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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE SUDÁN EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Sábado 13 de marzo de 2010

 

Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado:

Es una gran alegría para mí saludaros, obispos de Sudán, con ocasión de vuestra visita quinquenal a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Agradezco al obispo Deng Majak las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Con el espíritu de comunión en el Señor que nos une como sucesores de los Apóstoles, me uno a vosotros en la acción de gracias por el "don más excelso" (cf. 1 Co 12, 31) de la caridad cristiana, que es evidente en vuestra vida y en el generoso servicio de los sacerdotes, los religiosos y religiosas, y los fieles laicos de Sudán. Vuestra fidelidad al Señor y los frutos de vuestros esfuerzos en medio de las dificultades y los sufrimientos dan un testimonio elocuente de la fuerza de la cruz que brilla a través de nuestras debilidades y nuestras limitaciones humanas (cf. 1 Co 1, 23-24).

Sé cuanto anheláis la paz, tanto vosotros como los fieles de vuestro país, y con cuánta paciencia estáis trabajando para restablecerla. Os deseo que, anclados en vuestra fe y esperanza en Cristo, el Príncipe de la paz, encontréis siempre en el Evangelio los principios necesarios para plasmar vuestra predicación y vuestra enseñanza, vuestros juicios y vuestras acciones. Inspirándoos en esos principios, y respondiendo a las justas aspiraciones de toda la comunidad católica, habéis hablado con una sola voz, rechazando "cualquier vuelta a la guerra" y solicitando el restablecimiento de la paz en todos los ámbitos de la vida nacional (cf. Declaración de los obispos de Sudán, Por una paz justa y duradera, 4).

La paz significa echar raíces profundas; por eso, es preciso realizar esfuerzos concretos para disminuir los factores que alimentan los conflictos, especialmente la corrupción, las tensiones entre etnias, la indiferencia y el egoísmo. Las iniciativas en este sentido seguramente serán provechosas si se basan en la integridad, en un sentimiento de fraternidad universal y en las virtudes de la justicia, la responsabilidad y la caridad. Los tratados y otros acuerdos, elementos indispensables en el proceso de paz, sólo darán fruto si se inspiran y van acompañados del ejercicio de una guía madura y moralmente recta.

Os exhorto a tomar fuerzas de vuestra reciente experiencia en la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, mientras seguís predicando la reconciliación y el perdón. Se necesitarán años para curar los efectos de la violencia, pero es preciso implorar desde ahora como don de la gracia de Dios el cambio del corazón, que es la condición indispensable para una paz justa y duradera. Como heraldos del Evangelio, habéis tratado de infundir en vuestro pueblo y en la sociedad un sentido de responsabilidad hacia las generaciones actuales y futuras, alentando el perdón, la aceptación mutua y el respeto por los compromisos asumidos. Asimismo, os habéis esforzado por promover los derechos humanos fundamentales mediante el estado de derecho y habéis exhortado a la aplicación de un modelo integral de desarrollo económico y humano. Aprecio todo lo que está haciendo la Iglesia en vuestro país para ayudar a los pobres a vivir con dignidad y a respetarse a sí mismos, a encontrar un trabajo a largo plazo y a ser capaces de dar su propia contribución a la sociedad.

Como signo e instrumento de una humanidad restablecida y reconciliada, la Iglesia experimenta, incluso ahora, la paz del Reino mediante su comunión en el Señor. Que vuestra predicación y vuestra actividad pastoral se sigan inspirando en una espiritualidad de comunión que une las mentes y los corazones en la obediencia al Evangelio, en la participación en la vida sacramental de la Iglesia, y en la fidelidad a vuestra autoridad episcopal. El ejercicio de esa autoridad nunca debería ser considerado "como algo impersonal o burocrático, precisamente porque es una autoridad que nace del testimonio" (cf. Pastores gregis, 43). Por este motivo, vosotros mismos debéis ser los primeros maestros y testigos de nuestra comunión en la fe y en el amor de Cristo, compartiendo iniciativas comunes, escuchando a vuestros colaboradores, ayudando a los sacerdotes, los religiosos y los laicos a aceptarse y sostenerse mutuamente como hermanos y hermanas, sin distinción de raza o grupo étnico, en un generoso intercambio de dones.

Como parte importante de este testimonio, os aliento a dedicar vuestras energías a reforzar la educación católica, para preparar así especialmente a los fieles laicos a dar un testimonio convincente de Cristo en todos los ámbitos de la vida familiar, social y política. En esta tarea la universidad de Santa María de Juba y los movimientos eclesiales pueden dar una contribución significativa. Después de los padres, los catequistas son el primer eslabón de la cadena de transmisión del valioso tesoro de la fe. Os exhorto a velar por su formación y sus necesidades.

Por último, quiero expresar mi aprecio por vuestros esfuerzos encaminados a mantener buenas relaciones con los seguidores del Islam. Mientras trabajáis para promover la cooperación en iniciativas prácticas, os aliento a subrayar los valores que los cristianos comparten con los musulmanes, como base para el "diálogo de vida", que es un primer paso esencial hacia el respeto y la comprensión interreligiosos auténticos. Es preciso mostrar la misma apertura y el mismo amor hacia quienes pertenecen a las religiones tradicionales.

Queridos hermanos obispos, a través de vosotros envío mi afectuoso saludo a los sacerdotes y a los religiosos de vuestro país, a las familias y, particularmente, a los niños. Con gran afecto os encomiendo a las oraciones de santa Bakhita y de san Daniel Comboni, y a la protección de María, Madre de la Iglesia. A todos imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de sabiduría, alegría y fuerza en el Señor.



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