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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN ALCIDE DE GASPERI


Sala de los Papas
Sábado 20 de junio de 2009

 

Queridos amigos del consejo de la Fundación Alcide De Gasperi:

Me es muy grata vuestra visita, y os saludo a todos con afecto. Saludo en particular a la señora Maria Romana, hija de Alcide De Gasperi, y al honorable Giulio Andreotti, que durante mucho tiempo fue su estrecho colaborador. Aprovecho con gusto la oportunidad que me ofrece vuestra presencia para volver a evocar la figura de esta gran personalidad que, en momentos históricos de profundos cambios sociales en Italia y en Europa, en medio de no pocas dificultades, supo prodigarse eficazmente por el bien común.

De Gasperi, formado en la escuela del Evangelio, fue capaz de traducir en actos concretos y coherentes la fe que profesaba. Espiritualidad y política fueron dos dimensiones que convivieron en su persona y caracterizaron su compromiso social y espiritual. Con prudente clarividencia guió la reconstrucción de la Italia salida del fascismo y de la segunda guerra mundial, y le trazó con valor el camino hacia el futuro; defendió su libertad y su democracia; relanzó su imagen en ámbito internacional; y promovió su recuperación económica abriéndose a la colaboración de todas las personas de buena voluntad.

En él espiritualidad y política se integraron tan bien que, si se quiere comprender a fondo a este estimado hombre de gobierno, no hay que limitarse a registrar los resultados políticos que consiguió, sino que es necesario tener en cuenta también su fina sensibilidad religiosa y la fe firme que constantemente animó su pensamiento y su acción. En 1981, a cien años de su nacimiento, mi venerado predecesor Juan Pablo II le rindió homenaje, afirmando que "en él la fe fue centro inspirador, fuerza cohesiva, criterio de valores, razón de opción" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de abril de 1981, p. 9).

Las raíces de tan sólido testimonio evangélico deben buscarse en la formación humana y espiritual que recibió en su región, Trentino, en una familia en la que el amor a Cristo constituía el pan de cada día y la referencia de toda opción. Tenía poco más de veinte años cuando, en 1902, participando en el primer Congreso católico de Trento, trazó las líneas de acción apostólica que constituirían el programa de toda su vida: "No basta conservar el cristianismo en sí mismos —afirmó—; conviene combatir con todo el grueso del ejército católico a fin de reconquistar para la fe los campos perdidos" (cf. A. De Gasperi, I cattolici trentini sotto l'Austria, ed. di storia e letteratura, Roma 1964, p. 24). Permaneció fiel a esta orientación hasta la muerte, incluso a costa de sacrificios personales, fascinado por la figura de Cristo. "No soy un beato —escribió a su futura esposa Francesca— y tal vez ni siquiera tan religioso como debería ser; pero la personalidad del Cristo vivo me arrastra, me subyuga, me fascina como a un muchacho. Ven, quiero que estés conmigo y me sigas en esta misma atracción, como hacia un abismo de luz" (A. De Gasperi, Cara Francesca, Lettere, a cargo de M.R. De Gasperi, ed. Morcelliana, Brescia 1999, pp. 40-41).

Por eso, no sorprende saber que en su jornada, llena de compromisos institucionales, ocupaban siempre un amplio espacio la oración y la relación con Dios, comenzando cada día, cuando le era posible, con la participación en la santa misa. Más aún, los momentos más caóticos y movidos marcaron el culmen de su espiritualidad. Por ejemplo, cuando sufrió la experiencia de la cárcel, llevó consigo como primer libro la Biblia y desde ese momento conservó la costumbre de anotar las referencias bíblicas en hojitas para alimentar constantemente su espíritu. Hacia el final de su actividad de gobierno, tras un duro debate parlamentario, a un colega del gobierno que le preguntó cuál era el secreto de su acción política le respondió: "¿Qué crees? Es el Señor!".

Queridos amigos, me gustaría hablar un poco más de este personaje que honró a la Iglesia y a Italia, pero me limito a poner de relieve su reconocida rectitud moral, basada en una indiscutible fidelidad a los valores humanos y cristianos, así como la serena conciencia moral que le guió en las decisiones políticas. "En el sistema democrático —afirmó en una de sus intervenciones— se confiere un mandato político administrativo con una responsabilidad específica..., pero al mismo tiempo hay una responsabilidad moral ante la propia conciencia y, para decidir, la conciencia debe estar siempre iluminada por la doctrina y la enseñanza de la Iglesia" (cf. A. De Gasperi, Discorsi politici 1923-1954, ed. Cinque Lune, Roma 1990, p. 243). Ciertamente, en algunos momentos no faltaron dificultades, y quizás también incomprensiones, por parte del mundo eclesiástico, pero De Gasperi no vaciló en su adhesión a la Iglesia, que —como atestigua él mismo en un discurso pronunciado en Nápoles en junio de 1954— fue "plena y sincera..., también en las directrices morales y sociales contenidas en los documentos pontificios, que casi diariamente han alimentado y forman nuestra vocación a la vida pública".

En esa misma ocasión aseguraba que "para actuar en el campo social y político no basta la fe ni la virtud; conviene crear y alimentar un instrumento adecuado a los tiempos... que tenga un programa, un método propio, una responsabilidad autónoma, una índole y una gestión democrática". Dócil y obediente a la Iglesia, fue por tanto autónomo y responsable en sus decisiones políticas, sin servirse de la Iglesia para fines políticos y sin descender nunca a componendas con su conciencia recta. En el ocaso de sus días, poco antes de morir, confortado por el apoyo de sus familiares, el 19 de agosto de 1954, tras haber susurrado por tres veces el nombre de Jesús, pudo decir: "He hecho todo lo que he podido; mi conciencia está en paz".

Queridos amigos, mientras rezamos por el alma de este estadista de fama internacional, que con su acción política sirvió a la Iglesia, a Italia y a Europa, pidamos al Señor que el recuerdo de su experiencia de gobierno y de su testimonio cristiano animen y estimulen a los que hoy gobiernan el destino de Italia y de los demás pueblos, especialmente a quienes se inspiran en el Evangelio. Con este deseo, os agradezco una vez más vuestra visita y os bendigo a todos con afecto.



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