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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS FUNCIONARIOS Y AGENTES
DE LA COMISARÍA DE SEGURIDAD PÚBLICA JUNTO AL VATICANO


Sala Clementina
Lunes 14 de enero de 2013

 

Ilustres señores,
queridos funcionarios y agentes:

Me alegra mucho renovar este encuentro ya tradicional, para el intercambio recíproco de felicitaciones al comienzo del año nuevo. Mi saludo y mis felicitaciones van ante todo al doctor Enrico Avola, recién nombrado dirigente general, a quien agradezco las palabras que me acaba de dirigir, así como al prefecto Salvatore Festa. Con igual afecto saludo a los demás componentes y colaboradores de la Comisaría de seguridad pública junto al Vaticano.

Deseo ante todo expresar mi sentimiento de gratitud por el servicio que prestáis con dedicación y reconocida profesionalidad en la plaza de San Pedro y en la zona adyacente al Vaticano para la salvaguardia necesaria del orden público. En particular, pienso en vuestra obra durante las manifestaciones de los fieles y peregrinos, que llegan de todo el mundo para encontrarse con el Sucesor de Pedro y para visitar la tumba del Príncipe de los Apóstoles, así como para rezar ante las tumbas de mis venerados predecesores, en particular la del beato Juan Pablo II.

Vuestro compromiso se extiende también con ocasión de mis visitas pastorales en Roma y en mis viajes apostólicos en Italia. En esta circunstancia quiero manifestar una vez más mi estima y destacar mi sentido aprecio por el modo y el espíritu que animan vuestro servicio, vigilante y cualificado. Un estilo que, mientras honra vuestra identidad de funcionarios del Estado italiano y miembros de la Iglesia, testimonia también las buenas relaciones que existen entre Italia y la Sede apostólica.

He escuchado con interés las palabras de vuestro dirigente, quien, en nombre de todos vosotros, ha querido hacerse intérprete de los sentimientos, ideales y propósitos que inspiran vuestra vida y vuestro comportamiento en el compromiso diario. Deseo de corazón que vuestro esfuerzo, realizado a menudo con sacrificio y riesgos, esté siempre animado por una sólida fe cristiana, que es indudablemente el más precioso tesoro y valor espiritual que vuestras familias os han confiado y que estáis llamados a transmitir a vuestros hijos. El Año de la fe, que toda la Iglesia está viviendo, es también para vosotros una oportunidad de volver al mensaje del Evangelio y hacerlo entrar de modo más profundo en vuestras conciencias y en la vida diaria, testimoniando valientemente el amor de Dios en todo ambiente, también en el de vuestro trabajo.

En el Mensaje con ocasión de la reciente Jornada mundial de la paz, remarqué cómo «las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es una aspiración esencial de cada persona, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda» (n. 1). Que vuestra presencia, queridos amigos, sea una garantía cada vez más válida del buen orden y de la tranquilidad, que son fundamentales para construir una vida social pacífica y armoniosa, y que, además de que nos los enseña el mensaje evangélico, son signo de auténtica civilización.

Con estos sentimientos, deseo expresar mis felicitaciones por el nuevo año también a vuestros familiares, a quienes encomiendo a la protección materna de la Virgen santísima, a fin de que interceda ante su Hijo divino para que os obtenga prosperidad, paz y concordia, y os proteja de todo peligro. Os acompañe también la bendición apostólica que de corazón os imparto a todos vosotros.



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