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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA ASOCIACIÓN SANTOS PEDRO Y PABLO

Sábado 25 de junio de 2011

 

Queridos amigos de la Asociación Santos Pedro y Pablo:

Os saludo con alegría y con afecto. Me alegra encontrarme con vosotros mientras estáis reunidos con ocasión del 40º aniversario de la Asociación: una conmemoración feliz, que invita al agradecimiento, al Señor ante todo, y al amado siervo de Dios Pablo VI, que tanto hizo para renovar también el ambiente Vaticano según las exigencias contemporáneas. Saludo en particular al presidente, doctor Calvino Gasparini, y le agradezco sus amables palabras; saludo al consiliario, monseñor Joseph Murphy, a los demás responsables y a todos los socios, como también a los exconsiliarios —entre los cuales el cardenal Coppa, que nos honra con su presencia— y el cardenal Bertone, que cuando era joven sacerdote fue formador ayudante de la entonces Guardia Palatina. Junto al altar del Señor y la tumba de san Pedro, elevamos en este momento un recuerdo especial por todos los que, en estos 40 años, se han sucedido en la dirección de la Asociación y que con entrega han formado parte de ella. Y a cuantos han dejado este mundo, que el Señor conceda la paz y la bienaventuranza de su reino.

También en mi espíritu, al encontrarme con vosotros, prevalece el sentimiento de gratitud, y está dirigido a vosotros, por el servicio que prestáis, sobre todo por el amor y el espíritu de fe con que lo realizáis. Vosotros dedicáis parte de vuestro tiempo, armonizándolo con los compromisos de familia y sustrayéndolo a menudo de vuestro descanso, para venir al Vaticano y colaborar en el buen orden de las celebraciones. Además, dais vida a numerosas iniciativas caritativas, en colaboración con las religiosas Hijas de la Caridad y con las Misioneras de la Caridad. Estos compromisos exigen una motivación profunda, que siempre es preciso renovar, gracias a una intensa vida espiritual. Para ayudar a los demás a orar, es necesario tener el corazón dirigido a Dios; para pedir respeto hacia los lugares sagrados y las cosas santas, es necesario que vosotros mismos tengáis el sentido cristiano de la sacralidad; para ayudar al prójimo con verdadero amor cristiano, debemos tener un espíritu humilde y una visión de fe. Vuestra actitud, a menudo sin palabras, constituye una indicación, un ejemplo, una llamada y, como tal, también tiene un valor educativo.

Naturalmente, presupuesto de todo esto es vuestra formación personal; y deseo deciros que precisamente por ella, como por todo lo que hacéis, os estoy particularmente agradecido. La Asociación Santos Pedro y Pablo, como toda auténtica asociación eclesial, se propone ante todo la formación de sus miembros, nunca como sustitución o alternativa a las parroquias, sino siempre de forma complementaria respecto a ellas. Por esto, me alegra que forméis parte de vuestras comunidades parroquiales y eduquéis a vuestros hijos en el sentido de la parroquia. Al mismo tiempo, me complace el hecho de que la Asociación sea, en su justa medida, exigente en prever periodos formativos específicos para los que desean hacerse socios efectivos, y ofrezca regularmente momentos oportunos para apoyar la perseverancia.

Un pensamiento especial dirijo a quienes, esta mañana, han pronunciado la solemne promesa de fidelidad; espero que tengan siempre la alegría de sentirse discípulos de Cristo en la Iglesia, y los exhorto a que den un buen testimonio del Evangelio en todos los ámbitos de su vida. También desde esta perspectiva, he apoyado desde el principio el proyecto de dar vida a un grupo juvenil. Saludo con especial afecto a los jóvenes y los animo a seguir el ejemplo del beato Pier Giorgio Frassati, amando a Dios con todo su corazón, gustando la belleza de la amistad cristiana y sirviendo a Cristo con gran discreción en los hermanos más pobres.

Queridos amigos, os agradezco también vuestra felicitación y, sobre todo, las oraciones con ocasión de mi 60º aniversario de sacerdocio. El regalo que habéis querido hacerme, una bella casulla, me recuerda que soy, antes que nada, sacerdote de Cristo, y me invita a acordarme de vosotros cuando celebro el Sacrificio redentor. ¡Gracias de corazón! Por último, quiero confiaros a todos a la Virgen María. Sé que en vuestra Asociación la veneráis con el título de Virgo fidelis. ¡Hoy más que nunca se necesita la fidelidad! Vivimos en una sociedad que ha perdido este valor. Se exalta mucho la capacidad de cambiar, la «movilidad», la «flexibilidad», por motivos económicos y organizativos incluso legítimos. Pero la calidad de una relación humana se ve en la fidelidad. La Sagrada Escritura nos muestra que Dios es fiel. Con su gracia y la ayuda de María, sed, por tanto, fieles a Cristo y a la Iglesia, dispuestos a soportar con humildad y paciencia el precio que eso conlleva. Que la Virgo fidelis os obtenga la paz en vuestras familias y que de ellas nazcan auténticas vocaciones cristianas, al matrimonio, al sacerdocio y a la vida consagrada. Por esto os aseguro un especial recuerdo en mi oración, a la vez que de corazón os bendigo a todos vosotros y a vuestros seres queridos.



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