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VISITA PASTORAL A PALERMO

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES Y LAS FAMILIAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza Politeama de Palermo
Domingo 3 de octubre de 2010

 

Queridos jóvenes y queridas familias de Sicilia:

Os saludo con gran afecto y alegría. Gracias por vuestra alegría y por vuestra fe. Este encuentro con vosotros es el último de mi visita de hoy a Palermo, pero en cierto sentido es el encuentro central, pues es la ocasión que ha propiciado el motivo para invitarme: vuestro encuentro regional de jóvenes y familias. Por eso, hoy debo comenzar por aquí, por este acontecimiento; y lo hago ante todo dando las gracias a monseñor Mario Russotto, obispo de Caltanissetta, delegado para la pastoral juvenil y familiar en el ámbito regional, y a los dos jóvenes Giorgia y David. Vuestro saludo, queridos amigos, ha sido más que un saludo: ha sido compartir la fe y la esperanza. Os lo agradezco de corazón. El Obispo de Roma va a todas partes para confirmar a los cristianos en la fe, pero a su vez vuelve a casa confirmado por vuestra fe, vuestra alegría y vuestra esperanza.

Así pues, jóvenes y familias. Debemos tomar en serio esta combinación, el hecho de reunirnos, que no puede ser sólo ocasional o funcional. Tiene un sentido, un valor humano, cristiano, eclesial. Y no quiero partir de un razonamiento, sino de un testimonio, una historia vivida y muy actual. Creo que todos sabéis que el pasado sábado 25 de septiembre, en Roma, fue proclamada beata una muchacha italiana llamada Chiara, Chiara Badano. Os invito a conocerla: su vida fue breve, pero es un mensaje estupendo. Chiara nació en 1971 y murió en 1990, a causa de una enfermedad incurable. Diecinueve años llenos de vida, de amor y de fe. Dos años, los últimos, llenos también de dolor, pero siempre en el amor y en la luz, una luz que irradiaba a su alrededor y que brotaba de dentro: de su corazón lleno de Dios. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo puede una muchacha de 17 ó 18 años vivir un sufrimiento así, humanamente sin esperanza, difundiendo amor, serenidad, paz, fe? Evidentemente se trata de una gracia de Dios, pero esta gracia también fue preparada y acompañada por la colaboración humana: la colaboración de la propia Chiara, ciertamente, pero también de sus padres y de sus amigos.

Ante todo, los padres, la familia. Hoy quiero subrayarlo de modo particular. Los padres de la beata Chiara Badano viven, estuvieron en Roma para la beatificación —yo mismo me encontré personalmente con ellos— y son testigos del hecho fundamental, que lo explica todo: su hija rebosaba de la luz de Dios. Y esta luz, que viene de la fe y del amor, ellos fueron los primeros en encenderla: su papá y su mamá encendieron en el alma de su hija la llama de la fe y ayudaron a Chiara a mantenerla siempre encendida, incluso en los momentos difíciles del crecimiento y sobre todo en la prueba grande y larga del sufrimiento, como sucedió también a la venerable María Carmelina Leone, que falleció a los 17 años. Este, queridos amigos, es el primer mensaje que quiero dejaros: la relación entre padres e hijos, como sabéis, es fundamental; pero no sólo por una buena tradición, que para los sicilianos es muy importante. Es algo más, que Jesús mismo nos enseñó: es la antorcha de la fe que se transmite de generación en generación; la llama que está presente también en el rito del Bautismo, cuando el sacerdote dice: «Recibe la luz de Cristo…, signo pascual…, llama que debes alimentar siempre».

La familia es fundamental porque allí brota en el alma humana la primera percepción del sentido de la vida. Brota en la relación con la madre y con el padre, los cuales no son dueños de la vida de sus hijos, sino los primeros colaboradores de Dios para la transmisión de la vida y de la fe. Esto sucedió de modo ejemplar y extraordinario en la familia de la beata Chiara Badano; pero eso mismo sucede en numerosas familias. También en Sicilia existen espléndidos testimonios de jóvenes que han crecido como plantas hermosas, lozanas, después de haber brotado en la familia, con la gracia del Señor y la colaboración humana. Pienso en la beata Pina Suriano, en las venerables María Carmelina Leone y María Magno Magro, gran educadora; en los siervos de Dios Rosario Livatino, Mario Giuseppe Restivo, y en muchos otros jóvenes que conocéis. A menudo su actividad no es noticia, porque el mal hace más ruido, pero son la fuerza, el futuro de Sicilia. La imagen del árbol es muy significativa para representar al hombre. La Biblia la usa, por ejemplo, en los Salmos. El Salmo 1 dice: Dichoso el hombre que medita la ley del Señor, «como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón» (v. 3). Esta «acequia» puede ser el «río» de la tradición, el «río» de la fe del cual se saca la linfa vital. Queridos jóvenes de Sicilia, sed árboles que hunden sus raíces en el «río» del bien. No tengáis miedo de contrastar el mal. Juntos, seréis como un bosque que crece, quizá de forma silenciosa, pero capaz de dar fruto, de llevar vida y de renovar profundamente vuestra tierra. No cedáis a las instigaciones de la mafia, que es un camino de muerte, incompatible con el Evangelio, como tantas veces han dicho y dicen nuestros obispos.

El apóstol san Pablo retoma esta imagen en la carta a los Colosenses, donde exhorta a los cristianos a estar «enraizados y edificados en Cristo, fundados en la fe» (cf. Col 2, 7). Vosotros, los jóvenes, sabéis que estas palabras son el tema de mi Mensaje para la Jornada mundial de la juventud del próximo año en Madrid. La imagen del árbol dice que cada uno de nosotros necesita un terreno fértil en el cual hundir sus raíces, un terreno rico en sustancias nutritivas que hacen crecer a la persona: son los valores, pero sobre todo son el amor y la fe, el conocimiento del verdadero rostro de Dios, la conciencia de que él nos ama infinitamente, con fidelidad y paciencia, hasta dar su vida por nosotros. En este sentido la familia es «pequeña Iglesia», porque transmite a Dios, transmite el amor de Cristo, en virtud del sacramento del Matrimonio. El amor divino que ha unido al hombre y a la mujer, y que los ha hecho padres, es capaz de suscitar en el corazón de los hijos la semilla de la fe, es decir, la luz del sentido profundo de la vida.

Así llegamos a otro pasaje importante, al que sólo puedo aludir: la familia, para ser «pequeña Iglesia», debe vivir bien insertada en la «gran Iglesia», es decir, en la familia de Dios que Cristo vino a formar. También de esto nos da testimonio la beata Chiara Badano, al igual que todos los jóvenes santos y beatos: junto con su familia de origen, es fundamental la gran familia de la Iglesia, que se encuentra y se experimenta en la comunidad parroquial, en la diócesis; para la beata Pina Suriano fue la Acción Católica —ampliamente presente en esta tierra—; para la beata Chiara Badano, el Movimiento de los Focolares; de hecho, los movimientos y las asociaciones eclesiales no se sirven a sí mismos, sino que sirven a Cristo y a la Iglesia.

Queridos amigos, conozco vuestras dificultades en el actual contexto social, que son las dificultades de los jóvenes y de las familias de hoy, en particular en el sur de Italia. Y conozco también el empeño con que tratáis de reaccionar y afrontar estos problemas, sostenidos por vuestros sacerdotes, que son para vosotros auténticos padres y hermanos en la fe, como lo fue don Pino Puglisi. Doy gracias a Dios por este encuentro, porque donde hay jóvenes y familias que eligen el camino del Evangelio, hay esperanza. Y vosotros sois signo de esperanza no sólo para Sicilia, sino para toda Italia. Yo os he traído un testimonio de santidad, y vosotros me ofrecéis el vuestro: los rostros de los numerosos jóvenes de esta tierra que han amado a Cristo con radicalidad evangélica; vuestros mismos rostros, como un mosaico. El mayor don que hemos recibido es: ser Iglesia, ser en Cristo signo e instrumento de unidad, de paz, de verdadera libertad. Nadie puede quitarnos esta alegría. Nadie puede quitarnos esta fuerza. ¡Ánimo, queridos jóvenes y familias de Sicilia! Sed santos. A ejemplo de María, nuestra Madre, poneos plenamente a disposición de Dios, dejaos plasmar por su Palabra y por su Espíritu, y seréis de nuevo, y cada vez más, sal y luz de esta amada tierra vuestra. Gracias.



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