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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS DIRIGENTES, AL PERSONAL Y A LOS VOLUNTARIOS
DE LA PROTECCIÓN CIVIL NACIONAL ITALIANA

Sala Pablo VI
Sábado 6 de marzo de 2010

 

Queridos amigos:

Es para mí una gran alegría acogeros y daros mi cordial bienvenida a cada uno. Saludo a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio y a todas las autoridades. Saludo al subsecretario de Estado de la Presidencia del Consejo de ministros y jefe del departamento de la Protección civil, Guido Bertolaso, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, así como todo lo que hace en favor de la sociedad civil y por todos nosotros. Saludo al subsecretario de la Presidencia del Consejo de ministros, Gianni Letta, presente en este encuentro. Dirijo mi afectuoso saludo a los numerosos voluntarios y voluntarias y a los representantes de algunas secciones del Servicio nacional de la Protección civil.

Antes de este encuentro se ha tenido un alegre momento de fiesta, animado también con las ejecuciones musicales de la Institución sinfónica de Los Abruzos. A todos expreso mi agradecimiento. Habéis querido recordar la actividad llevada a cabo por la Protección civil a lo largo de los últimos diez años, tanto con ocasión de emergencias nacionales e internacionales, como en la actividad de apoyo a acontecimientos grandes y especiales. ¿Cómo no recordar, a este propósito, las intervenciones a favor de los afectados por los terremotos de San Giuliano di Puglia y, sobre todo, de Los Abruzos? Yo mismo, al visitar Onna y L'Aquila el mes de abril del año pasado, pude constatar personalmente con cuánto empeño os habéis prodigado para socorrer a quienes habían perdido a sus seres queridos y sus casas. Me parecen apropiadas las palabras que os dirigí en aquella ocasión: "Gracias por lo que habéis hecho y sobre todo por el amor con que lo habéis hecho. Gracias por el ejemplo que habéis dado" (Discurso en el encuentro con los fieles y el personal dedicado a las actividades de socorro, 28 de abril de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de mayo de 2009, p. 13). Y ¿cómo no pensar con admiración en los numerosos voluntarios y voluntarias que garantizaron la asistencia y la seguridad a la multitud inmensa de jóvenes, y no tan jóvenes, presente en la inolvidable Jornada mundial de la juventud del año 2000, o que vino a Roma para dar el último adiós al Papa Juan Pablo II?

Queridos voluntarios y voluntarias de la Protección civil: sé que habéis deseado mucho este encuentro; puedo aseguraros que este era también mi vivo deseo. Vosotros constituís una de las expresiones más recientes y maduras de la larga tradición de solidaridad que hunde sus raíces en el altruismo y en la generosidad del pueblo italiano. El voluntariado de la Protección civil se ha convertido en un fenómeno nacional, que ha asumido formas de participación y de organización particularmente significativas y hoy comprende cerca de un millón trescientos mil miembros, subdivididos en más de tres mil organizaciones. Las finalidades y los propósitos de vuestra asociación han encontrado reconocimiento en normas legislativas apropiadas, que han contribuido a la formación de una identidad nacional del voluntariado de la Protección civil, atenta a las necesidades primarias de la persona y del bien común.

Los términos "protección" y "civil" representan unas coordenadas precisas y expresan de manera profunda vuestra misión, yo diría vuestra "vocación": proteger a las personas y su dignidad —bienes centrales de la sociedad civil— en los casos trágicos de calamidades y de emergencia que amenazan la vida y la seguridad de familias o de comunidades enteras. Esta misión no consiste sólo en la gestión de la emergencia, sino en una contribución puntual y meritoria a la realización del bien común, que representa siempre el horizonte de la convivencia humana, también —y sobre todo— en los momentos de las grandes pruebas. Estas son una ocasión de discernimiento y no de desesperación. Brindan la oportunidad de formular nuevos proyectos sociales, más orientados a la virtud y al bien de todos.

Las dos dimensiones de la protección, que se expresan tanto durante la emergencia como después, están bien expresadas en la figura del buen samaritano, esbozada en el Evangelio de san Lucas (cf. Lc 10, 30-35). Este personaje demuestra, ciertamente, caridad, humildad y valentía socorriendo al desventurado en el momento de máxima necesidad. Y esto cuando todos —algunos por indiferencia, otros por dureza de corazón— miran hacia otro lado. Pero el buen samaritano enseña a ir más allá de la emergencia y a preparar, podríamos decir, la vuelta a la normalidad. En efecto, venda las heridas del hombre tendido en el suelo, pero después se preocupa de encomendarlo al posadero, para que se pueda restablecer una vez pasada la emergencia.

Como nos enseña la página evangélica, el amor al prójimo no se puede delegar: el Estado y la política, aunque dispongan las necesarias atenciones de la asistencia social, no pueden sustituirlo. Como escribí en la encíclica Deus caritas est: "El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay ningún orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo" (n. 28). El amor requiere y requerirá siempre el compromiso personal y voluntario. Precisamente por eso, los voluntarios no son "suplentes" en la red social, sino personas que contribuyen verdaderamente a delinear el rostro humano y cristiano de la sociedad. Sin voluntariado, el bien común y la sociedad no pueden durar mucho, porque su progreso y su dignidad en gran medida dependen precisamente de esas personas que hacen más que cumplir estrictamente su deber.

Queridos amigos, vuestro compromiso es un servicio a la dignidad del hombre fundada en su condición de ser creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26). Como nos ha mostrado el episodio del buen samaritano, hay miradas que pueden dirigirse al vacío o incluso llegar al desprecio, pero también hay miradas que pueden expresar amor. Además de vigilantes del territorio, sed cada vez más iconos vivos del buen samaritano, prestando atención al prójimo, recordando la dignidad del hombre y suscitando esperanza. Cuando una persona no se limita sólo a cumplir con su deber en la profesión y en la familia, sino que se compromete por los demás, su corazón se dilata. Quien ama y sirve gratuitamente al otro como prójimo, vive y actúa según el Evangelio y participa en la misión de la Iglesia, que siempre mira al hombre en su integridad y quiere ayudarle a sentir el amor de Dios.

Queridos voluntarios y voluntarias, la Iglesia y el Papa sostienen vuestro valioso servicio. Que la Virgen María, que va "con prontitud" a casa de su prima Isabel para ayudarla (cf. Lc 1, 39), sea vuestro modelo. Os encomiendo a la intercesión de vuestro patrono, san Pío de Pietrelcina; os aseguro mi recuerdo en la oración, y con afecto os imparto la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.



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