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PEREGRINACIÓN
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A TIERRA SANTA
(8-15 DE MAYO DE 2009)

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE*

Aeropuerto internacional Ben Gurión - Tel Aviv
Lunes 11 de mayo de 2009

 

Señor presidente;
señor primer ministro;
excelencias;
señoras y señores:

Gracias por vuestra cordial bienvenida al Estado de Israel, tierra considerada santa por millones de creyentes de todo el mundo. Agradezco al presidente, señor Shimon Peres, sus amables palabras y aprecio la oportunidad que se me ofrece de realizar esta peregrinación a una tierra santificada por las huellas de patriarcas y profetas, una tierra que los cristianos veneran de modo especial como lugar de los acontecimientos de la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Me inserto en una larga fila de peregrinos cristianos a estos lugares, una fila que se remonta hasta los primeros siglos de la historia cristiana y que, estoy seguro, proseguirá en el futuro. Como muchos otros antes que yo, vengo para orar en los santos lugares, a orar en especial por la paz, paz aquí en Tierra Santa y paz en todo el mundo.

Señor presidente, la Santa Sede y el Estado de Israel comparten muchos valores, ante todo el compromiso de dar a la religión su legítimo lugar en la vida de la sociedad. El justo orden de las relaciones sociales presupone y exige el respeto de la libertad y la dignidad de todo ser humano, que tanto cristianos como musulmanes y judíos creen creado por un Dios amoroso, y destinado a la vida eterna. Cuando se niega o margina la dimensión religiosa de la persona humana, se pone en peligro el fundamento mismo de una correcta comprensión de los derechos humanos inalienables.

Trágicamente, el pueblo judío ha experimentado las terribles consecuencias de ideologías que niegan la dignidad de toda persona humana. Es justo y conveniente que, durante mi permanencia en Israel, yo tenga la oportunidad de honrar la memoria de los seis millones de judíos víctimas del Holocausto, y de orar para que nunca más la humanidad sea testigo de un crimen de tal magnitud. Por desgracia, el antisemitismo sigue levantando su repugnante cabeza en muchas partes del mundo. Esto es totalmente inaceptable. Es preciso hacer todo lo posible para combatir el antisemitismo donde se encuentre, y para promover el respeto y la estima hacia los miembros de todo pueblo, raza, lengua y nación en todo el mundo.

Durante mi permanencia en Jerusalén, tendré también el placer de encontrarme con muchos líderes religiosos distinguidos de este país. Algo que las tres grandes religiones monoteístas tienen en común es una veneración especial por esta ciudad santa. Albergo la ferviente esperanza de que todos los peregrinos que vienen a los santos lugares puedan acceder a ellos libremente y sin restricciones, participar en ceremonias religiosas y promover el mantenimiento digno de los lugares de culto situados en los espacios sagrados. Que se cumplan las palabras de la profecía de Isaías, según el cual muchas naciones afluirán al monte de la casa del Señor, para que él les enseñe sus caminos y estas puedan caminar por sus senderos, senderos de paz y de justicia, senderos que llevan a la reconciliación y a la armonía (cf. Is 2, 2-5).

Aunque el nombre de Jerusalén significa "ciudad de la paz", es del todo evidente que durante décadas la paz ha eludido trágicamente a los habitantes de esta tierra santa. Los ojos del mundo se vuelven hacia los pueblos de esta región, mientras estos luchan por llegar a una solución justa y duradera de los conflictos que han causado tanto sufrimiento. Las esperanzas de innumerables hombres, mujeres y niños de un futuro más seguro y estable dependen del éxito de las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos. En unión con todos los hombres de buena voluntad, suplico a todos los responsables que exploren todos los caminos posibles para buscar una solución justa a las enormes dificultades, a fin de que ambos pueblos puedan vivir en paz en una patria que sea suya, dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas. Al respecto, espero y rezo para que pronto se cree un clima de mayor confianza, que permita a las partes realizar progresos reales en el camino hacia la paz y la estabilidad.

A los obispos y a los fieles católicos aquí presentes les dirijo unas palabras especiales de saludo. Llego a esta tierra, donde Pedro recibió la tarea de apacentar a las ovejas del Señor, como Sucesor de Pedro para realizar mi ministerio entre vosotros. Sentiré una alegría especial al unirme a vosotros para concluir las celebraciones del Año de la familia, que tendrán lugar en Nazaret, hogar de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Como dije en mi mensaje para la Jornada mundial de la paz del año pasado, la familia es «la primera e e insustituible educadora de la paz» (n. 3), y por tanto está llamada a desempeñar un papel vital para sanar las divisiones presentes en la sociedad humana en todos los niveles. A las comunidades cristianas de Tierra Santa digo: con vuestro testimonio fiel de Aquel que predicó el perdón y la reconciliación, con vuestro compromiso de defender el carácter sagrado de toda vida humana, podéis dar una contribución particular para que acaben las hostilidades que durante tanto tiempo han afligido a esta tierra. Rezo para que vuestra presencia continua en Israel y en los Territorios Palestinos produzca mucho fruto al promover la paz y el respeto recíproco entre todos los pueblos que viven en las tierras de la Biblia.

Señor presidente; señoras y señores, una vez más os agradezco vuestra acogida y os aseguro mis sentimientos de buena voluntad. Que Dios dé fuerza a su pueblo. Que Dios bendiga a su pueblo con la paz.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n°21, p.5.



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