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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

La verdad está en silencio

Lunes, 3 de septiembre de 2018

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 36, viernes 7 de septiembre de 2018.

 

Silencio y oración «con las personas que no tiene buena voluntad, con las personas que buscan solamente el escándalo, que buscan solamente la división, que buscan solamente la destrucción, también en las familias». Es la sugerencia propuesta por el Papa Francisco en la misa celebrada el lunes por la mañana, 3 de septiembre, en Santa Marta —la primera después de la pausa estiva— comentando el episodio evangélico de Jesús expulsado de la sinagoga de Nazaret. El Pontífice invitó a pedir al Señor «la gracia de discernir cuándo debemos hablar y cuándo debemos callar. Y esto en toda la vida: en el trabajo, en casa, en la sociedad, en toda la vida. Así seremos más imitadores de Jesús». «Este pasaje del Evangelio —hizo notar en seguida Francisco refiriéndose al pasaje de Lucas (4, 16-30)— nos hace reflexionar sobre la forma de actuar en la vida cotidiana, cuando hay malentendidos, discusiones». Pero «nos hace también entender cómo el padre de la mentira, el acusador, el diablo, actúa para destruir la unidad de una familia, de un pueblo».

Relanzando los contenidos del pasaje evangélico propuesto hoy por la liturgia, el Papa hizo presente que «Jesús viene a Nazaret, donde había crecido». Cierto, añadió, «se había ido, había empezado la predicación», pero «las voces habían llegado: “¡Pero mira, este que ha salido de aquí hace milagros!». Y es así como en Nazaret «la gente esperaba verlo y cuando llega la gente lo miraba: todos sabemos qué sucede en un pueblo cuando vuelve alguno que se había ido para estudiar y vuelve con la licenciatura, o se fue a buscar fortuna y vuelve con dinero, rico, y el pueblo se conmueve: “Es uno de los nuestros que vuelve”. Todos sabemos esto». Y ese día en Nazaret «sucedió esto».

Por tanto, prosiguió el Pontífice, «la gente lo recibe bien, y cuando fue a la sinagoga, escucharon». Pero «Jesús no habla de sí mismo directamente: usa la palabra de Dios. Siempre, cuando Jesús quiere decir algo importante, usa la palabra de Dios; también cuando quiere ganar al diablo —pensemos en las tentaciones en el desierto—usa la palabra de Dios».

El Evangelio, afirmó el Papa, nos cuenta que Jesús «lee este pasaje del profeta Isaías donde se preanuncia el tiempo del Mesías». Por tanto «enrolló el volumen, lo devolvió al ministro, y se sentó», como se lee en el Evangelio. Y toda «la sinagoga estaba llena de alegría, sorprendida» explicó Francisco. Tanto que, escribe Lucas, «en la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él». Y, probablemente, añadió el Papa, su gente decía: «Pero, mira, este es uno de los nuestros, pero qué bonito. ¡Dios nos hablará!».

Escribe Lucas en la página de su Evangelio: «Entonces empezó a decir Jesús: “Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy”». De hecho Jesús «no hace otra predicación: siempre la palabra de Dios —dijo el Pontífice— y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca».

Pero «a este punto —hizo notar Francisco— la primera palabra-puente, digamos, de la alegría a otra cosa, de la paz a la guerra: “¿no es este el hijo de José?”». Y Jesús «recoge el desafío y responde: “Seguramente me vais a decir el refrán: médico, cúrate a ti mismo. Hazlo, hazlo». En realidad la gente pide a Jesús: «Haz entre nosotros los milagros que dicen que has hecho en Cafarnaúm, y nosotros creeremos».

Pero «Jesús les explica: “En verdad, yo os digo: ningún profeta es bien recibido en su patria”. Y recuerda los profetas de Israel que fueron a hacer milagros fuera de la patria porque la patria estaba cerrada a la fe». Y «cuando terminó de explicar esto, de la viuda de Sarepta, del leproso de Sidón, del leproso que se había curado de Eliseo, la gente —todos, pero los mismos que estaban sorprendidos, encantados— en la sinagoga se llenan de ira: del estupor a la ira». Así «han cambiado: esa semilla sembrada por el diablo ha empezado a crecer. Se levantaron, lo echaron, entraron en esta actitud de manada: no eran personas, eran un grupo de perros salvajes que lo echaron fuera de la ciudad. No razonaban».

Pero delante de esta actitud «Jesús callaba. Lo llevaron al borde de la mañana para tirarlo». Y, añadió, «este pasaje del Evangelio termina así: “Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó”. La dignidad de Jesús: con su silencio vence esa multitud salvaje y se va. Porque no había llegado todavía la hora». Y, afirmó Francisco, «lo mismo sucederá el Viernes Santo: la gente que el Domingo de Ramos había hecho fiesta por Jesús y le había dicho “Bendito Tú, Hijo de David”, decía “crucifícalo”: habían cambiado». Así «el diablo había sembrado la mentira en el corazón, y Jesús guardaba silencio».

«Esto nos enseña que cuando está esta forma de actuar, de no querer ver la verdad, queda el silencio», afirmó el Papa, explicando: «El silencio que vence, pero a través de la cruz. El silencio de Jesús. Pero cuántas veces en las familias empiezan las discusiones sobre la política, el deporte, el dinero y una vez y otra y esas familias terminan destruidas, en estas discusiones en las cuales se ve que el diablo está ahí que quiere destruir». Silencio, es la sugerencia de Francisco: «Decir lo suyo y después callar. Porque la verdad es mansa, la verdad es silenciosa, la verdad no es ruidosa. No es fácil, lo que ha hecho Jesús; pero está la dignidad del cristiano que está anclada en la fuerza de Dios».

«Con las personas —reiteró el Papa— que no tienen buena voluntad, con las personas que buscan solamente el escándalo, que buscan solamente la división, que buscan solamente la destrucción, también en las familias: silencio. Y oración». Y «será el Señor, después, quien gane, tanto, como en este caso, con la dignidad de Jesús que refuerza y vuelve libre de esa voluntad de tirarlo, como con la dignidad de la victoria de la resurrección, después de la cruz».

En conclusión, el Pontífice pidió al Señor «la gracia de discernir cuando debemos hablar y cuándo debemos callar. Y esto en toda la vida: en el trabajo, en casa, en la sociedad, en toda la vida. Así seremos más imitadores de Jesús».

 



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