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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

La soledad del pastor

Martes 18 de octubre de 2016

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 42, viernes 21 de octubre de 2016

 

Pablo, Juan Bautista y Maximiliano Kolbe —y con ellos muchísimos pastores de todos los tiempos— han vivido en su propia piel la soledad, el abandono y la persecución, pero también «la cercanía del Señor» sobre todo en los momentos de prueba. Es una invitación a reconocer siempre la presencia de Dios, aun en la experiencia del dolor y de la enfermedad, lo que el Papa sugirió durante la misa celebrada el martes 18 de octubre en la capilla de la Casa Santa Marta.

Para su meditación Francisco tomó inspiración del pasaje de la segunda carta de san Pablo a Timoteo (4, 10-17), propuesto por la liturgia. «Pablo está en Roma, prisionero en una casa, en una habitación, con una cierta libertad, pero esperando no se sabe qué» explicó. Y «en ese momento Pablo se siente solo»: es «la soledad del pastor cuando hay dificultades, pero también la soledad del pastor cuando se aproxima su final: desnudado, sólo y mendicante». En esta situación el apóstol escribe a Timoteo: «Toma a Marcos y tráele contigo, pues me es muy útil para el ministerio. Cuando vengas, tráeme el abrigo y los libros». Es decir, Pablo está «solo y mendicante: mendiga a Timoteo sus pequeñas cosas para que le puedan ser de utilidad a él».

El apóstol es también «víctima de ensañamiento», hasta tal punto que una persona dice: «¡se ha opuesto tenazmente a nuestra predicación!». Pablo está «solo, mendicante, víctima de ensañamiento», y además «dice esa palabra tan triste: “todos me han abandonado”». En el tribunal ha quedado sin asistencia y reconoce: «Sólo el señor Jesús ha estado cerca de mí».

Es verdad que el apóstol está «solo, mendicante, víctima de ensañamiento, abandonado —afirmó Francisco— pero es el gran Pablo, el que oyó la voz del Señor, la llamada del Señor; el que fue de una parte a otra, que padeció muchas cosas y muchas pruebas por predicar el Evangelio, que dio a entender a los apóstoles que el Señor quería que también los gentiles entrasen en la Iglesia». Es «el gran Pablo que en la oración subió hasta el séptimo cielo y oyó cosas que nadie había oído antes».

Pero ahora «el gran Pablo» está «ahí, en esa pequeña habitación de una casa, en Roma, esperando como terminará esta lucha en el interior de la Iglesia entre las partes, entre la rigidez de los judaizantes y esos discípulos fieles a él». Y «así termina la vida del gran Pablo, sumido en la desolación: no en el resentimiento y la amargura, sino en la desolación interior».

Por lo demás, hizo notar el Papa, «Jesús le había dicho a Pedro que habría terminado así también él». Y también «todos los apóstolos terminaron así: “cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras”». Este, explicó el Pontífice, «es el final del apóstol».

Precisamente «desde aquella pequeña habitación de Pablo —dijo Francisco— podemos pensar en dos grandes: Juan Bautista y Maximiliano Kolbe. El primero, «en su celda, solo, angustiado, manda a sus discípulos a preguntar a Jesús: “¿eres tú o debemos esperar a otro?”. Y luego el capricho de una bailarina y la venganza de una adúltera le corta la cabeza: termina así el grande Juan Bautista, del cual Jesús dice que era el hombre más grande nacido de una mujer».

Y aun más «más cercano a nosotros —dijo el Papa— pensemos en la celda de Maximiliano Kolbe, que había realizado un movimiento apostólico en todo el mundo y muchas cosas grandes: está en esa celda, hambriento, esperando la muerte» en el campo de Auschwitz.

«El apóstol cuando es fiel no se espera otro final que el de Jesús» afirmó Francisco. Efectivamente se da «el despojamiento del apóstol: es desnudado, sin nada, porque ha sido fiel». Y tiene la misma sabiduría de Pablo: «Solamente el Señor ha estado a mi lado», porque «el Señor no le deja y ahí encuentra su fuerza». «El final de Pablo» es sabido: «Después de casi dos años, viviendo así, en la incertidumbre, en esta lucha interna de la Iglesia, una mañana llegan dos soldados, le apresan, le sacan fuera, le cortan la cabeza».

Pero ¿cómo puede terminar de esta manera —es natural preguntarse— «un hombre tan grande que ha viajado por el mundo para predicar, que ha convencido a los apóstoles de que Jesús ha venido también para los gentiles, que ha hecho mucho bien, que ha luchado, que ha sufrido, que ha rezado, que ha tenido la más alta contemplación?». Y sin embargo «esta es la ley del evangelio: si el grano de trigo no muere, no da fruto, porque esta es la ley que Jesús mismo nos indicó con su persona». Pero con la certeza de que «después llega la resurrección».

«Uno de los teólogos de los primeros siglos —recordó el Pontífice— decía que “la sangre de los mártires era la semilla de los cristianos”». Porque «morir así como mártires, como testigos de Jesús», es precisamente como «la semilla que muere y da el fruto y llena la tierra de nuevos cristianos». Y «cuando el pastor vive así, no está amargado: quizás se siente desolado, pero tiene esa certeza de que el Señor está a su lado». En cambio, cuando «el pastor, en su vida, se ha ocupado de otras cosas que no son los fieles —está, por ejemplo, pegado al poder, está pegado al dinero, está pegado a las facciones, está pegado a tantas cosas— al final no estará solo, quizás estarán los sobrinos esperando que muera para ver qué cosa se pueden llevar».

Francisco quiso compartir, al respecto, lo que siente en su corazón cuando va «a visitar la residencia para sacerdotes ancianos», donde —narró— «encuentro muchos de estos buenos sacerdotes que han dado la vida por los fieles y están allí, enfermos, paralíticos, en silla de ruedas; pero en seguida se ve aquella sonrisa, porque sienten al Señor muy cerca de ellos». Ciertamente no se pueden olvidar esos ojos brillantes que tienen y preguntan: «¿Cómo va la Iglesia? ¿Cómo va la diócesis? ¿Cómo van las vocaciones?». Son preocupaciones que tienen dentro «hasta el final, porque son padres, porque han dado la vida por los demás». En conclusión, el Pontífice ha relanzado el testimonio de «Pablo solo, mendicante, víctima de ensañamiento, abandonado por todos, menos por el Señor Jesús: “¡Sólo el Señor ha estado cerca de mí!”». Porque, insistió, «el pastor debe tener esta seguridad: si él va por el camino de Jesús, el Señor estará cerca de él hasta el final». Recemos por los pastores que están al final de su vida y que están esperando que el Señor se los lleve con Él. Recemos para que el Señor les dé la fuerza, el consuelo y la seguridad de que, aunque se sientan enfermos e incluso solos, el Señor está con ellos, cerca de ellos: Que el Señor les dé la fuerza».

 



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