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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Una lucha bellísima

Jueves 30 de octubre de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 45, viernes 7 de noviembre de 2014

 

La vida del cristiano «es una milicia» y se requieren «fuerza y valentía» para «resistir» a las tentaciones del diablo y para «anunciar» la verdad. Pero esta «lucha es bellísima», porque «cuando el Señor vence en cada paso de nuestra vida, nos da un gozo, una felicidad grande». Al reflexionar sobre las palabras de Pablo en la Carta a los Efesios (6, 10-20) y sobre el «lenguaje militar» que utiliza, el Papa Francisco, en la misa que celebró en Santa Marta el jueves 30 de octubre, habló de lo que los teólogos definen como la «lucha espiritual: para seguir adelante en la vida espiritual se tiene que combatir».

Se necesita «fuerza y valentía», explicó el Pontífice, porque no se trata de un «combate sencillo» sino de un «combate continuo» contra el «príncipe de las tinieblas». Es ese combate cerrado, recordó el Papa, que citaba el catecismo, en el que «nos han enseñado que los enemigos de la vida cristiana son tres: el demonio, el mundo y la carne». Se trata de la lucha cotidiana contra «la mundanidad» y contra la «envidia, lujuria, gula, soberbia, orgullo, celos», todas ellas pasiones «que son las heridas del pecado original».

Alguien podría entonces preguntarse: «¿la salvación que nos da Jesús es gratuita?». Sí, respondió el Papa, «¡pero tú tienes que defenderla!». Y, como escribe Pablo, para hacerlo se necesita «revestirse con la armadura de Dios», porque «no se puede pensar en una vida espiritual, en una vida cristiana» sin «resistir a las tentaciones, sin luchar contra el diablo».

Y pensar —constató el Pontífice— que han querido hacernos creer «que el diablo fuese un mito, una figura, una idea, la idea del mal». En cambio, «el diablo existe y nosotros tenemos que luchar contra él». Lo recuerda san Pablo, «la Palabra de Dios lo dice», sin embargo, parece que «nosotros no estamos muy convencidos» de esta realidad.

Pero, ¿cómo está hecha esta «armadura de Dios»? Algún detalle nos lo da el apóstol: «Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad». Por lo tanto, se necesita ante todo la verdad, porque «el diablo es el mentiroso, es el padre de los mentirosos»; luego, continúa Pablo, se necesita revestir «la coraza de la justicia»: en efecto, explicó el obispo de Roma, «no se puede ser cristianos, sin trabajar continuamente por ser justos».

Y también: «Los pies, calzados con la prontitud para difundir el Evangelio de la paz». De hecho, «el cristiano es un hombre o una mujer de paz» y si no tiene la «paz en el corazón» hay algo en él que no está bien: es la paz lo que «te da fuerza para la lucha».

Por último, se lee en la Carta a los Efesios: «Embrazad el escudo de la fe». El Pontífice se detuvo en este detalle: «Una cosa que nos ayudaría mucho sería preguntarnos: ¿Cómo está mi fe? ¿Creo o no creo? ¿O creo un poco sí y un poco no? ¿Soy un poco mundano y un poco creyente?». Cuando recitamos el Credo, ¿lo hacemos sólo de «palabras»? ¿Somos conscientes, preguntó el Papa Francisco, de que «sin fe no se puede seguir adelante, no se puede defender la salvación de Jesús?».

Recordando el pasaje evangélico de san Juan, en el capítulo noveno, cuando Jesús cura al joven que los fariseos no querían creer que fuese ciego, el Papa hizo notar cómo Jesús no pregunta al muchacho: «¿Estás contento? ¿Eres feliz? ¿Viste que soy bueno?», sino: «¿Crees en el Hijo del hombre? ¿Tienes fe?». Y es la misma pregunta que dirige «a nosotros todos los días». Una pregunta ineludible porque «si nuestra fe es débil, el diablo nos vencerá».

El escudo de la fe no sólo «nos defiende, sino también nos da vida». Y con esto, dice Pablo, podremos «apagar todas las flechas llameantes del maligno». El diablo, en efecto, «no nos arroja flores» sino «flechas llameantes, venenosas, para matar».

La armadura del cristiano, continuó el Papa, está compuesta también por el «casco de la salvación», por la «espada del Espíritu» y por la oración. Lo recuerda san Pablo: «orad en toda ocasión». Y lo reafirmó el Pontífice: «Orad, orad». No se puede, en efecto, «llevar adelante una vida cristiana sin la vigilancia».

Por eso la vida cristiana puede considerarse «una milicia». Pero es, afirmó el Papa, «una lucha bellísima», porque nos da «esa alegría de que el Señor ha vencido en nosotros, con su gratuidad de salvación». Sin embargo, concluyó, todos somos «un poco perezosos» y «nos dejamos llevar por las pasiones, por algunas tentaciones». Pero aunque «somos pecadores» no debemos desalentarnos, «porque el Señor está con nosotros, quien nos ha dado todo» y nos hará «vencer también este pequeño paso de hoy», nuestra batalla cotidiana, con la «gracia de la fuerza, de la valentía, de la oración, de la vigilancia y la alegría».

 



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