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PAPA FRANCISCO

Tiempo de testimonio

Misas matutinas en la capilla de la Domus Sanctae Marthae
 del 12 de abril al 18 de abril de 2013

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 16, viernes 19 de abril de 2013

Las «fantasías triunfalistas» son «una gran tentación en la vida cristiana». Pero Dios «no hace como un hada con la varita mágica», que puede salvar al hombre en un instante; más bien se sirve del camino de la perseverancia, porque «nos salva en el tiempo y en la historia», en el «camino de todos los días». Esta fue la reflexión del Papa durante la misa celebrada el 12 de abril, como cada mañana a las 7, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, donde reside. Celebraciones eucarísticas cotidianas en las que participan empleados del Vaticano y otros invitados y que concelebran sacerdotes, obispos y cardenales, residentes en Roma o en visita.

Partiendo del pasaje de los Hechos de los apóstoles (5, 34-42), el Papa hizo hincapié en una realidad de la vida espiritual: «Dios nos salva en el tiempo, no en el momento. Algunas veces hace milagros, pero en la vida común nos salva en el tiempo». Ciertamente el Señor viene a nuestra vida y nos cambia. «Esas son las conversiones. Pero este camino debe hacer historia». El Señor, por lo tanto, «nos salva en la historia: en nuestra historia personal». Él «da la gracia y dice, como decía a todos aquellos a quienes Él curaba: “Anda, camina”. Lo dice también a nosotros: “Camina en tu vida, da testimonio de todo aquello que el Señor hace con nosotros”».

Es necesario huir entonces de «una gran tentación en la vida cristiana, la tentación del triunfalismo», «creer que en un momento se puede hacer todo. No, en un momento comienza: existe una gracia grande, pero debemos ir por el camino de la vida». «El triunfalismo —explicó el Papa— no es del Señor. El Señor entró humildemente en la tierra. Hizo su vida durante treinta años, creció como un niño normal, pasó por la prueba del trabajo, incluso por la prueba de la cruz. Y luego, al final, resucitó. El Señor nos enseña que en la vida no todo es mágico, que el triunfalismo no es cristiano».

Y así, en el camino personal, para resolver los problemas de la vida es necesario mirar a la realidad de frente, preparados, como el portero de un equipo de fútbol, para detener el balón desde donde llegue. Sin ceder al miedo o a la tentación de los lamentos, porque Jesús está siempre junto a cada hombre, sobre todo en los momentos más difíciles. En su homilía el 13 de abril el Santo Padre se detuvo en el pasaje de los Hechos de los apóstoles (6, 1-7) en el que «hay una parte de la historia de los primeros días de la Iglesia, que crecía, aumentaba el número de los discípulos», pero «en este momento comienzan los problemas». En efecto, «los de lengua griega murmuraban contra los de lengua hebrea» porque en la asistencia cotidiana se desatendían a las viudas. «La vida —prosiguió— no es siempre tranquila y bella» y «la primera cosa que hacen es murmurar, criticar uno contra el otro».

En cambio «los apóstoles, con la asistencia del Espíritu, reaccionaron bien. Convocaron al grupo de los discípulos y dialogaron. Es el primer paso: cuando hay dificultades, es necesario mirarlas bien, considerarlas y hablar de ellas». Es «en cierto sentido —dijo el Papa Francisco recurriendo a una metáfora eficaz y apreciada por él— como el portero del equipo, ¿no?, que recibe el balón de donde venga. Esta es la realidad». Los apóstoles, por lo tanto, «hablaron entre ellos e hicieron una bella propuesta, una propuesta revolucionaria, porque dijeron: “Nosotros somos los apóstoles, los que eligió Jesús”. Pero esto no es suficiente. Se dieron cuenta de que su primer deber era la oración y el servicio de la Palabra. “Y para la asistencia cotidiana a la viudas, debemos hacer otra cosa”». Así «decidieron crear a los diáconos». «Tomaron la decisión y el final fue muy feliz: «Y la Palabra de Dios se difundía y el número de los discípulos en Jerusalén se multiplicaba grandemente». Es bello. Cuando hay problemas, es necesario afrontarlos y el Señor nos ayudará a resolverlos».

«No tengáis miedo, soy yo»: «Esa es la palabra de Jesús, siempre —insistió el Papa—: en las dificultades, en los momentos en que todo es oscuro y no sabemos qué tenemos que hacer, también cuando en nuestra alma hay oscuridad. No tengamos miedo a las dificultades, no tengamos miedo cuando nuestro corazón está triste, sombrío. Afrontemos las cosas como se presentan, con el Espíritu del Señor y la ayuda del Espíritu Santo».

Y una de las pruebas que pueden presentarse es la calumnia. Es hija del «padre de la mentira» y quiere aniquilar al hombre, alejándolo de Dios. La calumnia es tan antigua como el mundo y de ella ya se encuentra referencia en el Antiguo Testamento. Basta pensar en episodios como el de Susana con los dos jueces. La calumnia es un pecado, pero es algo más, porque «quiere destruir al obra de Dios y nace de algo muy malo: nace del odio —advirtió el Papa Francisco en su homilía del 15 de abril—. Y quien origina el odio es Satanás». Mentira y calumnia van a la par, porque una tiene necesidad de la otra para seguir adelante. Y no cabe duda, agregó el Pontífice, que «donde está la calumnia está Satanás». El Papa Francisco se inspiró luego en el Salmo 118 de la liturgia del día, para explicar el estado de ánimo del justo calumniado: «Aunque los nobles se sienten a murmurar de mí, tu siervo medita tus decretos; tus preceptos son mi delicia». El justo, en este caso es Esteban, el protomártir, a quien hacía referencia la primera lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles. Esteban «mira al Señor y obedece la ley». Él es el primero de una larga serie de testigos de Cristo que han colmado la historia de la Iglesia. No sólo en el pasado, sino también en nuestros días hay muchos mártires. «El tiempo de los mártires no se ha acabado —subrayó el Papa—: también hoy podemos decir, en verdad, que la Iglesia tiene más mártires que en los primeros siglos», «muchos hombres y mujeres que son calumniados, perseguidos, asesinados por odio a Jesús, por odio a la fe».

En nuestra época caracterizada por «tantas turbulencias espirituales» el Papa invitó a reflexionar sobre un icono medieval de la Virgen. La Virgen que «cubre con su manto al pueblo de Dios». También la primera antífona latina de la Virgen María es Sub tuum presidium. «Nosotros pedimos a la Virgen que nos proteja —afirmó—, y en tiempos de turbulencia espiritual el sitio más seguro se encuentra bajo el manto de la Virgen». Es, en efecto, la Madre que cuida a la Iglesia. Y en este tiempo de mártires, ella es, en cierto sentido, la protagonista de la protección: es la mamá».

El martes 16 de abril el Papa Francisco hizo una petición al iniciar la liturgia: «Hoy es el cumpleaños de Benedicto XVI. Ofrecemos la misa por él, para que el Señor le acompañe, le conforte y le dé abundante consolación». Un primer pensamiento, por lo tanto, a su predecesor en el día de su octogésimo sexto cumpleaños, mientras que la homilía fue ocasión de lanzar un llamamiento a cuantos se dejan seducir por la tentación de oponer resistencia al Espíritu Santo. «El Espíritu —subrayó el Santo Padre con suave firmeza— no es domesticable». Y ejemplificó con el Concilio Vaticano II, «una hermosa obra del Espíritu Santo». «Después de cincuenta años —se preguntó—, ¿hemos hecho todo lo que nos dijo el Espíritu Santo en el Concilio», en esa «continuidad en el crecimiento de la Iglesia que fue el Concilio?». «No», respondió. «Celebramos este aniversario» —explicó— casi levantando «un monumento» al Concilio, pero nos preocupamos sobre todo de «que no dé fastidio. No queremos cambiar». Es más, «existen voces que quieren retroceder. Esto se llama «ser testarudos», esto se llama querer «domesticar al Espíritu Santo», esto se llama convertirse en «necios y lentos de corazón»». No se puede domesticar al Espíritu Santo «porque Él es Dios y Él es ese viento que va y viene, y tú no sabes de dónde. Es la fuerza de Dios; es quien nos da la consolación y la fuerza para seguir adelante».

De hecho, se es fiel al Espíritu cuando se anuncia a Jesús, tarea del bautizado. En su homilía del 17 de abril, comentando la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (8, 1-8), el Papa recordó que «después del martirio de Esteban, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén»; «la Iglesia gozaba de tranquilidad y paz, vivían la caridad entre ellos, las viudas eran atendidas. Pero luego llega la persecución. Esto es en cierto sentido el estilo de la vida de la Iglesia: entre la paz de la caridad y la persecución». Y sucede esto porque, como explicó el Santo Padre, así fue la vida de Jesús. A causa de la persecución todos huyeron excepto los Apóstoles. Los cristianos, en cambio, «se marcharon. Solos. Sin sacerdote. Sin obispos: solos. Los obispos, los Apóstoles, estaban en Jerusalén tratando de hacer resistencia a estas persecuciones». Sin embargo, los que habían huido «se movieron de un lugar a otro, anunciando la Palabra». Suscitaban curiosidad: «Pero... ¿quiénes son estos?». Y ellos lo decían: «Hemos conocido a Jesús, hemos encontrado a Jesús, y lo anunciamos». «Tenían sólo la fuerza del bautismo —observó el Santo Padre—. Y el bautismo les daba la valentía apostólica, la fuerza del Espíritu».

La reflexión del Papa se centró entonces en el presente, porque con demasiada frecuencia la gracia del bautismo se deja un poco de lado. «A veces pensamos: “No, nosotros somos cristianos: hemos recibido el bautismo, la confirmación, la primera comunión... y así el documento de identidad está en orden. Y ahora, dormimos tranquilos: somos cristianos”. Pero, ¿dónde está esa fuerza del Espíritu que te lleva adelante?», se preguntó el Papa. «¿Somos fieles al Espíritu para anunciar a Jesús con nuestra vida, con nuestro testimonio y con nuestras palabras? Cuando hacemos esto, la Iglesia se convierte en una Iglesia Madre que genera hijos», hijos de la Iglesia que testimonian a Jesús. «Pero —fue la alerta del Papa— cuando no lo hacemos, la Iglesia no se convierte en madre, sino en Iglesia baby-sitter, que cuida al niño para que duerma. Es una Iglesia amodorrada. Pensemos en nuestro bautismo, en la responsabilidad de nuestro bautismo».

Y es en el bautismo donde recibimos el don de la fe, un don que debe desarrollarse en la vida, en el corazón. Es el Señor quien «nos habla de la fe», indicó el Papa en la homilía del 18 de abril. Nos invita a «creer en Él. Pero antes nos dice también otra cosa: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha mandado». Ir a Jesús, encontrar a Jesús, conocer a Jesús, es un don del Padre». La fe es un don, y quien tiene esta fe tiene la vida eterna. «Pero, ¿en qué Dios crees?». «Cuántas veces oímos» simplemente: «en Dios»», «un dios difuso, un dios-spray, que está un poco por todas partes pero no se sabe qué es. Nosotros creemos en Dios que es Padre, Hijo, Espíritu Santo. Nosotros creemos en personas, y cuando hablamos con Dios hablamos con personas: o hablo con el Padre, o hablo con el Hijo, o hablo con el Espíritu Santo —especificó el Papa—. Esta es la fe».

 


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