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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

La tarea de remendar agujeros

Viernes 12 de septiembre de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 38, viernes 19 de septiembre de 2014

 

Cristianos que corren el riesgo de ser «descalificados», como advierte san Pablo, si pretenden hacer una corrección fraterna sin caridad, verdad y humildad, dando cabida a la hipocresía y las habladurías. En realidad, este servicio al otro requiere, ante todo, reconocerse pecadores y no erigirse en juez, como recordó el Papa durante la misa celebrada el viernes 12 de septiembre.

Francisco mostró enseguida cómo «en estos días la liturgia nos ha hecho meditar en tantas actitudes cristianas: dar, ser generoso, servir a los demás, perdonar, ser misericordioso». Estas «son actitudes —explicó— que ayudan a la Iglesia a crecer». Pero, en particular, «hoy el Señor nos hace volver a una de esas actitudes, sobre la que ya he hablado, es decir, la corrección fraterna». La idea fundamental es: «Cuando un hermano, una hermana de la comunidad se equivoca, ¿cómo debo corregirlo?».

A través de la liturgia (Lc 6, 39-42), prosiguió el Pontífice, «el Señor nos había dado algunos consejos sobre cómo corregir» al otro. Pero «hoy retoma todo y dice: hay que corregirlo, pero como una persona que ve y no como un ciego».

«Antes que nada —afirmó el Pontífice—, el consejo que da para corregir al hermano, lo hemos oído el otro día, es llevar aparte a tu hermano que se ha equivocado y hablarle», diciéndole: «Pero hermano, en esto creo que no has obrado bien».

Y «llevarlo aparte» significa precisamente «corregirlo con caridad». Porque «no se puede corregir a una persona sin amor y sin caridad». Sería como «hacer una operación quirúrgica sin anestesia», con la consecuencia de que el enfermo moriría de dolor. Y «la caridad es como una anestesia que ayuda a recibir la curación y aceptar la corrección». Entonces, el primer paso hacia el hermano: «llevarlo aparte, con mansedumbre, con amor, y hablarle».

El Papa, dirigiéndose también a las numerosas religiosas presentes en la celebración en Santa Marta, las invitó a hablar siempre «con caridad», sin causar heridas, «cuando en nuestras comunidades, en las parroquias, en las instituciones, en las comunidades religiosas, se debe decir algo a una hermana, a un hermano».

Junto con la caridad, es necesario «decir la verdad» y jamás «decir una cosa que no es verdadera». En realidad, observó, «cuántas veces en nuestras comunidades se dicen cosas de otra persona que no son verdaderas: son calumnias». O, «si son verdaderas», de todos modos «se arruina la buena fama de esa persona».

Desde esta perspectiva, un modo de dirigirse al hermano, según el Papa, puede ser el siguiente: «Esto que te digo, a ti, que tú has hecho, es verdad. No es un rumor que me ha llegado». Porque «las habladurías hieren, son bofetadas a la buena fama de una persona, son bofetadas al corazón de una persona».

Entonces, es necesaria siempre «la verdad», si bien a veces «no es agradable oírla». En todo caso, si la verdad «se dice con caridad y con amor, es más fácil aceptarla». Por eso hay que decir «la verdad con caridad: así se debe hablar de los defectos de los demás».

De la tercera regla, la humildad, Jesús habla en el pasaje del evangelio de san Lucas: corregir al otro «sin hipocresía, es decir, con humildad». Es bueno tener presente, aconsejó el obispo de Roma, que «si debes corregir un defecto pequeño, piensa que tú tienes tantos más grandes». El Señor lo dice con eficacia: saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver bien para sacar la brizna que hay en el ojo del otro. Sólo así «no serás ciego» y «verás bien» para ayudar de verdad al hermano. Por eso es indispensable «la humildad» para reconocer que «yo soy más pecador que él, más pecador que ella». Luego, «debo ayudarlos a él y a ella a corregir este» defecto.

«Si no hago con caridad la corrección fraterna, no la hago en verdad y no la hago con humildad, me convierto en ciego», advirtió el Papa. Y si no veo, se preguntó, ¿cómo hago para «curar a otro ciego?».

En esencia, «la corrección fraterna es un acto para curar el cuerpo de la Iglesia». Francisco la describió con una imagen eficaz: es como volver a coser «un agujero en el tejido de la Iglesia». Pero hay que proceder «con mucha delicadeza, como las mamás y las abuelas cuando remiendan», y es precisamente este estilo con el que «se debe hacer la corrección fraterna».

Por otra parte, puso en guardia, «si tú no eres capaz de hacer la corrección fraterna con amor, con caridad, en la verdad y con humildad, ofenderás, harás un daño al corazón de esa persona: harás un crítica más que hiere y te convertirás en un ciego hipócrita, como dice Jesús». En efecto, se lee en la página evangélica de san Lucas: «Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo». Aunque hay que reconocer que soy «más pecador que el otro», de todos modos como hermanos estamos llamados a «ayudarlo a corregirse».

El Pontífice no dejó de dar un consejo práctico. Hay «un signo —dijo— que quizá nos pueda ayudar: cuando uno ve algo que no está bien y siente que debe corregirlo», pero advierte «cierto placer en hacerlo», entonces es el momento de «estar atento, porque eso no es del Señor». En efecto, «en el Señor siempre está la cruz, la dificultad de hacer una cosa buena». Y del Señor vienen siempre el amor y la mansedumbre.

Todo este razonamiento sobre la corrección fraterna, prosiguió el Papa, nos exhorta a «no comportarnos como jueces». Aunque «nosotros, los cristianos, —señaló— tenemos la tentación de creernos doctores», de «considerarnos fuera del juego del pecado y de la gracia, como si fuéramos ángeles».

Es una tentación de la que también habla san Pablo en la primera carta a los Corintios (9, 16-19. 22-27). «No sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado». Por tanto, nos recuerda el Apóstol, «un cristiano que, en la comunidad, no hace las cosas —tampoco la corrección fraterna— con caridad, en la verdad y con humildad, se descalifica». Porque «no ha logrado llegar a ser un cristiano maduro».

El Papa Francisco concluyó pidiéndole al Señor que «nos ayude en este servicio fraterno, tan hermoso y tan doloroso, de ayudar a los hermanos y a las hermanas a ser mejores», impulsándonos «a hacerlo siempre con caridad, en verdad y con humildad».

 



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