convivencia entre los musulmanes y la comunidad cristiana ha experimentado muchos avatares. Los cristianos, que viven en Irak desde siempre, son ciudadanos de pleno título con los derechos y deberes de todos, sin distinción de religión. Deseo ofrecer mi apoyo a los esfuerzos de comprensión y de buenas relaciones que habéis elegido como camino común para vivir en una misma tierra sagrada para todos.

Para cumplir su misión, la Iglesia necesita fortalecer sus vínculos de comunión con su Señor, que la reúne y la envía entre los hombres. Esta comunión debe vivirse ante todo dentro de la Iglesia, para que su testimonio sea creíble, como afirmó Jesús mismo: "Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). Por eso, la Palabra de Dios debe estar siempre en el centro de vuestros proyectos y de vuestra acción pastoral. Sobre la fidelidad a esta Palabra se construye la unidad entre todos los fieles, en comunión con sus pastores. Desde esta perspectiva, las orientaciones del concilio Vaticano II sobre la liturgia darán así a todos la posibilidad de acoger cada vez con más frutos los dones hechos por el Señor a su Iglesia en la liturgia y los sacramentos.

Por otro lado, en vuestra Iglesia patriarcal la Asamblea sinodal es una riqueza indudable que debe ser instrumento privilegiado para hacer más sólidos y eficaces los vínculos de comunión y vivir la caridad entre los obispos. Es el lugar donde se realiza efectivamente la corresponsabilidad gracias a una auténtica colaboración entre sus miembros y a encuentros regulares bien preparados que permitan elaborar orientaciones pastorales comunes. Pido al Espíritu Santo que aumente cada vez más entre vosotros la unidad y la confianza mutua, para que el servicio pastoral que os ha sido encomendado se realice plenamente para mayor bien de la Iglesia y de sus miembros. Por otra parte, especialmente en Irak, la Iglesia caldea, que es mayoritaria, tiene una responsabilidad particular para promover la comunión y la unidad del Cuerpo místico de Cristo. Os animo a continuar los encuentros con los pastores de las distintas Iglesias sui iuris y también con los responsables de las demás Iglesias cristianas, para impulsar el ecumenismo.

En cada eparquía, las diversas estructuras pastorales, administrativas y económicas previstas por el derecho también son para vosotros ayudas valiosas para realizar efectivamente la comunión en el seno de las comunidades y favorecer la colaboración.

Entre las urgencias que debéis atender se encuentra la situación de los fieles que afrontan diariamente la violencia. Los admiro por su valentía y su perseverancia frente a las pruebas y las amenazas de que son objeto, sobre todo en Irak. El testimonio que dan del Evangelio es un signo elocuente de la vitalidad de su fe y de la fuerza de su esperanza. Os animo vivamente a apoyar a los fieles para que superen las dificultades actuales y consoliden su presencia, apelando a las autoridades responsables para que reconozcan sus derechos humanos y civiles, exhortándolos también a amar la tierra de sus antepasados, en la que están profundamente arraigados.

El número de fieles de la diáspora no ha dejado de crecer, especialmente a raíz de los recientes acontecimientos. Agradezco a todos aquellos que, en diversos países, participan en la acogida fraternal de las personas que, por un tiempo, desgraciadamente han debido abandonar Irak. Convendría que los fieles caldeos que viven fuera de las fronteras nacionales mantuvieran e intensificaran sus vínculos con su patriarcado, con el fin de que no se separen de su centro de unidad. Es indispensable que los fieles conserven su identidad cultural y religiosa y que los más jóvenes descubran y aprecien la riqueza del patrimonio de su Iglesia patriarcal. Desde esta perspectiva, la asistencia espiritual y moral que los fieles diseminados por el mundo necesitan debe ser cuidadosamente tenida en consideración por sus pastores, en relación fraterna con los obispos de las Iglesias locales donde se encuentran. También deberán estar atentos a que los futuros sacerdotes, incluidos los formados en la diáspora, aprecien y consoliden los vínculos con su Iglesia patriarcal.

Por último, saludo con afecto a los sacerdotes, a los diáconos, a los seminaristas, a los religiosos y las religiosas y a todas las personas que se dedican con vosotros a anunciar el Evangelio. Que todos, bajo vuestra guía paternal, den un testimonio vivo de su unidad y fraternidad. Conozco su adhesión a la Iglesia y su celo apostólico. Los invito a unirse cada día más a Cristo y a proseguir valientemente su compromiso al servicio de la Iglesia y de su misión. Sed para vuestros sacerdotes padres, hermanos y amigos, preocupándoos especialmente por darles una formación inicial y permanente sólida, e invitándoles con vuestra palabra y ejemplo a estar cerca de las personas necesitadas o que atraviesan dificultades, de los enfermos y de los que sufren.

El testimonio de caridad desinteresada de la Iglesia hacia todos aquellos que pasan necesidad, sin distinción de origen o de religión, no puede menos de favorecer la expresión de la solidaridad de todas las personas de buena voluntad. Por eso, es importante desarrollar las obras de caridad, para que el mayor número posible de fieles pueda comprometerse de forma concreta en el servicio a los más pobres. Sé que en Irak, a pesar de los terribles momentos que habéis atravesado y que aún vivís, se han llevado a cabo pequeñas obras de una caridad extraordinaria, que honran a Dios, a la Iglesia y al pueblo iraquí.

Beatitud, queridos hermanos en el episcopado, os animo a perseverar con valor y esperanza en vuestra misión al servicio del pueblo de Dios que os ha sido encomendada. La oración y la ayuda de vuestros hermanos en la fe y de numerosos hombres de buena voluntad en todo el mundo os acompañan para que el rostro de amor de Dios pueda seguir brillando sobre el pueblo iraquí, que tantos sufrimientos padece. A los ojos del creyente, esos sufrimientos, unidos al sacrificio de Cristo, se convierten en elementos de unión y esperanza. Del mismo modo, la sangre de los mártires de esa tierra es una intercesión elocuente ante Dios. Llevad a vuestros diocesanos el saludo y el aliento afectuoso del Sucesor de Pedro.

Encomendándoos a cada uno a la intercesión materna de la Virgen María, Madre de la esperanza, os imparto de corazón una particular bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles de la Iglesia caldea.



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