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VISITA AL CAPITOLIO DE ROMA

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA POBLACIÓN DE ROMA DESDE EL CAPITOLIO


Lunes 9 de marzo de 2009

 

Queridos hermanos y hermanas:

Después de mi encuentro con los administradores de la ciudad, me alegra saludaros cordialmente a todos vosotros, reunidos en esta plaza del Capitolio, hacia la cual se proyecta, en un abrazo ideal, la columnata con la que Bernini completó la espléndida estructura de la basílica vaticana. Viviendo en Roma desde hace muchos años, ya me he convertido un poco en romano; pero más romano me siento como vuestro obispo. Por eso, con una participación más viva, dirijo, a través de cada uno de vosotros, mi saludo a todos "nuestros" conciudadanos, a quienes en cierto modo vosotros representáis hoy: a las familias, a las comunidades y a las parroquias, a los niños, a los jóvenes y a los ancianos, a los discapacitados y a los enfermos, a los voluntarios y a los agentes sociales, a los inmigrantes y a los peregrinos. Doy las gracias al cardenal vicario, que me acompaña en esta visita, y animo a proseguir en su empeño a cuantos —sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos— colaboran activamente con las administraciones públicas por el bien de Roma, de sus periferias y barrios.

Hace unos días, cuando me encontré con los párrocos y sacerdotes de Roma, dije que el corazón romano es un "corazón de poesía", subrayando que la belleza es casi "un privilegio suyo, un carisma natural suyo". Roma es bella por los vestigios de su antigüedad, por sus instituciones culturales y por los monumentos que narran su historia, por las iglesias y sus múltiples obras maestras de arte. Pero Roma es bella sobre todo por la generosidad y la santidad de tantos hijos suyos, que han dejado huellas elocuentes de su pasión por la belleza de Dios, la belleza del amor que no se marchita ni envejece.

De esta belleza fueron testigos los apóstoles san Pedro y san Pablo y la multitud de mártires de los inicios del cristianismo; y han sido testigos muchos hombres y mujeres que, romanos por nacimiento o por adopción, a lo largo de los siglos se han entregado al servicio de la juventud, de los enfermos, de los pobres y de todos los necesitados. Me limito a citar algunos: el diácono san Lorenzo, santa Francisca Romana, cuya fiesta se celebra precisamente hoy, san Felipe Neri, san Gaspar del Búfalo, san Juan Bautista De Rossi, san Vicente Pallotti, la beata Ana María Taigi, los beatos esposos Luis y María Beltrami Quatrocchi. Su ejemplo muestra que, cuando una persona se encuentra con Cristo, no se cierra en sí misma, sino que se abre a las necesidades de los demás y, en los diversos ámbitos de la sociedad, antepone el bien de todos a su propio interés.

También nuestro tiempo tiene verdadera necesidad de hombres y mujeres así, porque no pocas familias, no pocos jóvenes y adultos se encuentran en situaciones precarias y a veces incluso dramáticas; situaciones que sólo juntos es posible superar, como enseña también la historia de Roma, que ha atravesado otros muchos momentos difíciles. A este respecto, me viene a la mente un verso del gran poeta latino Ovidio que, en una elegía, animaba así a los romanos de su tiempo: "Perfer et obdura: multo graviora tulisti", "Soporta y resiste: has superado situaciones mucho más difíciles" (cf. Trist., lib. V, el. XI, v. 7). Además de la necesaria solidaridad y el debido compromiso de todos, podemos contar siempre con la ayuda cierta de Dios, que nunca abandona a sus hijos.

Queridos amigos, al volver a vuestras casas, comunidades y parroquias, decid a cuantos encontréis que el Papa asegura a todos su comprensión, su cercanía espiritual y su oración. A todos y cada uno, especialmente a los enfermos, a los que sufren y a los que se encuentran en graves dificultades, llevad mi recuerdo y la bendición de Dios, que ahora invoco sobre vosotros por intercesión de san Pedro y san Pablo, de santa Francisca Romana, co-patrona de Roma, y especialmente de María Salus populi romani. Que Dios bendiga y proteja siempre a Roma y a sus habitantes.



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