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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Como si nada

Jueves 16 de marzo de 2017

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 11, viernes 17 de marzo de 2017

 

Los sintecho, los nuevos pobres sin dinero para el alquiler, los desempleados y los niños que piden limosna —que se les mira mal porque pertenecen a «esa etnia que roba»— parece que ya forman parte del «panorama de la ciudad». «Como una estatua, la parada del autobús, la oficina de correos». Y son tratados con la misma indiferencia, como si no existieran, como si su situación fuera incluso «normal» y no llega a tocar el corazón. Pero así se resbala «del pecado a la corrupción» donde no hay remedio, advirtió el Papa Francisco en la misa celebrada en Santa Marta el jueves por la mañana, 16 de marzo. Así, insistió el Pontífice, es como cuando pensamos que es suficiente con «un Avemaría y un Padrenuestro», y se continua después «viviendo como si nada», viendo en la televisión y en los periódicos niños asesinados por una bomba lanzada a un hospital o a una escuela.

«En la antífona del inicio», indicó enseguida el Papa en su homilía citando el Salmo 139 (23-24), «hemos rezado: “Escruta, Dios, mi corazón; mira si recorro un camino de mentira, y guíame en el camino de la vida”». Porque, explicó, «podemos recorrer una vida de mentira, de apariencias: aparentar una cosa y la realidad es otra». Precisamente «por esto pedimos al Señor que él escrute la verdad de nuestra vida: y si yo recorro una vida de mentira, que me lleve por el camino de la vida, de la verdadera vida».

«Esta oración —explicó Francisco— está en armonía con lo que el profeta Jeremías nos dice en la primera lectura» (17, 5-10) presentando «estas dos opciones que son pilares de vida: “Maldito el hombre que confía en el hombre; bendito el hombre que confía en el Señor”». Por tanto, «maldito y bendito». Por un lado está «el hombre que confía en el hombre, y hace de la carne su apoyo, es decir en las cosas que él puede gestionar, en la vanidad, en el orgullo, en las riquezas, en sí mismo» y «se siente como si fuera un dios, aleja su corazón del Señor». Precisamente «este alejamiento del Señor “no verá venir el bien”» escribe el profeta Jeremías. Y el hombre «será como un tamarisco en la estepa», es decir «sin fruto, no será fecundo: todo termina con él, no dejará vida, se cierra esa vida con la propia muerte, porque su confianza estaba en sí mismo». «Sin embargo “bendito el hombre que confía en el Señor y el Señor es su confianza”» afirmó el Pontífice, repitiendo las palabras de Jeremías. Ese hombre de hecho «se fía del Señor, se aferra al Señor, se deja conducir por el Señor». Aquel que confía en el Señor será, escribe Jeremías, «como un árbol plantado a orillas del agua, hacia la corriente echa sus raíces; no teme cuando viene el calor». En una palabra, «será fecundo». Mientras que aquel que confía en sí mismo «será “como un tamarisco en la estepa”, estéril».

Es así, explicó el Papa, que «esta opción, entre estas dos formas de vida que se convierten luego en pilares de vida, viene del corazón: la fecundidad del hombre que confía en el Señor y la esterilidad del hombre que confía en sí mismo, en sus cosas, en su mundo, en sus fantasías o también en sus riquezas, en su poder». Jeremías no deja de advertirnos: «Estate atento, no te fíes de tu corazón: “¡nada es más traicionero que el corazón y difícilmente se cura!”». Por tanto, insistió Francisco, «nuestro corazón nos traiciona si nosotros no estamos atentos, si no estamos en vigilancia continua, si somos perezosos, si vivimos con ligereza, un poco así, mirando solamente las cosas». Y «este camino es un camino peligroso, es un camino resbaladizo, cuando me fío solamente de mi corazón: porque es traicionero, es peligroso».

Precisamente «esto —prosiguió el Papa haciendo referencia al pasaje de Lucas (16, 19-31)— le sucedió a este señor rico del Evangelio: cuando una persona vive en su ambiente cerrado, respira ese aire de sus bienes, de su satisfacción, de la vanidad, de sentirse seguro y se fía solamente de sí mismo, pierde la orientación, pierde la brújula y no sabe dónde están los límites». Su problema es que «vive solamente ahí: no sale fuera de sí». Es la historia, precisamente, del hombre rico del cual habla Jesús a los fariseos en la narración de Lucas: «Vivía bien, no le faltaba nada, tenía muchos amigos», porque «cuando hay dinero hay amigos y cuando no hay dinero no hay fiestas, los amigos desaparecen, se van». Entonces ese hombre «estaba siempre con amigos, en las fiestas», pero en su «puerta estaba el pobre». Pero «él sabía quién era ese pobre —¡lo sabía!— porque después, cuando habla con el padre Abraham, dice: “¡envía a Lázaro!». Por eso «sabía también cómo se llamaba pero no le importaba». Y entonces «¿era un hombre pecador? Sí. Pero del pecado se puede volver atrás, se pide perdón y el Señor perdona».

Respecto a ese hombre rico, en cambio, «el corazón le ha llevado por un camino de muerte, hasta tal punto que no se puede volver atrás: hay un punto, hay un momento, hay un límite del cual difícilmente se vuelve atrás». Y «es cuando el pecado se transforma en corrupción». Por eso, explicó el Papa, ese hombre rico «no era un pecador, era un corrupto porque conocía las muchas miserias, pero era feliz allí y no le importaba nada». Aquí vuelven con fuerza las palabras de Jeremías: «Maldito el hombre que confía en sí mismo, que confía en su corazón: “nada es más traicionero que el corazón, y difícilmente se cura” y cuando tú estás por ese camino de enfermedad, difícilmente sanarás».

Llegados a este punto Francisco quiso proponer un examen de conciencia: «yo hoy haré una pregunta a todos nosotros: ¿qué sentimos en el corazón cuando vamos por la calle y vemos a los sintecho, vemos a los niños solos que piden limosna?». Quizá pensamos que «son de esa etnia que roba». Pero «¿qué siento yo cuando veo a los sintecho, a los pobres, a los abandonados, también a los sintecho bien vestidos, porque no tienen dinero para pagar el alquiler, porque no tienen trabajo?». Y todo «esto —afirmó el Papa— es parte del panorama, del paisaje de una ciudad, como una estatua, la parada del autobús, la oficina de correos: y ¿también los sintecho son parte de la ciudad? ¿Esto es normal? Estad atentos, estemos atentos cuando estas cosas suenan como normales en nuestro corazón —“pero sí, la vida es así, yo como, bebo, pero para quitarme un poco de sentimiento de culpabilidad doy un donativo y sigo adelante”— el camino no va bien».

Si tenemos estos pensamientos quiere decir que «estamos, en ese momento, por ese camino resbaladizo», que lleva «del pecado a la corrupción». Por esto, prosiguió el Pontífice, es oportuno preguntarnos: «qué siento yo cuando en el telediario, en los periódicos, veo que ha caído una bomba allá, en un hospital, y han muerto muchos niños, en una escuela, ¿pobre gente?». Quizá «digo un Avemaría, un Padrenuestro por ellos y sigo viviendo como si no pasara nada». En cambio es bueno preguntarse si el drama de tanta gente «entra en mi corazón» o si soy exactamente «como ese rico» del cual habla el Evangelio, en cuyo «corazón Lázaro jamás entró», del cual «tenían más piedad los perros». Y «si yo fuese así como ese rico, estaría en camino del pecado a la corrupción». «Por esto —concluyó Francisco refiriéndose a las palabras del Salmo 139 proclamadas en la antífona del inicio— pedimos al Señor: “Escruta, oh Señor, mi corazón; mira si mi camino es equivocado, si yo estoy en ese camino resbaladizo del pecado a la corrupción, del que no se puede volver atrás”». Porque, reiteró, «habitualmente el pecador, si se arrepiente, vuelve atrás; el corrupto difícilmente, porque está cerrado en sí mismo». Por eso «hoy la oración» que hay que hacer es precisamente: «Escruta, Señor, mi corazón y hazme entender en qué camino estoy, en qué camino estoy yendo».

Al finalizar la celebración, el Papa dirigió un saludo especial a los cardenales Angelo Comastri y Crescenzio Sepe que concelebraron con él con motivo de los cincuenta años de su ordenación sacerdotal.

 



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