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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN PAPAL

Sala Clementina
Sábado 2 de mayo de 2009

 

Querido cardenal Keeler;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Para mí es un gran placer tener la oportunidad de saludaros una vez más a vosotros, miembros de la Fundación Papal, con ocasión de vuestra visita anual a Roma. En este Año paulino os acojo con las palabras del Apóstol de los gentiles: "A vosotros gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Rm 1, 7).

San Pablo nos recuerda que toda la humanidad anhela la gracia de la paz de Dios. El mundo actual tiene realmente necesidad de su paz, especialmente mientras afronta las tragedias de la guerra, la división, la pobreza y la desesperación. Dentro de pocos días tendré el privilegio de visitar Tierra Santa. Iré como peregrino de paz. Como sabéis bien, durante más de sesenta años esa región —la tierra donde tuvo lugar el nacimiento, la muerte y la resurrección de nuestro Señor, un lugar sagrado para las tres grandes religiones monoteístas del mundo— se ha visto atormentada por la violencia y la injusticia. Eso ha llevado a un clima general de desconfianza, incertidumbre y miedo, a menudo enfrentando vecinos contra vecinos, hermanos contra hermanos. Mientras me preparo para este significativo viaje, os pido de modo especial que os unáis a mí en la oración por todos los pueblos de Tierra Santa y de la región, a fin de que reciban los dones de la reconciliación, la esperanza y la paz.

Este año, nuestro encuentro tiene lugar en un tiempo en que el mundo entero atraviesa una situación económica muy preocupante. En momentos como estos es fuerte la tentación de ignorar a los que no tienen voz y pensar sólo en nuestras propias dificultades. Sin embargo, como cristianos somos conscientes de que, especialmente cuando los tiempos son difíciles, debemos esforzarnos más para asegurar que se escuche el mensaje consolador de nuestro Señor.

En vez de encerrarnos en nosotros mismos, debemos seguir siendo faros de esperanza, fortaleza y apoyo para los demás, especialmente para los que no tienen a nadie que se ocupe de ellos o que les ayude. Por eso, me alegra que estéis aquí hoy. Vosotros sois ejemplos de buenos cristianos, hombres y mujeres, que siguen afrontando con valentía y confianza los desafíos que se nos plantean. En efecto, la Fundación Papal misma, a través de la gran generosidad de numerosas personas, permite prestar una valiosa ayuda en nombre de Cristo y de su Iglesia. Os agradezco mucho vuestro sacrificio y vuestra dedicación: con vuestro apoyo, el mensaje pascual de alegría, esperanza, reconciliación y paz se proclama con mayor amplitud.

Encomendándoos a todos a la amorosa intercesión de la santísima Virgen María, que está siempre entre nosotros como nuestra Madre, la Madre de la esperanza (cf. Spe salvi, 50), de corazón os imparto mi bendición apostólica a vosotros y a vuestras familias como prenda de alegría y paz en el Salvador resucitado.



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